Hoy he pasado un día un poco extraño. Desperté con un tremendo dolor de cabeza, al que mientras estaba en la cama no le di más importancia que la molestia que me causaba. Pero al poner el pie en la alfombra llevé un gran susto: no era capaz a mantenerme derecha. La cabeza me daba vueltas, la pared se alejaba cada vez más, tenía visión doble y por un momento sentí que me moría. Como estaba sola tuve miedo. Miedo a no poder moverme, de hecho si lo hacía era consciente de terminar en el suelo. Y en ese momento me acordé de mi madre, de las veces que me dice que se siente insegura, inestable, y de la importancia que yo le quito a sus quejas. Me dio que pensar. De ahora en adelante la tomaré más en serio, no le repetiré que es cosa nerviosa. Yo no lo estaba, y tenía una enorme borrachera sin haber probado una gota de alcohol. Como pude, haciendo uso de una férrea fuerza de voluntad ante la enfermedad heredada de mi padre, me propuse poner remedio a este estado de debilidad física en el que me encontraba. Poco a poco fui recuperándome, fui venciendo el miedo que me produjo sentir el cuerpo helado y la piel más pálida que creo haber tenido nunca. Pues bien, en medio de ese marasmo de sensaciones extrañas y nuevas, surgieron pensamientos absurdos, simples que, si me lo hubiesen jurado, no podría reconocerlos como propios. Me preocupaba haber dejado la ropa que recogí la noche anterior del tendal encima de la mesa de la cocina, me preocupaba que el plato de la cena estuviese aún en el fregadero, y la mesa del salón revuelta, llena de fotografías antiguas que había estado mirando por la noche. Vamos, todo junto una estupidez para quien, como yo, valora el orden en su justa medida (o lo que es lo mismo: no desordeno para no tener que ordenar). ¡Quién iba a decirme que pudiera estar más preocupada por esas nimiedades que por lo que podía estar pasándome. Me convertí en una auténtica maruja. Lo que tuve/o tengo exactamente no lo sé: ¿vértigo, cervicales, una gotita de sangre despistada brujuleando por el cerebro? Lo único que sé es que ando camino del médico y que estoy mejor. Esto último es bueno. Pero también sorprendida conmigo misma, riéndome de mis absurdas preocupaciones. ¡Anda que preocuparme por la ropa sin planchar cuando peor me encontraba…! Simple, muy simple. Tanto como contarlo hoy aquí.
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