"SIGUIENDO EN EL ORTEGAL" (La Coruña)
Mi preferido diccionario de la Lengua Española, que es además de ideológico, el de don Julio Casares, no admite la palabra OTOÑEAR, que me gusta más, mucho más que OTOÑAR, siendo, al parecer, esta palabra la canónica. Y siempre pasa lo mismo con lo canónico, incluso con el Derecho Canónico, que es aburrido, propio de las gentes de sacristía, mortecino, de escaso vuelo, y de un bostezo permanente como en tarde otoñal, de domingo, en Santa Marta. “Ahora ya empieza a OTOÑEAR”, escribió Josep Plá en sus Notas del crepúsculo, donde también escribe de beatas supersticiosas y de señoras gordas teñidas de amarillo. Me quedo con lo de Plá y lo siento por Casares, que es pejiguera, “un” gaita celtiño.
OTOÑEAR fue lo que hice en el último artículo, caminando de Luama a Miñaño, viendo como otros recogían castañas, que libres ya del árbol, se golpeaban contra el suelo. Castañas asadas y castañas cocidas, castañas estofadas con tocino, preparadas de muchas manera, incluso en purés o postres, las cuales disfruté, cuando soltero y notario del Ortegal, Cedeira y Puentes, era generosamente invitado a comerlas. Ahora, como dice el refrán “la harina es de otro costal”, que ya ni existe el costal: no me invitan a castañas en otoño ni a la mismísima, jugosa, tarta de Santa Marta, en el verano, en el día de la Santa Patrona.
Por castañas hice viajes. Llegué a Toral de los Vados en El Bierzo leonés y al Barco de Valdeorras en tierras de Orense, localidades de supremos castañedos; dos importantes localidades. De Toral es mi amigo Pako, que conduce un “Alvia” desde Gijón a Madrid, y ese Toral no está lejos de Puente de Domingo Flórez, donde nacieron los de la pizarra, que luego harían carreras en el Cabo Ortegal, con casa en Couzadoiro, del color de los pasteles.
Y castañas emborrachadas con licores clericales, dulces, muy dulces, de benedictines ychartreuses, me elevaron en delirios como de Baco a zonas más altas, mucho más, que las frecuentadas por los místicos de Ávila, más del caramelo y del camelo que del Carmelo. Y resulta que Dom Perignon fue un benedictino que hizo maravillas con el vino del champagne, y no digamos lo que hicieron los boticarios dominicanos con el licor de cerezas. De los monjes ya sabemos su pasión, el pimplar o el pimple, quedando en la incógnita la pasión de las monjas, acaso la turca.
Como el ver las manzanas de Miñaño, también sus coles y coliflores, no me quitaron el apetito, tuve que dejar por momentos la Carretera de Circunvalación para ir a comer. Siempre me pareció muy raro que un sitio de tanto postín, caso de Santa Marta de Ortigueira, no tuviera un restaurante también de postín, postón o pastón. Eso no me atrevo a asegurarlo por desconocerlo: escribo simplemente lo que oí.
Subí a la Carretera General, camino de Mera, viendo a la izquierda, al entrar en Cuiña, el Hostal Santa Marta, de los recordados hermanos Fernández, cerrado hoy a cal y canto, saboreando aún las exquisitas carnes guisadas con patatas fritas y pimientos colorados allí comidas. Ese Hostal está a pocos metros de un chalet muy adornado a la entrada por una pareja de leones, de aspecto feroz, esculpidos en piedra. Parecen estatuas recordatorios del Rey León. La afición a lo animal y salvaje de los moradores de ese chalet debe ser grande y su pasión, la africana.
Ya en el punte de Mera, recordando los formidables guisos, primero de doña Andrea y luego de Andreita, giré a la derecha en dirección a Cariño. A la altura de Sismundi me detuve para contemplar unos manzanos tentadores, aunque el cementerio tan visible de esa parroquia frenó mis locas apetencias por el fruto prohibido; un cementerio gris, muy gris –todos los cementerios me parecen grises o negros aunque estén pintados de blanco-. Y de la piscifactoría de más abajo, la del biólogo Fernando, junto al embarcadero, ya no había nada.
A la entrada de Cariño, en el sitio conocido como Os Pedrouzos, cerca de A´Pedra, haciendo esquina y a la izquierda, entré en el edificio que es pensión u hotel y restaurante, de nombre Cantábrico. Allí saludé a doña Maria Viñambres, cocinera, dueña, madre de tres hijos, y natural de El Bierzo, cerca de Ponferrada. Soy muy aficionado a las sopas, que si bien es plato ideal para desdentados o sin dientes, son mucho de mi gusto (las sopas), que tengo todos los dientes y en su sitio (dientes caballunos), no precisando, para dormir, dejarlos en la mesilla de noche, dentro de un vaso, y con el orinal debajo de la cama. No dudé en pedir a doña María la sopa de pescado, resultando excelente en color y sabor por la diversa pescadería de bajura que contenía. Y si la sopa fue el principio, el fin fue un requexón con higos en almíbar. ¡Sublime, sublime!, exclamé boquiabierto. Naturalmente que repetí y varias veces.
Aunque estaba lejos del centro de Cariño, en Os Pedrouzos como escribí más arriba, recordé los nombres de algunas de las muchas fábricas de conservas que daban a Cariño un olor muy especial, de las que se veían entrar y salir mujeres trabajadoras, con batas y mandiles que olían a pescados. Fábricas como las de Abella, Fanego, Piñeiro, Docanto y algunas muy relacionadas con lo que entonces era el Instituto Social de la Marina, estando ya renqueando el negocio conservero. Los nombres de las fábricas eran impresionantes: Marujita Cancela, La Purita y La Pureza, Conservas Tallón, etc.
De vuelta a Santa Marta, veo pasar el lujoso tren “El Transcantábrico”, largo como una serpiente del Amazonas, que de manera incomprensible, con desdeño e indiferencia totales, pasó de largo, sin parar en la Estación de Santa Marta, que es un centro ferroviario importante, sobre todo cuando se forman aglomeraciones de viajeros que tratan de llegar a Espasante, o bajan al andén en masa, desde la plataforma ferroviaria, las gentes llegadas de Cerdido, para consultas legales.
Continuará.
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