El tebano Tirésias, con cetro de oro y llamado "el mantis", tampoco vio (con acento en la o): no sabemos si ello fue por un decir o por un ver; por un haber dicho que la mujer experimentaba mayor placer sexual que el hombre, o por un haber visto a Atenea, virgen y diosa, desnuda en un bosque. Si sabemos, por el contrario, que por aquella falta -la CEGUERA- los dioses concedieron al viejo Tiresias los atributos de vidente.
Parece ser que al autor o autores de la Iliada y de la Odisea, por CIEGO o CIEGOS, le apodaron "Homero", y que gracias a ello "vio" la guerra de Troya, del colérico Aquíles (Iliada) y del retorno vengativo a Itaca de Odiseo-Ulises (Odisea). La "buena diosa" romana, la Fortuna, también fue ciega.
Ceguera, la de Homero, para destacar que la poesía y lo poético, con sus músicas y cantos épicos, precisan del oído, de las orejas -CUANTO MÁS GRANDES MEJOR, como las de Kafka-, y no de la vista, de los ojos, -cuanto más pequeños mejor-. El músico salmantino Francisco Salinas, tocador de órganos en la Catedral de Salamanca, también fue ciego, habiéndole dedicado amables odas el poeta judío Fray Luis de León.
Antonio Tabucci escribió: "Dios no escribe, habla".
Borges, en su poema "El ciego", en una primera estrofa, canta, cual rapsoda o aedo, así: "Soy el lento prisionero de un tiempo soñoliento que no marca su aurora ni su ocaso. Es de noche"; y en una segunda -sigue-: "El espejo que miro es una cosa gris. En el jardín aspiro amigos, una lóbrega rosa de la tiniebla. Ahora sólo perduran las formas amarillas y sólo puedo ver para ver pesadillas". Fue una ceguera, la de Borges, que, por haber sido gradual, no brusca -primero sin ver en un ojo, luego en el otro- fue menos terrible, pero, como explicó al también poeta José Miguel Ullan (entrevista "El olor de los tigres", publicada en el Suplemento semanal de Diario 16, el 16 de junio de 1985), "se acostumbró a ella (a la ceguera) igual que uno se acostumbra a la vejez, o a la vida, o a una enfermedad, o a estar en un sanatorio o en una cárcel. Es otra cárcel la ceguera". Y fue ciego desde 1955.
Y una ceguera, la de Borges, que la supo desde siempre: "No soy ciego sólo ahora. Desde niño sabía el destino que me esperaba. Yo había visto a mi padre ciego, a mi abuela inglesa ciega. Supe que mi bisabuelo inglés había muerto, también, ciego". (Entrevista de Alfredo Barnechea "Peregrinos de la Lengua", Alfaguara, 1997). En una Conferencia sobre la Ceguera, en la Universidad de Belgrano, dijo: " La ceguera no fue para mí una desgracia total; se la ha de considerar un modo de vida: un estilo de vida como cualquier otro".
La ceguera, que limitó y complicó a Borges la escritura, le abrió a la oralidad; no dejó de explicarse y de hablar en cientos de entrevistas y conferencias, pronunciadas a finales de los años 70 del pasado siglo, en Buenos Aires y otras capitales del mundo, con una voz nueva, intimista y emotiva, alejada de barroquismos y vanidades literareas (con acento en la primera a). Con la soledad propia de un ciego, una mano con el bastón y la otra apoyada en su Maria, se paseó por doquier, con imaginaciones de espejos, contando profecías, con sueños y pesadillas, y describiendo bibliotecas como laberintos ("El laberinto mágico" lo escribió Máx Aub, no Borges). "Ya que he perdido el mundo querido de las apariencias, debo dedicarme a otra cosa, no pudiendo que la ceguera me abata" -añadió-. En su poema "Los enigmas" se preguntó sobre el errante laberinto y sobre la blancura ciega del resplandor. Y en el Fragmento 15 del Evangelio Apócrifo se dice: "Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá".
Es muy interesante escuchar a un ciego explicarse sobre los colores, aunque sea un ciego, tal como Borges, no de una ceguera fulminante, como un rayo o eclipse, sino progresiva, como ya adelantamos. Canetti comienza su autobiografia así: "Mi primer recuerdo esta bañado en rojo" y Borges describió una nube, azulada y verdosa, vagamente luminosa; nada de colores rojos y negros, como la novela de Stendhal, (el rojo un verdadero color, por eso, color/colorado, y el negro, un color muy discutible). Sí, por el contrario, escribió del amarillo, "yellow" en inglés y "jaune" en francés. Un amarillo, que es el color de la luz, como la miel, el sol y las pinturas de Van Gogh, pero también el de Judas, de los demonios, los traidores y los felones. Tambien amarillo es el color de la bandera del Estado de la Ciudad del Vaticano.
El tigre es un símbolo frecuente en la obra de Borges, de la violencia y de la valentía, que es de la elegancia y la hermosura, del coraje y el valor. "Hasta la hora del ocaso AMARILLO cuántas veces habré mirado al poderoso tigre de Bengala...Con los años fueron dejándome los otros hermosos colores y ahora sólo me quedan la vaga luz, la inextricable sombra y el oro del principio" -escribió en "El oro de los tigres"-.
Otro Odiseo, ni del Homero ciego, ni de Citati (Pietro), ni de Boitani (Piero), sino Odisseus Elytis, arrebató en 1979 el Nobel a Borges, también poeta este Odiseo y autor de "La lengua me la dieron griega; la casa pobre en las arenas de Homero. Única cita mi lengua en las arenas de Homero" (Akal, Antología 1982). Borges se limitó a decir: "No conozco la obra de ese poeta, pero me alegro de que sea griego. Todos somos hebreos o griegos en el exilio" (Borges, el palabrista, de Esteban Peicovich, editorial Libertarias,1995, página 212).
Fue discípulo del desmesurado y judío Rafael Cansinos Assens, no habiendo sido Borges judío aunque pareció serlo, por sus cábalas, sueños, laberintos, bibliotecas y por haber sido profeta, un profeta que, como el también profeta y bíblico Daniel, bajó al foso de los leones, que eso fue la Dictadura argentina. Caballero Bonald (J.M.), que, celoso, a todos sus compañeros y competidores puso peros, sobre Borges escribió: "Continua siendo un señor vidrios mente reaccionario y un prosista de extraordinarios poderes estilísticos" ("Examen de ingenios", Seis Barral, 2017, página 91).
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