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"LA LLAMADA CONVERSIÓN AL CATOLICISMO DE RUSIA", artículo de ÁNGEL AZNÁREZ (publicado en "LA NUEVA ESPAÑA, 29/12/2019)

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Toda cultura es primeramente un culto
(J.F.Colosimo)


El Putin, monarca absoluto, unas veces “Zar” y otras “Stalin”, y el putinismo, apocalíptico
como todo lo ruso: lo político, lo literario y lo musical, deberían ser mayor objeto de atención
por Occidente, ahora que algunos, no precisamente nostálgicos, quieren revivir aquí en España
episodios revolucionarios de allí (el 1917, año de la Revolución bolchevique), con gran ayuda
de los siempre imprescindibles atolondrados, babosos y agarbanzados. 
TRONO DE ZAR
A nuestro efecto, comencemos recordando lo ocurrido en el año 2016. A finales de dicho año,
se inauguró en Paris, al lado del Sena, la Iglesia rusa dedicada a la Santísima Trinidad, también
llamada la Catedral de San Vladimir, que fue construida con dinero del Kremlin de Putin. Fue bendecida
en diciembre de aquel año por Cirilo I, Patriarca ortodoxo de “Moscú y de toda Rusia”. Tal Iglesia
o Catedral, con las tradicionales cúpulas “encebolladas” o bulbos dorados, símbolos de la unión
de los cielos y de la tierra, reveló la conexión actual entre la Iglesia ortodoxa y el poder político
(Kremlin), y recordó el fracaso estrepitoso, a largo plazo, de la Revolución comunista, impulsada
por Lenin y al que siguió el feroz Stalin, que quisieron borrar del mapa el poderoso sentimiento
religioso de los rusos, y, naturalmente, su Iglesia eslava, la Patriarcal de la Santa Rusia. A dicho efecto
todo valió, desde el terror hasta al exterminio.
CÚPULAS VERDES DE UNA IGLESIA DE MOSCÚ
El actual maridaje entre la Política y la Religión, entre Putin y la Iglesia rusa, es una continuación en
la Historia eslavo-rusa, nada occidental no obstante las importantes raíces cristianas de Rusia, y
únicamente interrumpida por el revolucionario leninismo y posterior estalinismo. Es la “nueva catedral”
el testimonio manifiesto de aquel fracaso revolucionario, puestos los dineros para su erección
precisamente por antiguos comunistas como Putín. Que se haya construido en Francia es por la razón
fundamental de que el pueblo francés  es el más rusófilo de Europa, según declaró Vladimir Fédorovski,
autor del Diccionario amoroso de San Pétersburgo. La actual Secretaria de la Academia francesa,
Hélène Carrère, es hija de aristócratas georgianos. 
Muy poco sabemos los cristianos de Occidente (católicos) de la riqueza teológica, teológico-política y
litúrgica, de la Ortodoxia oriental, de origen bizantino, dividida en patriarcados autónomos frente al
unitarismo de Roma (el Papado). El Vaticano, al margen de proclamas ecuménicas y por aquello de
que la Católica es la única Religión verdadera –eso lo repitió con toda solemnidad Benedicto XVI- ha
estado siempre interesado en que los católicos de Occidente den la espalda a la Ortodoxia, de origen bizantino. 
RECUERDOS DE UN NOSTÁLGICO SOVIÉTICO
En primer lugar, se destaca que nada tiene que ver la concepción católica y la ortodoxa sobre las
relaciones Iglesia y Estado (la denominada “sinfonía bizantina” en la Ortodoxia). Las interrelaciones
entre la Iglesia y el Poder, allí en Rusia, nada tienen que ver con las del Occidente separador-.
En segundo lugar, es llamativo que la actual entente entre el jerarca y espía ruso (Putin), antes
comunista, y la Iglesia rusa se produzca, después de una persecución religiosa, de carácter
radical: los mismos que antes hicieron todo lo posible tratando de acabar con la Iglesia, ahora
edifican catedrales y restauran monasterios, haciendo así alardes de recuperación del antiguo
imperio zarista o ruso.   
Jean-François Colosimo, teólogo ortodoxo, profesor de Patrología y editor, publicó en el año 2008
un libro que tituló  La Apocalipsis de Rusia. Dios en el país de Dostoievski. En dicho libro se describe
la rabiosa persecución comunista a la Iglesia rusa (Rusia convertida en la URSS), que buscó su
desaparición, --de 1917 a 1941 fueron cientos (600) de obispos los desaparecidos, miles los
sacerdotes, monjes y monjas asesinados (180.000) y destruidos 75.000 lugares de culto--. 
También J.F. Colosimo analiza lo genuino de aquella iglesia que fue redimida por el sufrimiento,
en los gulags y en los campos de exterminio, bien descritos por Solzhenitsyn, al que majaderos
de la cultura europea calificaron de traidor en los años setenta (recuerdo un artículo de Umbral
de completa majadería). Llega a afirmar el teólogo ortodoxo que “Cristo bajo a los infiernos,
pero que no fue vencido por Satanás”; y como casi siempre ocurre –añadió- se quiso también
en Rusia, sustituir la religión tradicional por otra religión, ésta laicista: el mesianismo ateo y
materialista, que también tuvo un santo y una  momia, la de Lenin, que ahora sólo miran despistados
chinos en la que fue Plaza Roja de Moscú.    
Quien ahora viaje a Rusia, podrá comprobar los continuos trabajos, pagados con dinero público,
de restauración de iglesias y monasterios, diezmados por los revolucionarios. Es impresionante ver
en Rusia cómo los murales y frescos religiosos fueron ocultados y tapados con masas y cementos,
con mucha saña, y es llamativo que, mientras en Occidente se están ahora cerrando iglesias y

