Señoras y señores:
Esto parece el principio de una carta, mas no lo es. No sé bien qué es lo que es. Sólo sé que es importante, pues va de VA judíos y de persas, con comienzo desde atrás, hace años y terminando con ese y reciente bombardeo de los judíos a instalaciones iranies el viernes 19 de abril, en “represalia”, con el consentimiento de USA, por el ataque de Irán a Israel en la noche del 13 al 14 de abril, todo en este año de 2024.
Y si concluiré con lo dicho, empezaré mucho antes, con mi llegada a Teherán y a Israel hace años, lo cual ya fue contado, de manera muy diferente, aquí también en “Lasmilcarasdemiciudad.blogspot.com.
De Israel y de Irán, me interesaron muchas cuestiones, habiendo allí permanecido, en Jerusalén y en Teherán, ya en este siglo, no habiendo sido aquellos días fácilmente olvidables, pues fueron peligrosos.
Y es que Persia, para mí, fue siempre muy importante, desde los antiguos tiempos -teniendo este bachiller quince años- cuando tradujo del griego La Anábasis de Jenofonte, con Ciro y Artajerjes, mandamases ambos del Imperio persa. Así empieza La Anábasis: “Dario y Parisatis tuvieron dos hijos, el mayor Artajerjes, por una parte, y el más joven, Ciro, por la otra”.
Mucho más tarde admiraría este bachiller la escritura poética de Nietzsche sobre el persa Zaratustra, que tanto habló y apenas calló. Un Zaratustra que fue figura legendaria, un filósofo persa del siglo VI a. C, que según el filósofo alemán dijo cosas como las siguientes: “En las montañas, el camino más corto es el que va de cumbre a cumbre: para ello hay que tener piernas largas”. Y también:” Tu camino es ya corto, dijo la víbora con tristeza: mi veneno mata”. No fue cierto lo que dijo de que Dios estaba muerto ni lo de las alegres vivas o hurras al superhombre, jamás visto.
Judea también me interesó mucho, conservando siempre la emoción por haber visto, en Roma, en el Arco Triunfal del Emperador Tito, los altorrelieves conmemorativos de la entrada triunfal de Vespasiano y Tito, padre e hijo, en Roma y en año 70 después de Cristo, viéndose los trofeos arrebatados a los judíos en la caída de Jerusalén, entre ellos la Menorah, que es lámpara o candelabro de siete brazos. Y es que los que tanto saben de la Historia del Imperio Romano apenas conocen lo de Vespasiano y Tito, emperadores, contra el Templo y los judíos de Jerusalén. Candelabros, muchos candelabros de brazos impares, que son los protagonistas del culto judío en las sinagogas de mármoles verdes y rosas con lámparas de oro.
Y a Teherán llegué en avión o pájaro de la Lufthansa en vuelo directo desde Frankfurt, sobrevolando Rumanía, los montes del Cáucaso y Turquía. Y a Tel Aviv llegué en avión de la Egytian Airlines en vuelo directo desde El Cairo, sobrevolando la Península del Sinaí, donde Moisés recibió Las doce Tablas, viéndose abajo el Monasterio de Santa Catalina.
Nada más aterrizar en el Aeropuerto de Teherán, ya en este siglo, los barbudos Guardias de la Revolución, en sandalias, enseñando prominentes dedos enormes, aunque con las uñas bien cortadas, me preguntaron, en desafiante interrogatorio, del objeto de mi visita y estancia, dándose la particularidad de que únicamente disponía de pasaporte, sin el preceptivo visado.
La cosa se ponía fea, pues por más que explicaba a los barbudos guardianes de la Revolución, que el objeto de mi presencia era artístico, no conseguía convencerlos, aparentando todo extrañeza. Que sí -repetía-queriendo visitar museos y palacios, entre ellos el de Niavaran, la última residencia del Sha y de su esposa Farah Diva; queriendo ver el Cyrus Cylinder y descender a los sótanos de la Banca Central de la República Islámica de Irán para ver las plumas de oro de los pavos reales.
Y es que, en verdad, todo era raro, pues desde la Comisaría se veía que a un Yumbo de la Iranian Airlines, con rumbo a Venezuela, lo estaban cargando con material pesado. (Entre paréntesis, eran los mismos tiempos en que el ministro de Defensa español, José Bonó, vendió fragatas a venezolanos). ¿Cómo dice usted -me preguntaron en inglés torpe- que usted quiere ver palacios y museos, cuando éstos están cerrados, porque no hay turistas? No entendieron aquellos “guardias” mi espíritu de contradicción, pues siempre preferí a los persas, que eran los malos, frente a los buenos que eran los griegos.
Y entonces les hablé de Artajerjes, de Darío, de Tisafernes y hasta del King Xerxes, y de Nabucodonosor, que no era persa, pero me daba igual, pues de él eran ignorantes los policías uniformados. Llegué a recitar un párrafo del loco Zaratustra, no recordando si el recitado fue en persa o en alemán, cuidando mucho no llamarles árabes, pues los persas detestan a los árabes, y ellos, musulmanes persas, no son como musulmanes árabes, o sea, sunnitas. Ellos son chiitas, como los ayatolás Jomeini y Jamenei.
Mucho más pacífico fue pasar la frontera de entrada en Israel, en Tel Aviv, en cuya inmensa playa, de finas arenas, apetecía bañarse. El problema que tuve allí tuve fue laberíntico o intestinal, pues los dolores por culpa de una podre naranja, desayunada en El Cairo, eran de épica y los “retorcimientos” eran imparables. Ni siquiera, en tierra judía me consolaba recordar los penosos versos del judío Libro de Job, del que estaba también empapado por las explicaciones recientes de mi amigo, el capuchino Víctor Herrero, que sabe latín y que escribió pensando en Job Carne escrita en la Roca, editado por la pía Verbo Divino.
Y sobre el pueblo judío copio lo que escribió un aristócrata español, que vivió en la primera mitad del siglo XX: “Es la eterna obsesión de la tierra, el sueño de este pueblo que amó siempre el paisaje, las montañas, los ríos, los rebaños de los patriarcas, cuyas ovejas doraba el crepúsculo, y las claras noches de Palestina, bajo la parra frondosa. Pueblo de tierras prometidas, de ingenuas geografías con arroyos de leche y miel”.
Y es que Víctor Herrero, fraile menor capuchino, de la familia de los franciscanos, sabe también hebreo y resulta fantástico que, habiendo nacido en Salamanca, como Lazarillo, y junto a la ribera del Tormes, sea semita como Fray Luís de León. Es Víctor, de verbo fácil, de Salamanca como el vasco Unamuno, y tan charro como los que desayunan en Las Torres hablando ya de toros. Víctor hasta escribió, sobre Job y su paciencia, un libro -vuelvo a él-, que más que portadas tiene alas, y de color verde y amarillo. Es un libro que vuela y hace volar: es verde como los tréboles de cuatro hojas y es amarillo como los venenos de los demonios.
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