(En Gijón, Casa Rato, naturalmente)
En recuerdo a Alfonso Peláez, compañero de tertulia en Gijón
Tren del Ferrocarril de Carreño (Avilés-Gijón)
Escribieron los teólogos cristianos y los rabinos judíos -de esto saben mucho y si no saben no importa- que Dios no gusta de llanuras o de planicies, prefiriendo crestas y picos como los del Sinaí. Por eso mandó que unos predicasen en su nombre desde lo alto de púlpitos barrocos y que otros moralizasen sin saber, célibes, desde tarimas elevadas sobre asuntos de casados. Y, también, por eso –es lo principal- el mismo Dios colocó el Cielo en lo más alto, arriba y azul, cosa de ángeles, y el Infierno en lo más bajo, abajo y rojo, cosa de bomberos.
Oviedo y Avilés son ciudades divinas por ser de mucha cuesta y picos, de sube y baja; también Gijón es divina, al tener que subir mucha cuesta para llegar al Coto o a Begoña, de raquítico jardín. Oviedo, donde nací; Gijón, donde nacieron mis hijos; Avilés, donde usé por primera vez la razón, son los tres vértices-ángulos de mi triángulo equilátero, con mirada recta de Dios, como Dios manda, ni a lo bizco ni a lo bisojo. Y procuro controlar las nostalgias de las tardes grises con paseos por alguna de las tres ciudades, reales o mágicas, tapado con un capuchón, aunque ligero como una pluma; y la nostalgia, en justa medida, frena la estupidez.
Carreño de Gijón a Avilés |
De mucho subir en Oviedo, desde la Plaza de la Escandalera, abajo, la del gran escándalo de la Caja de Ahorros de Asturias, tan presente allí, con esa gran pared que espera ya nuevo letreropara que lo vean los “un pelín rojos” del Gobierno, hasta llegar al “Campo de Maniobras”, arriba donde hubo solares que fueron de SEDES (edificio SEDES), antes rica, hoy pobre. Y de mucho bajar en Avilés, desde Galiana, pasando por San Nicolás, el “Parche” y Rivero, hasta llegar a la Estación del Ferrocarril de Carreño, a coger el tren/tranvía para viajar a Gijón. Y antes, a medio camino en la bajada, estaba la “cochera” de tranvías (de Avilés).
También a los garajes de tranvías de Oviedo, que estaban en Pumarín, y de Gijón, que estaban enfrente del Bíbio, se les llamó cocheras, por la razón poderosa de que los tranvías, más que tales, eran coches, lo cual fue muy propio del dandismo tranviario que existió. Se decía que un inglés, no hortera (hay muchos horteras, ingleses y asturianos), jamás subiría al sleeping-car del Orient-Express, llamando vagón, pues vagón era para el transporte de animales: las personas se subían a “coches” (cars) o a “carrozas” (carrosse), nunca/jamás a “vagones”.
Vagones de el tren Carreño |
Se decía que el viaje desde Avilés a Gijón, en el Carreño, era por ferrocarril, pero no parecía ser así, pues el transporte se hacía en una unidad eléctrica (Odessa), con dos aparatosos pantógrafos, seguida de remolques como jardineras, teniendo la unidad un aspecto más tranviario que ferroviario. Y todo el trayecto se hacía por los tranquilos prados de Carreño, de mucho vacuno, y así hasta llegar, después de Candás, al llamado “Tranquero”, entre Perlora y Xivares, donde la Odessa y sus remolques danzaban, como trapecistas de circo ante el espacio vacío, desafiando la gravedad que arrastraba hacia abajo, circulando por acantilados abismales, con precipicios mortales, caso de caer abajo, en la playa del Tranquero.
Mientras los viajeros adultos cerraban los ojos y se inclinaban hacia el contra/rail o tercer rail de la derecha como para protegerse (bajando a Gijón), al pasar por “El Tranquero”, los niños, insatisfechos, querían el más difícil todavía, pareciéndoles todo poco –en todo suicidio siempre hay, desgraciadamente, algo o mucho infantil-. Y escribiendo ahora sobre aquella mañana de viaje, me acuerdo de Pipo Prendes y de su canción sobre el Ferrocarril de Carreño, en homenaje a las esforzadas paisanas, las bañugueres, que en Avilés descendían del Carreño, cargadas de mariscos, de Bañugues, para abastecer a la Sidrería Casa Lín, fundada en 1890, situada cerca del Parque, en Avilés, de olor a virutas y a mariscos. ¡Qué desigualdad entre los que comían centollos y los que comíamos la escasa carne de los bígaros, muchos bígaros, sacando la “carne” con alfileres!
Y cantó Pipo Prendes: “Vías que trasportan sueños en nuestro tren, vidas e ilusión. “Bayugueres” que van a vender tesoros del mar hasta Avilés. Nuestra casa, nuestro tren, nuestro Carreño, nuestro tren”. Se recomienda ahora ver el magnífico programa de la TPA, emitido el 23 de octubre de 2019, sobre el Ferrocarril del Carreño).
Calle de Avilés , que tanto se parece a las calles portuguesas |
Cerca de Gijón, ciudad de merenderos, ya en Veriña, estaba el romántico “parque o merendero Venecia”, junto al río Aboño, de plácidos paseos en barca y piraguas, todo luego destruido por unos delincuentes nuevos ricos, de fábricas y de negocios. Ya en Gijón, cerca de la llamada Estación del Carreño, se veían el edificio de “Posadas Maderas y los humos de la Fábrica de Moreda. A la derecha, cerca de Marqués de San Esteban, estaba el estanco, de Tabacalera, enfrente de la Estación de Renfe, muy cutre, pues una cortina de plástico, grasienta y de color verdoso, separaba la cocina del despacho de tabacos, entonces “Peninsulares”, “Celtas”, ”Ideales” y “Bisonte”, oliendo todo a fritura de chicharros o a vahos de eucaliptos.
Dibujo que no es de Casa Rato, en Gijón, aunque pudiera serlo por el "glamour" |
Destino en Gijón fue Casa Rato, en la calle Corrida, de Gijón, tienda de ultramarinos, aunque de categoría y sin verdulería, y cafetería/pastelería para selectos y selectas. El espectáculo allí era continuo, pero más, si cabe, en la tarde del Corpus, después de la procesión de las niñas vestidas como verdaderas novias y de los niños como falsos marineros. Y recuerdo a las dependientas de Casa Rato, casi con mantillas, con unos mandiles de color negro, con medias de alivio sujetas al pernil por ligas elásticas.
En la misma calle Corrida, en Radio Norte, que estaba saliendo a la izquierda, se podían comprar discos: que unas compraban los de Sara Montiel, El último cuplé o La Violetera, que otros preferían escuchar en el “picú” la Piccolissima Serenata de Renato Carosone.
FOTOS DEL AUTOR