conventos/monasterios, en Rusia, también ahora, se estén abriendo. Y Colosimo concluye: “Nadie

vivió lo que vivió la Iglesia Rusa. Y el infierno no ganó, no siendo comparables, por ser de mucha menor

intensidad, las persecuciones a las Iglesias católicas, las llamadas del silencio, en los países del  Este

de Europa”. 
Es sabido que en la caída estrepitosa del comunismo en Rusia tuvo importancia la acción del Papa

Juan Pablo II, junto a Reagan, Gorvachov y otros. Pero nada o muy poco sabemos de las relaciones

entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa rusa. Se ha llegado a afirmar que la revolución bolchevique de

1917, derrocando al Imperio zarista de los Romanov, protectores de “su” Iglesia, fue bien visto por el

Papa Benedicto XV, en la idea, equivocada, de que la caída del zarismo, iba a permitir una penetración

del catolicismo, vetado por la Ortodoxia rusa. 
Y aquí surgen las figuras destacadas, de Pío XI primero, que publicó una dura Carta Encíclica contra el

Comunismo ateo, denominada Divina Redemptoris, fechada el 19 de marzo de 1937, y después de su

Secretario de Estado, Pío XII, que el 23 de junio de 1949 excomulgó a los comunistas italianos “por ser

intrínsecamente perversos”. En alocuciones radiofónicas y en documentos se destaca la obsesión del

papa Eugenio Pacelli por lo bolchevique, muy beligerante contra el comunismo y muy callado contra

el nazismo.  
LA ESTRELLA ROJA EN OBRAS DE RESTAURACIÓN
Recientemente el historiador inglés Tom Holland ha señalado que lo opuesto al cristianismo es más

el nazismo que el comunismo, repudiando aquél los fundamentos mismos del cristianismo, y siendo el

Comunismo, según Chesterton, una idea cristiana enloquecida. De ahí que tantos cristianos hayan sido

seducidos por el Comunismo, abundando en ellos toda suerte de pájaras mentales. No se puede omitir

el dato de que muchos dirigentes bolcheviques fueron, precisamente,  de origen judío. 
Las Avemarías rezadas por los escolares del nacional-catolicismo español, bachilleres y bachilleras,

fueron muchas y muchas para la conversión de Rusia, sazonadas con apariciones a pastorcillos y

secretos que se decían vinculados a la “salvación de Rusia”, que sería, según Pío XII, católica, una vez

vencido el comunismo. Eso no fue así, pues derrotado el comunismo Rusia volvió a ser lo de

siempre: de su Iglesia Ortodoxa, la de Rusia. El  caso es que el Papa, ahora mismo, sigue sin poder

poner un pie en la Santa Rusia.   
Muchas preguntas pueden hacerse aquí: ¿Fue más un ensueño y un deseo sin base alguna?

¿Fue un error de cálculo, como otros errores de cálculo, que cometió Pio XII? ¿Fue una ignorancia

referente a un país de raíces muy cristianas, escasamente católico? No dudando de la sinceridad papal,

la explicación habrá de encontrarse en la situación misma de la Iglesia rusa, en los años cuarenta y

cincuenta del pasado siglo: La persecución bolchevique a la Iglesia rusa fue de tal intensidad, ansió

tanto su aniquilamiento, que lo consiguió; fue reducida a la nada, y, prácticamente, dejó de existir.

 Y aquella nada fue lo que vio, equivocadamente,  el Vaticano y Pio XII. Otro mayúsculo error.  


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