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"ESCRITURA Y ATENEO" (4ªparte), por ÁNGEL AZNÁREZ RUBIO (de la web del ATENEO JOVELLANOS)

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                                                                LA CONDESA

“La literatura es para las lenguas una lima
que pule, barniz que abrillanta, mirra que conserva, nardo
que perfuma, flor que adorna, savia que hace brotar y
crecer el árbol”. ¡Desdichada mil veces la lengua que
carece de consagración literaria!”
(Doña Emilia Pardo Bazán)

Pazo de Mariñan, próximo al de Meirás
La señora Condesa, situada en lo alto de una de las tres Torres de Meirás, antes de llamarse Torres, se llamó Granja y después Pazo, con una mano apoyada en su tocador agarrando el abanico de nácar y con la otra retocando su moño a medio hacer - fue negro como el betún y ya gris como una nube- se miraba al espejo muy emperifollada y emperejilada. No cabía en el corsé. Estaba desconsolada, pues no entendía que habiendo tanto hablado y tanto escrito, unos zascandiles de la Real de la Lengua, los Menéndez, los Pereda, los Valera y otros, misóginos, no la quería allí, en la Academia, ni en verdad ni en pintura.

Su amante y académico, Pérez Galdós, la repetía, para consuelo, por carta y carta, que a él, la Academia sueca del Nobel, menos corrupta que la española por ser ésta de cooptación, le negó el Nobel de Literatura a principios del siglo XX y se lo dio a un francés llamado Romain Rolland. Se acaba de publicar Memorias de un desmemoriado, de Pérez Galdós, y lo fue mucho pues no recuerda a su amante la Pardo Bazán, que siempre escribía a él como Maquiño mio.

La tal Condesa, de la hidalguía gallega, fue tal por Título Real, ya que fue el mujeriego Alfonso XIII el que la otorgó, por ella y no por ser esposa de otro, el Condado de Pardo Bazán. Su padre únicamente había conseguido un titulito de esos que da el Vaticano -en este caso el condado eclesiástico lo otorgó Pio IX-. Resultó que la escritora Pardo, heredando y después de haberse casado en la capilla de las tres torres, de haber vivido en ellas en estivales meses, nunca fue la Señora de Meirás, que lo fue otra, natural de Oviedo. La tal Señora, por Decreto-Ley 18/1975, firmado por el Rey Juan Carlos, concediendo la Merced Nobiliaria del Señorío de Meirás, con grandeza de España, fue doña Carmen Polo de Franco.

         ¡Jolin, Jolin, Jolin!

El caso es que el Registro de la Propiedad de Betanzos, lugar de tortillas muy afamadas (Betanzos que no el Registro, se ha de entender), en un trajín de escrituras de compraventa y donación, acabó poniendo el complejo de las torres a nombre de Francisco Franco después de la Guerra. Se excitó el Ayuntamiento de La Coruña para los veraneos del “Caudillo” allí; al parecer también se excitaron
 con promesas de dineros a gallegos mesocráticos, luego ennoblecidos, hasta con titulo de compañía eléctrica. Eso, lo último escrito, fue la segunda parte de la historia, pues la primera –también hay que contarlo- fue el asesinato por milicianos y republicanos de la FAI, en el año 1936, de descendientes directos de Doña Emilia (muerta en 1921): un hijo y un nieto.

Jardines del Pazo de Mariñán y al fondo la ría de Betanzos

Ese conjunto de Torres, las de Meirás, gustaron a doña Emilia, a Franco, y, sin dudarlo, hubiesen hecho las delicias de Don Quijote de la Mancha, el cual a allí hubiese ido, si en vez de realizar la secular salida caballeresca por la Mancha, hubiese decido hacer una peregrinación santa por el Norte, la del Camino de Santiago. ¡Qué mejor sitio para armarse caballero “de todas sus armas” que allí, entre torres almenadas, una llamada, precisamente, la Quimera, con ventanas de triple arcada y balcones  de inspiración de Musas, aunque sin puentes levadizos ni hondas cavas! ¿Quién hubiese sido el alcaide la fortaleza? ¿Cómo hubiese sonado la pescozada y el espaldarazo al ser armado caballero? ¿Hubiese aparecido, en Meirás, también el castrador de puercos?

De la Literatura de doña Emilia Pardo saben mucho los y las del Ateneo; de sus cuentos, de sus novelas y de esa cosa tan complicada acerca de si la Pardo fue tan naturalista como su admirado Zola. Nos interesará pasar página y ver a doña Emilia en los salones madrileños, de gente rica y de aristocracia de cepa vieja, que tanto frecuentó a finales del siglo XIX y principios del XX, como la Marquesa de Coquilla, el Marqués  de Valdeterrazo o doña Cuca, la de Acapulco. A dicho efecto es importante un libro raro, titulado Los Salones de Madrid, cuya primera edición es de 1898, escrito por un autor que dice llamarse Monte-Cristo, y en cuya portada y contraportada hay una fotografía del Marqués de Montevirgen jugando al billar. El prólogo de dicho libro es nada menos que de doña Emilia, y a él vamos.

De su escrito acerca de la influencia de la buena sociedad en las costumbres y en el arte, da luz del conservadurismo de Doña Emilia, igual que como luz de su feminismo es escribir aquello de que hablando con señoras no se puede ser ni pedante ni dogmático ni desenfrenado ni chabacano. De dulzuras y espinas de los cronistas de salones escribe, requiriéndose, según ella, mucho aplomo y añade:“Si el cronista lucha por callar, también hay casos que solicitan de él, con mayor refinamiento, el silencio; pero si todos aspirasen a la elegancia por la reserva y el horror a la letra de imprenta, sería peor, pues al cronista se le acabaría el oficio”. Y concluye: “No hay sensaciones más leves y fugitivas que las de la sociedad”.

Orense, que en sus novelas llama Auriabella, siempre fue importante para la Condesa, ciudad de obispos ilustres, como Temiño y Osoro, el primero de letras y el segundo de matemáticas, y ciudad del Padre Feijó, el benedictino del Teatro Crítico Universal. Varias veces asistió Pardo Bazán, en aquella Ciudad, a acontecimientos literarios. En 1901, con ocasión de los Juegos Florales y de la erección de una estatua de Feijó, pronunció un importante discurso: rechazó la peregrina bellaquería acerca de su desamor por la tierra gallega, hizo referencias al Quijote, habló de sus convicciones sobre la mujer y de sus creencias religiosas, para acabar sobre el caciquismo y sobre el patriotismo en el Estado español, sobre el Estado y contra el Estado, si preciso fuere.

Gran mérito el de esta mujer, que, por primera vez, ocupó tanto un sitial de Catedrática –la primera- en la Universidad Central de Madrid, como fue importante ateneísta de la “Docta Casa”, también llamada el Ateneo de Madrid.
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