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LA VENERABLE MONJA MÍSTICA DE AGREDA, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ (Publicado en Religión Digital el 21 de enero del 2024)

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                                               (3ª y final parte)

 

            I.- Cuestiones generales:  

            Sería conveniente, para conocer la importancia religioso-política de la mística y soriana, la monja de Ágreda, apellidada en los registros civiles Coronel y Arana, saber lo que ocurrió, con detalle en su siglo, el XVII, que fue posterior al Concilio de Trento (concluido en 1563), muy fantasmagórico el Siglo, del Barroco, y más vivido por Quevedo que por Cervantes. De los varios textos disponibles, escojo el siguiente, que forma parte de la Historia de la Cultura Española, de don Ramón Menéndez Pidal, titulado El siglo del Quijote (1580-1680), editado por Espasa Calpe en 1996. Téngase en cuenta que “nuestra” monja murió en el año 1665, Cervantes en el 1616 y Quevedo en el 1645. 




            En realidad, el libro El siglo del Quijote se divide en dos tomos, estando el primero (I) dedicado a la Religión, la Filosofía y la Ciencia, compuesto de una Nota Preliminar, escrita por el gran historiador murciano, don José María Jover Zamora, a la que sigue un Prólogo, titulado Los españoles entre el ensueño y la realidad, escrito por el historiador madrileño, don José Cepeda Adán, destacando aquí y ahora dos de sus afirmaciones, de entre las varias posibles a entresacar: a) Que el siglo XVII es el más castizamente español  de la Modernidad. b) Que el legado español del siglo XVII, al acervo común occidental, se manifiesta, en una síntesis apretada, en una forma peculiar de entender la religiosidad, en un arte perfecto de novelar, en un teatro de fuerte mordedura popular y en una pintura genial que trascendentaliza al hombre y a las cosas. 

            El fallecido teólogo palentino, don Melquiades Andrés Martín, escribe, en El siglo del Quijote, un largo texto dedicado al Pensamiento teológico y formas de religiosidad, compuesto de una introducción y seis capítulos, tratando lo de la mística y también lo de la Inquisición, señalando que los años en los que Santa Teresa y San Juan de la Cruz concluían sus principales obras literarias, finales del XVI, coincidían  con la aplicación  de los cánones De reformatione del Concilio de Trento, y señalando que la mística constituyó el género religioso más original y característico del siglo del Quijote, distinguiendo entre una mística ortodoxa y una posterior espiritualidad heterodoxa, de “alumbrados, perfectistas y quietistas”. 




            Me apresuro a indicar lo que explica don Luis González Seara, en su libro El Poder y la Palabra (Tecnos 1995): “El Barroco español va mucho más allá de los misticismos en que, a veces, se le quiere encerrar. En todo caso, los misticismos quedaban ya a retaguardia: Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz pertenecen al siglo XVI”. Y nos encontramos con la mística de sor María de Agreda, ya del siglo XVII, tan a veces parecida a la de Teresa, acaso por el origen converso de ambas, y a veces tan diferente. En la Mística Ciudad de Dios, Sor María llega a los más altos grados de contemplación de los misterios divinos ayudada por ángeles, viendo a la Virgen, siendo la Virgen misma, según ella, la autora del libro místico. Pero los arrobos de Sor María, muy discutibles, acaso no fueron como las levitaciones de Santa Teresa, menos a discutir.

Y sobre las levitaciones de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz medité el 30 de diciembre último, al ver en El País la foto del cuadro de José García Hidalgo Levitación de Santa Teresa y San Juan de la Cruz en la Encarnación de Ávila, que ilustra al artículo de María Tausiet sobre Las historias de lo imposible que pueblan los imaginarios religiosos.  Y lo de la bilocación parece menos dudoso en Sor María, no conociéndose episodios de tal carácter en Santa Teresa. Georg Luck en su libro Arcana Mundi: Magia y ocultismo en el mundo griego y romano dice que los milagros pueden definirse “como sucesos extraordinarios que no pueden explicarse como efectos del poder humano o por las leyes de la naturaleza”. El problema está en que, con los milagros, hay que tener mucha prevención, pues lo que puede ser asunto de santos, también puede ser de embaucadores o embaucadoras para engañar a la Iglesia, siendo ese uno de los temas de la novela Extramuros de Jesús Fernández Santos. Esa posibilidad perjudicó a Sor María, siendo consciente de ello la propia Iglesia, y, a través de ella, la Inquisición mismo, como se verá. 




