De izquierda a derecha, Moro, Alfonso, Piñole y Marola |
Siento un inmenso agradecimiento hacia esos entrañables amigos que 35 años después de su fallecimiento quieren recordarle. Hoy tendría 85 y quedan muy pocas personas de su época y que, por tanto, conozcan el porqué del homenaje. Una cosa sí sé con certeza, que si viviera no aceptaría el reconocimiento. ¿Por qué? Nunca por desagradecimiento, eso no, sencillamente porque siempre consideró normales las cosas que hacía, elevarlas a la categoría de extraordinarias no formaba parte de su pensamiento. Me consta que disfrutó, y mucho, de cuanto hizo, cualquiera que fuera su importancia. Con mi padre visité Villa Cajón en Tremañes –el nombre lo dice todo- y con él pasé horas en el Museo del Prado. Con él conversé con Antoñico el gitano, y también con Severo Ochoa. De mi padre aprendí que el valor de las personas no está en la condición social, y que lo más importante de la vida no lo compra el dinero. Me enseñó a ser solidaria, a ilusionarme con los proyectos de los demás si son interesantes, a colaborar con quien lo necesite sin que medie ninguna compensación económica. Esa fue su gran herencia. Pero lógicamente esto entra dentro del ámbito de la privacidad, por eso el homenaje me resulta extraño. En realidad me deja perpleja, sin saber qué hacer ni qué decir. Lo único que se me ocurre es dar un millón de gracias a sus organizadores, que casualmente, salvo Gonzalo Mieres, creo que creen no conocerme, aunque no es así. Para algunas personas será una sorpresa.
Unos años después del fallecimiento de mi padre me encontré con Gonzalo Mieres y aproveché para felicitarle por la cantidad de actos solidarios, en el encuadre de Bravo Asturinísimo, que estaba organizando, que yo seguía aunque nunca participé en ninguno. Y su respuesta fue contundente: Recogí el testigo de tu padre. Entendí perfectamente el espíritu de cuanto hacía.
¿Quién era José Avelino Moro? Seguro que muchas personas que llegaron hasta aquí leyendo no saben nada de él. Por eso, copiaré seguidamente lo que Till (Carantoña) publicó en su sección La vida y sus vueltas en la última página de “El Comercio”, que da una pincelada certera de su personalidad.
La muerte de José Avelino Moro me hace recordar a Adeflor, a Matías, a Bayón, a Vallina, a Agapito, a Joaquín, a Eugenio Suárez Llanos , a Tejedor, a Arias, a todos los compañeros que nos han ido dejando desde que va ya para los veinticuatro años, entré en esta comunidad que el año que viene será centenaria.
A José Avelino Moro le vi comenzar , con su preocupación inicial por el ciclismo, ampliado luego con múltiples intereses. Le importó el bable, le importó el arte, le importó la actualidad municipal, le importó el folklore asturiano, le importó el Sporting… Era amplia su inquietud de autodidacta, y era incansable su eficacia volcada sobre el Pueblo de Asturias, o sobre el Museo de la Casa de Jovellanos, o sobre cualquier iniciativa interesante, en la que colaboraba con el mismo tesón y desprendimiento, aunque la idea se le hubiese ocurrido a otro, o aunque se le hubiese ocurrido a él y el lucimiento fuese de cualquier polizón de última hora.
Le vi empezar aquí en “El Comercio”, a José Avelino Moro, y le vi luego luchar durante años y años manteniendo con un esfuerzo que obligadamente tenía que ser heroico, una impresionante apariencia de normalidad cuando el mal que ahora le ha llevado a la tumba comenzó a minar su cuerpo sin doblegar su espíritu. Todavía hace una semana trabajaba con normalidad, como si la dolencia implacable que sufría no tuviese ya ganada la batalla. Más allá de su diligencia, de su brillantez o de su inquietud, José Avelino Moro nos deja a todos los que trabajamos con él una impresionante lección de entereza. Le seguiremos recordando, y meditando en su serena fuerza de voluntad, a él, que en nuestro periódico centenario ha dejado incorporado su esfuerzo y su firma, haciendo pequeña historia, y ayudando a que la pequeña historia no se torciese en el grado en que sus fuerzas se lo permitieran.
TILL (diario “El Comercio”, 16/11/1977)