Sigue lo de don Camilo J. Cela
(3ª Parte)
Como suele acontecer, los vivos hicieron con el muerto, Camilo José Cela, lo de siempre: hundido éste bajo tierra, con los ojos cerrados, y encerrado en pesadas maderas, no de boj. El hijo protestó por lo de la herencia, llevando a la jueza escrituras y testamentos, para que dijera que estaban mal hechos; con falsedades por ser fechoría de madrastra y muy “litri” el firmante. La madrastra, queriendo ser fina, como las Finitas de Santa Marta y alrededores (¡Cuánto me gustan las Finitas!), resultó lo contrario, como una de esas “animadoras culturales”, asistentas en residencias de la Tercera Edad, subvencionadas por la Xunta o por el “gobernín” del Principado de Asturias. La madrastra del hijo dejó de ser tal, pues, olvidándose del muerto, se volvió a casar, pasando así a ser madrastra de otros.
Los periodistas y demás hombres y mujeres de pluma, antes muy amigos, pusieron a parir al muerto nada más ser enterrado, diciendo que fue escritor con muchos negros, para mí increíble, y que uno de ellos se llamaba Marcial Suárez, el de Allariz, y padre de Santiago, el primer profesor de Griego del Instituto de Ortigueira, a finales de los setenta, del siglo XX. Sólo una mujer, Carmen Rigalt, entre lloros, muy compungida, en la última página de su periódico, a la izquierda, escribió el 20 de enero de 2002 lo siguiente, tan lírico: “Lloran despacio los castaños y el cielo entona un réquiem sobre piedras mojadas de Íria Flavia. El entierro del Nobel fue una acuarela en lágrimas”.
Unos dijeron que fue de la Derecha dura, al igual que Martín Villa, habiendo sido muy amigo de Aznar, visto muy apenado por la desaparición del amigo, siendo chocante tanta intimidad y alianza, pues Cela siempre fue de aumentativos y Aznar, según Umbral, fue de diminutivos, con ese extraño labio tapado por el cortinaje hecho bigote, que es lo único grande. En el Cementerio cercano a Padrón estaban ministras y ministros destacados, como Pilarín (del Castillo), Lucas (el de Pucela), Trillo (el de lo de Perejil), y Rajoy (el de las tapaderas, esta vez con gabardina). La izquierda ya se pronunció en Alcalá de Henares en 1966 (entrega del premio “Cervantes”) por boca de la ministra de Cultura, Carmen Alborch, que en paz esté, y que con el típico optimismo antropológico de los de ese lado, de la izquierda, dijo: “Cela es una parte consustancial de nuestra naturaleza”.
Me quedo con lo escrito en la página 82 del libro de 2023, titulado Camilo José Cela, el taller de escritor: “Su realidad es la perspectiva de un gallego, con propensión ensoñadora, lírica y sentimental”. Y se añade el recuerdo a otros escritores gallegos, Julio Camba, Fernández Flórez y por supuesto Valle-Inclán, verdaderos antecedentes del peculiar sentido del humor del autor de La familia de Pascual Duarte.
Como afortunadamente no soy crítico literario, pues soy mucho más, la pretensión de mis artículos anteriores, del presente y de los siguientes, está en dejar constancia, en este tiempo de luto y olvido, del recuerdo a uno de los mejores escritores españoles del siglo XX. Reclamo su resurrección inmediata, y que sea más parlante que la del mudo Lázaro, el del Evangelio, que nada contó habiendo estado en el más allá. Al menos eso dicen.
Y escribiendo del escritor de Padrón, he de manifestar mi deseo de emPADRONarme en Santa Marta, para así poder votar a los de Primeiro Ortigueira, gustándome mucho lo leído en La Voz de Ortigueira, de Ana Franco Martínez, lo de “La Trágala”, y de Pablo Breijo Caruncho, lo de “El deshielo”. Y lo de Moriyón con “su” medio es de mucha tela y pela. Así me gusta: hay que reivindicar y reivindicar. Los del PP, en cambio, me parecen botarates, si bien me apresuro a indicar que “botarates” son todos, incluso, acaso, los de Primeiro Ortigueira y Moriyón,pues todos buscan el voto, aunque “botarate” se escriba con be y voto con uve.
Habrá que hacer lo que los sastres: tomar medidas, muchas, con centímetros amarillos y alfileres, debiendo tener extremo cuidado con las mujeres armadas con tijeras. Éstas suelen empezar cortando los viriles cabellos, como Dalila a Sansón; siguen con del afán de cortar lenguas; y terminan, si se las deja, cortando lo demás abajo, de número par, lo masculino y entrepiernas. Todo es un peligro para todos, en especial para los que no quieren, no queremos, quedar capones.
O sea, que me gusta Ana Franco, pero sin tijeras.
Continuará.
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