Se han terminado las vacaciones, al menos fuera de Gijón, porque hasta septiembre no volveré a la rutina. Me cuesta regresar, el Mediterráneo me gusta. Disfruto de los baños en un mar calentito, tranquilo; de largas siestas sin estar pendiente de nada ni de nadie; de mis vistas a Benidorm, tan diferente a Altea y a El Albir, que es exactamente donde estoy, pero con una animación popular que tampoco se parece a ningún otro sitio y que se puede disfrutar con complacencia durante un tiempo no demasiado largo. Me agrada pasear al atardecer oliendo aquí y allá el "galán de noche", que así llaman aquí a un árbol que sólo huele cuando se oculta el sol, y que ahora me doy cuenta que no sé su verdadero nombre. Y si madrugo un poco, cosa poco frecuente, disfruto del delicioso paseo hasta "el faro", Sierra Helada arriba, un poco de cuesta, pero merece la pena el esfuerzo que, por otra parte, sólo puede hacerse temprano. Luego está el desayuno mediterráneo, frente al ídem, con café, zumo de naranja de la zona , pan tomate y aceie. Un lujazo. Y todo eso se acaba hoy, no puedo echarle la culpa a nadie, pues podría quedarme unos días más, pero un compromiso adquirido que quiero cumplir me lo impide, así que aquí estoy haciendo un alto en la recogida de enseres fuera de sitio y de cerrar una maleta, más bien pequeña, que me acompaña. Mañana toca viaje, que será pesado, pero cuando regrese estaré más cerca de mi rubita princesa, que hoy cumple 8 meses y que junto con sus padres forma la pareja más feliz que yo podía desear para mi hijo. Frente a esto todo lo demás carece de importancia.
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