Composición del fotógrafo ÁNGEL MURIAS |
estudiada en la Universidad de Oviedo, después de décadas en las que algunos músicos asturianos han tomado en serio la labor de recuperación de este instrumento tradicional.
Paralelamente, las calles se llenan de bandas de gaiteros y gaiteras –por primera vez en muchos siglos, lo que demuestra su potencialidad de cara al futuro- que también exportamos a los más importantes eventos musicales y folclóricos en todo el mundo. Lejos queda ya la tradicional estampa en soledad de la pareja del gaitero acompañado por el tamborilero.
En estos tiempos en que tantos tratamos de encontrar raíces que nos permitan contestar las preguntas sobre nuestras costumbres ancestrales muchas veces anteponemos los deseos a las realidades. Así, por ejemplo, la gaita no tiene su origen en los países célticos, sino en la India y Mesopotamia, en torno al octavo milenio antes de Cristo. Rafael Meré –el lamentablemente olvidado fundador del Museo de la Gaita de Gijón- mantuvo la tesis de que la gaita surgió al añadir un fuelle a una xiblata, con lo que así el instrumentista no tenía que hacer el esfuerzo de soplar constantemente. La gaita es un instrumento de viento que en su forma más simple consiste en un tubo perforado o puntero, provisto de caña e insertado dentro de un odre, que es la reserva de aire.
En aquellos tiempos de conquistas e imperios, fueron los romanos los que la descubrieron y los que primero la usaron como instrumento de marcha acompañada por el tambor para que sus legionarios marcasen bien el paso y los animase a la hora de librar combates.
Con la gaita y el tambor llegaron los romanos treinta años antes de Cristo hasta los territorios cercanos a los Picos de Europa rodeando a los pueblos ástures y cántabros cuyos oídos se sorprendían ante semejantes sonidos desconocidos para ellos. Luego, claro, como pasó con el latín aquellos pueblos le cogieron gusto a la cosa, pero tuvieron que pasar muchas décadas hasta que considerasen a la gaita como a la romana que fuesen instrumentos suyos.
La gaita ya aparecía en una moneda en tiempos de Nerón quien -según cuenta el historiador Suetonio- era un gran admirador del instrumento al que denominaban “tibia utricularis” o flauta de odre –odre es derivación del término uter- y daba conciertos con ella.
El inventor de la diatriba Dion Crisóstomo confirmó que Nerón tocaba bien aquel instrumento y sabía poner con estilo el fuelle bajo su brazo. No es de extrañar que en sus ensayos dentro de palacio provocase el hastío sonoro por este instrumento concebido no para los salones, sino para los escenarios abiertos. Comprensible es que hasta Petronio le rogase a Nerón: "Mátame si ese es tu deseo emperador, pero por favor no me aburras más con tus canciones”, por lo insoportable que para algunos ha de ser tener que aguantar interminables conciertos de gaita en una habitación cerrada por muy palaciega que sea. Por otras razones muy distintas, a la Iglesia Católica tampoco le gustaba el instrumento, ya que Juan Crisóstomo no se reprimió mucho para pontificar que donde estaban los gaiteros allí no estaba Cristo.
Las gaitas fueron evolucionando con el paso de los siglos y actualmente ya poco tienen que ver la gaita gallega, ni la asturiana, con los nuevos inventos tecnológicos. Sin embargo -en aquella decadencia por la que pasaba la gaita asturiana limitada a romerías- fue en Galicia, concretamente en la carbayera de Santiago de Compostela, donde se inició su recuperación en los años setenta. Los estudiantes asturianos de Farmacia organizaron en 1976 una fiesta asturiana y allí convencí a Manolo Quirós de la importancia de la gaita como instrumento de concierto en solitario. Mis argumentos fueron oportunamente apoyados con dos entonadores gin-tonic en la terraza del “Bar Alameda” y, sin dar más vueltas al asunto, Manolo Quirós se atrevió a subir al escenario sin el tradicional acompañamiento del tambor. Y obtuvo un gran éxito en su ruptura con la ortodoxia tradicional. Después vinieron todos los demás gaiteros jóvenes que tanto han hecho por la evolución del instrumento y de las técnicas de interpretación para su integración en las bandas modernas de hoy y convertir a la gaita en la base de esa música a la que ahora se encasilla como céltica
Sin embargo, en definitiva, aunque sea increíble para algunos que defienden tesis erróneamente ortodoxas, la gaita fue antes romana que celta.
Le doy las gracias al gran fotógrafo Ángel Murias por ese montaje ilustrativo que ha hecho especialmente para la GUÍA CIMADEVILLA.