“Así diciendo, la diosa Atenea dispersó la nube y apareció el país ante sus ojos. Alegróse entonces el sufridor, el divino Odiseo, y se llenó de gozo por su patria y besó la tierra donadora de grano. Luego suplicó a las ninfas levantando sus manos”.
(Canto XIII de La Odisea)
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El hecho o acto de escribir puede ser muy simple; para escribir, para ser eso que ahora se denomina, con mucha pompa y autobombo muy bobo, escritor, suele bastar con saber juntar letras, haciendo palabras, y luego mezclarlas, unas con otras. Para todo eso –que es muy poco- el único requisito exigible es no ser analfabeto. Mas complicado y difícil es, por el contrario, hacer de la escritura un arte, llamado Literatura, es decir, que colocadas las letras y palabras de cierta manera e intencionalidad, con una peculiar técnica u oficio, lo que resulte sea una obra de arte o de artesanía. Sencillo es aquello y difícil es esto último, como se comprueba por la experiencia, pues de tantas letras como se escriben, apenas surge, en un siglo, obra de arte, de arte literario.
Texto griego de Homero sobre Ulises y las sirenas |
A lo anterior, se puede añadir otra clasificación, según sea el soporte de la escritura. Ese soporte puede ser un efímero papel o periódico –caso de la escritura en prensa-, cuya cortedad en el tiempo, ahora también por Internet, hace que sea ya viejo el periódico o diario matutino antes incluso de nacer (de tan pasajero que es, puede no merecer la pena, tal como llegó a decir Margarita Youcenar).
Menos efímero y menos dado a ser utilizado como envoltorios de pescados azules, son los libros, que puede durar años, para terminar formando montones de papel en “rastros o rastrillos”, en ferias de villas y condados locales, a precios –los libros- muy bajos, casi gratis. Finalmente, ya eternos, imborrables o inolvidables son los soportes denominados tecnológicos o digitales de las escrituras. Si lo más deseado de un escritor de un libro es que no se olvide el libro -que es una “creación” o meta equiparable a tener un hijo o plantar un árbol-, en los escritos digitales no hay manera de que se borre lo tan mal escrito.
Templo griego en jardín privado |
Esto que estoy escribiendo ahora va a tener un soporte digital, luego con destino a la eternidad, ni efímero como un “diario” ni susceptible de ser encontrado en un “rastro” como una fesoria para cavar o un trasto inútil. Además tendrá la particularidad de estar en una página web de un ateneo, el Ateneo Jovellanos, el de aquí de Gijón. Diré inmediatamente que la palabra “Ateneo” me conmueve, recordándome tal sustantivo masculino mi enamoramiento en años mozos de la femenina Atenea, de Palas Atenea, Diosa e hija de Zeus, siempre Virgen.
Pienso en el Ateneo y pienso en la Atenea.
Resultó que tal hembra divina nació de la cabeza de su padre y no de la matriz de su madre; en consecuencia, sin posibilidad de tener suegra con problemas de histeria (así llamada a la matriz en el griego antiguo). Además, siempre me impresionó el aire guerrero de la Atenea, con complementos de yelmo o casco, lanza y escudo, lo cual no le impidió ser la Diosa “casta” de esas delicadezas que son las artes, la sabiduría y la razón. Y lo máximo, de consecuencia trascendental: fue la protectora de Odiseo el navegante, así llamado en griego, y de Ulises, así llamado en latín. Aprovecho para recomendar la lectura, en el Canto XIII de la Odisea, de los diálogos entre Ulises, el muy astuto, y Atenea, la diosa de ojos brillantes.
Gracias a Atenea, Ulises pudo ser lo que más le caracterizó, o sea, su cualidad de viajero, viajando de Ítaca a Troya y de Troya a Ïtaca, que esto último -el regreso- es la peripecia de la Odisea.
No es una casualidad que hace años el Ateneo Jovellanos de Gijón haya viajado a Viena, como Odiseo viajó a Ítaca con la ayuda de Atenea, pudiendo contemplarse la impresionante “Fuente de Palas Atenea”, a la entrada principal del Parlamento austríaco. Tampoco fue una casualidad que miembros del Ateneo de Gijón hayan podido contemplar en el Museo del pintor Gustav Klimt, artista de la denominada “Sezession” a principios del siglo XX, las dos impresionantes pinturas: “La nuda veritas” y la “Palas Atenea”. Del pintor Klimt, la excepcional Alma Mahler, esposa de Malher, Gropius y Werfel, en su “Mi Vida” (Tusquets editores, 1984), escribió: “Su inteligencia artística fue grande. Sus paisajes acabaron siendo demasiado aplanados, como gobelinos sin aire, pero su colorido dera una siembra de joyas”.
Y escribiendo sobre el Ateneo y la Atenea, debo dejar constancia que el filólogo Francisco Rico, en el discurso de recepción del académico de la Lengua Española, el novelista Julián Marías, señaló que a principios del siglo XX se denominó “Docta Casa” no a la Real Academia sino al Ateneo de Madrid. Ese dato me permite ahora y aquí llamar también “Docta Casa” al Ateneo Jovellanos de Gijón, con orgullo de pertenecer al mismo.
Se continuará escribiendo de escrituras y de plumas que no de tizas, y de una monja del Carmelo de clausura, del Convento de Oviedo, situado ahora en la falda del Monte Naranco y antes en la calle Muñoz Degraín.
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