Es interesante por sus consecuencias la diferencia carmelitana, de tanto combate y consecuencias, entre los “calzados y descalzos”; de estos últimos, sin calzado, fueron los místicos y místicas más destacados, con levitaciones y arrobos; también Sor María, que era “descalza”, aunque no perteneciera a la Orden del Carmelo, sino a la Orden de las concepcionistas-franciscanas. El calzado, para la levitación, siempre me pareció de dificultad, un añadido de dificultad. Y eso lo pensé, ya en mi infancia, desde el piso alto en el que vivía en la calle Muñoz Degraín, en Oviedo, teniendo enfrente el convento de clausura de las Madres Carmelitas Descalzas, con mandadera y torno, y hoy instaladas en lo alto del Monte Naranco, que hacían sonar el esquilón para advertir que entraba en lugar de clausura el fontanero para reparar las tuberías obstruidas. Y desde el alto piso, un 5º, veía a una monja lega (no con toca negra, como las madres, sino blanca), trabajando en la huerta conventual, que, para protegerse del suelo húmedo, calzaba eso tan asturiano y de peso, que son las madreñas. En aquel mi principio, sin conocer lo de Sor María, caí ya en la cuenta de la necesaria ligereza del calzado para levitar o estar descalzo. Desde luego, con madreñas, imposible. 




II.- La Inquisición y Sor María: 

            Aviso a mis lectores y lectoras que lo anterior, aunque parezca de chascarrillo, es cosa seria, como serio es lo siguiente. José Martínez Millán, autor de La Inquisición Española (Alianza Editorial 2021), inicia así el libro: “La Inquisición española ha sido, sin duda ninguna, la institución más debatida de la historia de España, y en buena parte también, de la historia de Europa”. A las pocas líneas, añade: “En las últimas décadas, historiadores españoles y extranjeros desembarcaron en el Archivo Histórico Nacional y recorrieron en diferentes sentidos el modesto acervo documental de la institución, que aún se conserva (1.464 libros y cerca de 5.600 legajos)”. No obstante lo cual, y según testimonio del historiador valenciano, don Ricardo García Cárcel, en entrevista que tuvo lugar en la Fundación Juan March el 30 de abril de 2019, afirmó que el Extra I de Historia 16, de fecha de Diciembre de 1976, sobre la Inquisición, sigue siendo fundamental. 

En el editorial de ese Extra, Una sombra siniestra, se escribe: “En este año de 1976 en el que al parecer acabamos de demoler otra dictadura, no parece malo recordar cómo fue y como funcionó aquel otro partido único de los espíritus que se llamó Inquisición por esta Santa Tierra y que aquí germinó durante siglos como una planta maligna de la intolerancia nacional”. Y siguen dos artículos, uno de don José Antonio Escudero y otro de don Francisco Tomás y Valiente, catedráticos de Historia del Derecho entonces.  

A los efectos del tema de la Inquisición y Sor María de Jesús, interesa destacar que, según Tomás y Valiente, la Inquisición tuvo un carácter de “entidad mixta”, eclesiástico y política, debido al hecho de que en la Edad Moderna no estaban radicalmente separados la Iglesia y el Estado. Eso mismo lo escribió en 2023 Manuel Rivero Rodríguez (La España del siglo de Oro): “La Inquisición, por su carácter mixto, real y eclesiástico, era ya un organismo de tutela y control social, y su cometido tenía un carácter judicial más que pastoral”. Fue un tribunal, una jurisdicción eclesiástica, que juzgaba la ortodoxia religiosa y condenaba la herejía, y mucho más, pues la Inquisición se utilizó con un carácter estrictamente político por los monarcas. Para todo lo cual fue fundamental la organización: Un Consejo de la Suprema y General Inquisición, la llamada “Suprema”, a cuyo frente estaba un inquisidor general, que lo nombraba el Rey y aprobaba el Papa, siendo el encargado de nombrar a los inquisidores locales, con consulta al Consejo. José Martínez Millán escribe: “Fue a partir de los primeros meses de 1643, cuando el monarca (Felipe IV) realizó un esfuerzo para colocar al inquisidor general y su jurisdicción privativa bajo su potestad”. 

