Pixuetus ya caizos, vaqueiros ya xaldos, vecinos y amigos de Cudillero: Cuando hace un par de semanas me llamó Aquilino para pedirme en nombre de la comisión de festejos de San Pedro, San Pablo y San Pablín, que fuese el pregonero este año, pensé, así “di sicultre”, decirle que no, que muchas gracias, porque uno, con la jubilación jubilosa, ya no está en la onda ni periodística ni literaria y, además, después de que el gran poeta Jesús López Pacheco escribiese aquello de “mi corazón se llama Cudillero” ya está todo dicho sobre esta bendita tierra y este no menos bendito mar. Mi corazón se llama Cudillero. Casi nada.
Después de que Pacheco escribiese ese verso tan redondo pasaron por Cudillero, conocieron Cudillero y escribieron de Cudillero periodistas de mucha fama tanto de los periódicos nacionales como de la radio y la televisión. Y cantaron a Cudillero. Y se enamoraron de Cudillero. Si, claro, pasó eso y no es de extrañar porque Cudillero es muy enamoradizo. A mi me pasó hace ya unas cuantas lunas.
Así es que, amigos míos, como esas ilustres plumas, que llegaron bordeando la costa, ya lo dijeron todo de Cudillero y de la mar este pregonero decidió venir por tierra adentro, es decir, por el Alto de Cerezal, Brañaseca y San Martín de Luiña. Y con vuestro permiso os voy a contar un cuento muy breve. Había hace ya algunos años, en tiempos de aquella cartilla amarilla del racionamiento, un niño con doce años y escuela solo en invierno que vivía al otro lado de la Sierra del Pumar desde donde en días en los que va a haber tormenta tierra adentro se oye la bravura de la mar de las Luiñas. Ese niño no conocía el mar. Supo que si subía a la braña de La Bordinga , en tierras altas de Cudillero, podría ver la mar o el mar, que no tenía muy claro la definición correcta porque tampoco su maestro se lo supo decir. Y obtuvo el permiso paterno para emprender viaje, una tarde de domingo, por el camino real de Malleza a San Martín de Luiña para alcanzar La Bordinga y por fin, conocer el mar. Contempló su inmensidad y al salir del éxtasis volvió al pueblo y lo contó a los demás niños con los que quedó como un héroe. Y supo de donde venía el pescado que traían aquellas mujeres que un día a la semana pasaban por el pueblo con paxas en la cabeza, que pronunciaban palabras desconocidas que no enseñaba el maestro y que cambiaban por las casas sardinas por patatas, fabas, algo de embutido y cosas así. Eran las mujeres de Cudillero que andaban por las aldeas de la posguerra, con las paxas de blingas de goxeiro y el pescado tapado con folechu para resguardarlo del sol.
Eran tiempos, amigos, en los que el abuelo construía en la forgadera las paxas para el pescado y la familia venía a entregarlas a Cudillero, caminando por cerca de Santa Ana de Montarés. Los niños nos subíamos, ahora por San Pedro, a las cerezales para coger, con rabo para que pesaran más, las cerezas que las mujeres traían al mercado de los domingos de Soto de Luiña, -que allí llamábamos Souto- y que eran vendidas como todo un manjar para la parba de los segadores de hierba. De los segadores de guadaña, claro, que no había maquinas aunque ahora cueste creerlo que esto no son historias de abuelo Cebolleta sino la crónica de antesdeayer de la dura vida de supervivencia en nuestros pueblos.
Y el cuento va terminando porque basta decir, amigos míos, que aquel niño tuvo que abandonar el pueblo, como lo hicieron por los mismos años y aun hoy los habitantes de La Bordinga , La Sinjania , Brañaseca, Busfrío y hasta una decena de brañas de Cudillero que se quedaron vacías, en silencio, se diría que muertas sino fuese porque los escayos están lozanos porque la madre naturaleza sigue viva, loado sea San Pedro. El niño del cuento le dio por escribir lo que iba conociendo del mar, del campo, de la montaña y de los pueblos vacíos y un día, hace tiempo también, le dieron en el antiguo Lupa de San Juan de Piñera un premio que se llamaba “Cudillero, el pescador y la mar”. Y convertido en intrépido reportero rural contó para toda Asturias como Carrasco, Aquilino, Viriato y toda la marinería pixueta se jugaban la vida en el viejo puerto intentando rescatar, una tarde de invierno y de infierno, lanchas que se hundían en aquella galerna de mediados de los setenta. Y contó también la historia de Cajeao, el hombre que con una azuela, un serrucho y una garlopa comenzó a construir barcos aquí en Cudillero. Y cuando al niño ya grande le pidieron colaboración de la Cofradía montó aquí el cuartel general para pelear, con todos vosotros, en aquella apasionante e inolvidable “guerra de las volantas”. Era una guerra en la que solo podíamos utilizar munición de papel. Y pese a tan humilde artillería se ganó la batalla. Y lo celebramos en la peña gastronómica La Amuravela , en la que el pregonero conoció, de verdad, la exquisitez de un pescado que llega directo de la mar y de la lancha a aquella cocina comunitaria en la que había un santo y seña: la amistad. La leal, fiel y desinteresada amistad que se siente en el alma y en el corazón. Y por eso mi corazón, como el de Jesús López Pacheco, se llama Cudillero. Pero también mi alma, esa que dicen que sigue viva cuando nos vamos a los verdes campos del Edén.
Y es la bandera de esa amistad la que vuelve a enarbolar en estas fiestas de Cudillero un pregonero que ha recordado para vosotros pasajes infantiles porque todo lo contado estaba relacionado con vuestro pueblo, con vuestro territorio y con vuestras tradiciones. Ese Cudillero de las brañas, ese Cudillero de las Luiñas, de Lamuño y Salamir, de Ballota y San Cosme, de La Rondiella y La Tabla , de Novellana, de Valdredo y Tablizo, ese Cudillero que vive, trabaja y sueña en los pueblos que quedaron un tanto olvidados durante décadas pero que no están perdidos y para los que hace falta que desde los poderes públicos haya para con ellos auténtico sentido de la solidaridad.
Cudillero vive un tiempo de fiesta. La fiesta es un sentimiento, una manifestación de alegría y un camino hacia la felicidad. Una fiesta que es preciso aprovechar para recuperar relaciones perdidas y que bajo la mirada de San Pedro y San Pablo seamos capaces de recuperar todo lo que une y enterremos para siempre lo que nos puede separar. Cudillero merece la pena, amigos.
Pixuetos ya caizos, vaqueiros ya xaldus, autoridades, reina de las fiestas y damas de honor, cudillerenses de la mar y del campo, amigos todos, en este mediodía del 28 de junio, víspera del Santo Patrón, que me traigan una Biblia para jurar sobre ella que la sangre que el pregonero lleva de antepasados vaqueiros unida con la de los xaldos hace que mi corazón la impulse con fuerza hasta los pulsos de mis manos para escribir, aquí y ahora, con letra emocionada, las dos palabras más hermosas del mundo: amistad y Cudillero. O tal vez, Cudillero y amistad. El orden es lo de menos. He dicho. Y muchas gracias.