(2ª Parte)
Dejo en “Paz y Bien” a mi amigo, el fraile capuchino, Víctor, que, aunque se apellida Herrero, no es asturiano, pues aquí, en Asturias, ese apellido es ordinario: hasta un puente, cerca de Pajares, se llama “Puente de los Fierros”.
Y sigo en el Aeropuerto de Teherán, que significa en persa “lugar cálido”, “batiéndome” con los Guardias de la Revolución, unos arios bigotudos, de impresionantes bigotes, muy de alardear de sexo de viril, que no me dejan de preguntar sobre la razón de mi visita, con la imprudencia de no llevar conmigo el reglamentario visado. Máxime en unos tiempos, a principio de la segunda década del siglo XXI, en que la presidencia de Irán, tierra de persas, la ejercía Ahmedineyad, bajito y cabezón, llamado también Mahmud, que, con facilidad, ordenaba cortar cabezas cortaba de occidentales, juzgándolos judíos, sionistas, hijos de Israel.
Es comprensible, aunque increible, que el tal Mahmud fuera premiado con un doctorado “Honoris causa” en Ciencias Políticas por la prestigiosa Universidad de La Habana, muy democrática por ser la de Fidel y la del pueblo cubano que, como es sabido, es “el no va más” de lo democrático y de los plátanos.
Y no me devolvieron a Frankfurt en el mismo avión de llegada a Teherán, gracias a que, casi de forma accidental, alegué mi amistad con un obispo de la Iglesia católica de Armenia, que en la capital persa tenía y sigue teniendo templo y oficinas. Fue mencionar al obispo y todo cambió; todo fueron facilidades, hasta incluso, por el tamaño de mi nariz, creyeron los bigotudos, policías del Aeropuerto, verme de ascendencia de Armenia.
Aunque me requisaron los Guardias, el pasaporte y el DNI, pidiéndome por ello amables disculpas, me entregaron, a cambio, una enigmática “tarjeta de visita” a mostrar en caso de ser detenido, tal como me ocurrió una vez, y teniendo pase especial para visitar el palacio de Niavaran (Niavaran Palace), residencia de invierno, en la parte alta de Teherán, la zona de Shemiran, junto a la montaña nevada, del que fue el último Shah de Persia, Mohammad Réza Pahlavi 1919-1980) y de su última esposa Farah Diba. En ese Palacio el Réza Pahlav padeció depresiones y dolores de dientes y muelas, como en la tercera parte indicaré. Ese Shah, que predicó la que llamó “Revolución blanca” fue derribado por la llamada “Revolución negra” de clérigos y los ayatolás.
Es curioso lo siniestro que fue este hombre, que se creyó Dios, que de presumir de ser el Rey de Reyes, de llamar a su trono el del ”Pavo Real”, de organizar en 1971, en Persépolis, las ceremonias fastuosas de los 2500 años de la monarquía persa, pasó a ser títere de los americanos, que dejaron que en 1979, saliera de mala manera y con atropello de Persia al exilio egipcio, siendo sustituido por un clérigo chiita, el Ayat-ollâ, que significa “signo de Dios”.
¡Qué error, error inmenso! Siempre los americanos equivocándose. Jomeini, nuevo “líder de la Revolución, fue muy claro: “Hay once cosas impuras: la orina, los excrementos, el esperma, los huesos, la sangre, el perro, el cerdo, el hombre y la mujer no musulmanes, el vino, la cerveza, y el sudor del camello que come excrementos”. Y también advirtió: “No es necesario ocultar el sexo con algo especial; hacerlo con la mano es suficiente”.
En España, a finales de 1979, una mujer que ya apuntaba “listura”, llamada Rosa Montero, escribió un artículo en El País semanal, titulado Jomeini, los últimos días del exilio. Rosa Montero, en 2011, escribió: Siempre me pareció un tipo siniestro”.
Y fui prudente, pues en el interrogatorio del principio a los Guardias persas y bigotudos no llamé árabes, sabiendo que eso les disgustaría, no así ser llamados arios, aqueménidas o musulmanes. Y aquí y ahora que están tan de moda los locos de Nietzsche y Zaratustra, habrá de recordarse que la religión dominante de Persia, antes de la invasión musulmana, tuvo como gran dios a Ahura Mazda y como profeta a Zaratustra, el del mundo guiado por dos principios: el uno, bueno, Dios, y el otro malo, el Demonio; creador y ordenador el primero, y destructor el segundo. Fue Nietzsche el que descubrió en Zoroastro la medida de todas las cosas: “Zoroastro –dijo- fue el primero que vio en la lucha entre el bien y el mal la verdadera revelación”. El alemán acabo loco, naturalmente.
E Irán, en la actualidad, es en su mayoría de obediencia chiita, a base de unos clérigos poderosos que no existen en el otro Islam, el sunnita, carente de clérigos. Y cuando a Teherán llegué, lo hice después de haber visto en revistas españolas reportajes del Shah, apareciendo sus esposas por orden de boda: Fawzia, Soraya, el gran amor, y Farah, que le dio descendencia y que de eso se trataba, pues la anterior, Soraya, nada de nada. La Farah se llama, pues aún vive, Farah Tabatabaï Diba, que recibió el título de la shahbanou por matrimonio.
Y no puedo olvidar las infinita veces que escuché la música de En un mercado persa,colocando en un “tocadiscos”, “giradiscos” o “pick-up”, el disco de 78 revoluciones por minuto (formato RPM), de La Voz de su Amo, del inglés Ketèlbey, adquirido en Radio Norte, no recordando si en la tienda de la calle Uría, en Oviedo, o en la de Corrida, en Gijón.
Si el Palacio de Niavaran, que visitaremos y fotografiaremos, está al Norte, el importante Bazar de Teherán, importante centro comercial y político, está al Sur, y en medio Teherán, una ciudad de una contaminación espantosa, susceptible de ser atravesada en metro para respirar mejor.
Y señalo que la gran periodista, la italiana Oriana Fallaci fue compañera del argentino Helenio Herrera (H.H), que tuvo chalet aquí, en Asturias, en Celorio concretamente, y cerca del cual (del chalet) montaron guardia excelentes periodistas de La Voz de Asturias.
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