Sor María de Jesús de Agreda como Teresa de Jesús se vieron cuestionadas por la “Santa Inquisición”, por los que llama González Seara “los sabuesos del Santo Oficio”. En enero de 1649 los informes encargados por la Inquisición sobre Sor María no podían ser más alarmantes, dudándose de los arrobos, juzgándose sospechosas las bilocaciones con los indios de Nuevo México, discutiéndose el reparto de indulgencias y de los rezos de letanías. Ante lo cual el Tribunal decidió interrogar nuevamente a la monja de Ágreda, sin acudir al tormento. Y sorprendentemente, en el mes de febrero, el llamado calificador o fiscal de la Causa, emitió informe exculpatorio, declarando a la monja “fiel católica y fiel cristiana”, por lo que el inquisidor local de Logroño suspendió la causa. 

Es llamativo que las dos monjas, de ascendencia conversa, siempre sospechosas por lo de “cristianas nuevas” (El problema judío tituló en Historia 16 Antonio Domínguez Ortiz) y místicas, con mucha fama de santas, Teresa de Jesús y sor María de Jesús, tuvieran correspondencia con el Rey;  la primera con Felipe II y la segunda con Felipe IV, lo que lleva a pensar, teniendo en cuenta lo escrito más arriba, que el Rey respectivo algo o mucho habrá ayudado para evitar la sentencia condenatoria. Fueron muchas las cartas de Sor María al Rey Felipe IV, reiterándole: “ Ay, señor mío carísimo”.  




III.- La Mística y Ernesto Cardenal: 

            En el primer artículo, que aquí publiqué sobre la Venerable monja, el 6 de enero, y por la inclusión de don Ernesto Cardenal en la lista de místicos, junto a Sor María, elaborada por el teólogo Tamayo, artículo interesante, el de éste publicado en Religión Digital el 1 de enero, escribí lo siguiente: “ Me sorprendió que don Juan José Tamayo incluyera entre los místicos al ya fallecido, don Ernesto Cardenal, nicaragüense. Y con lo dicho no me atrevo a negar que don Ernesto fuera místico, líbreme Dios de tal temeridad; simple y humildemente, declaro no tener información bastante”. 

En el libro de Borja Hermoso, titulado La conversación infinita. Encuentros con la escritura y el pensamiento, editado por Siruela, 2023, hay una interesante entrevista a Ernesto Cardenal, fechada en 2012, que lleva por título Hace tiempo que Dios renunció a ser Dios. En la introducción, Borja Hermoso dice: “La Editorial Trotta acaba de publicar el libro El canto místico fe Ernesto Cardenal de Luce López-Baralt, un replanteamiento crítico en torno a la dimensión mística del escritor”. 

Aún no he leído el libro de López-Baralt, y sí la entrevista a Cardenal hecha por Borja Hermoso, manifestando Cardenal a preguntas del entrevistador lo siguiente: “¡Porque hace tiempo que Dios renunció a ser Dios! Se apartó y nos dejó para que hiciéramos el cambio solos. Nos dejó en libertad y desapareció. Eso explica el Holocausto y las demás aberraciones de la creación del ser humano”. Sigo ignorando y dudando de qué misticismo se trata el de Cardenal. Un misticismo sin Dios me parece raro, muy raro. 




IV.- Y ya saliendo de Ágreda: 

Unas veces, ya pasada Soria, subo a los Picos de Urbión para ver nacer al que debiendo ser hijo --siempre los que nacen son hijos—en verdad, es un padre, el padre Duero, que no nace en un portal como el de Belén, sino entre nieves y pinos. Un Río Duero, tan de Castilla y de la Generación del 98. Aprovecho un poco antes, en Duruelo, a comer chorizos entre panes, que, por ser tan sabrosos, no sé si son bregados o bragados. Otras veces, ya pasada Soria, bajo a Almazán, por las afamadas yemas, muy dulces, a paladear en las casas señoriales de mis amigas, las solteras que están como las rositas. 

Y siempre a comer los torreznos en Burgo de Osma, sede de la Diócesis Oxomense-Soriana, que, al parecer tuvo obispos muy celebres y con proyección toledana, como Juan, en el siglo VI, y Braulio, a finales del XX. En la Catedral del Burgo no dejo de admirar los llamados “jinetes del Apocalipsis” del Códice Beato y las maravillas del Museo Diocesano. Es muy recomendable la oficial guía catedralicia, bien prologada la quinta edición por J. Arranz Arranz, que tantas gratitudes reparte al Ilmo. Cabildo de la S.I. Catedral. 

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