¡Miau, señoras y caballeros, miau!
Del "tren Burra" que pasaba por Valencia de Don Juan desde Palanquinos |
Antes de que los ladrones, proclamándose del progreso y de otros camelos políticos, acabaran con instituciones muy queridas por sus meritadas funciones para la ciudadanía, muchos asturianos, apretados los cinturones, subían por los empinados vericuetos del Puerto de Pajares, para lo que se llamó “secarse” en tierras de León, de cuentos cazurros y filandones. Lo hacían, subiendo, a trancas y barrancas, en “cochecitos lerés” de entonces, de tracción trasera, los Renaults 4/4 o 5/5 (Dauphine), que vendía, por concesión, don Abundio Gascón, el de la calle Campomanes (Oviedo), al precio de casi cien mil pesetas la unidad.
Ya en lo alto, en Arbás, a escasos metros del Restaurante “Casa Quico”, insuperable en lentejas estofadas y carnes guisadas, que fue arte de la esposa y cuñada de Quico, con prestigio de gallardo y calavera, SEDES tuvo allí una fábrica de cementos, que hubo que cerrar por culpa de otra cementera, de más abajo, asturiana, que exigió la competencia perfecta: no tener competidor. Y es que SEDES, señoras y señores, tuvo cementera allí y cerámica aquí, en La Argañosa (Oviedo). Fue rica y poderosa; sobrevivió a los caciques del franquismo, que son los mismos que ahora, pero que no resistió a lo del Calatrava de Oviedo y a los “calatraveños”, plenitud de mamones y babosos. Y es que lo que acabó con SEDES, hace unos años, pocos, fue “la caraba” o “el acabose”, según dicen los que saben.
Una pregunta: ¿quién o quiénes deberían dar explicaciones por lo de SEDES?
Más arriba de la cementera, ya en montaña, había una residencia para Ingenieros de Minas, y por allí corría Victorino Alonso, hijo de ingeniero, y más tarde, ingeniero él y empresario minero, mareante y “cachondeista” de fiscales, abogados del Estado e inspectores del Fisco.
Fachada de la Pulchra maragata, Catedral de Astorga |
Entre Santa Lucía y La Robla, antes de llegar a León, hay que pasar junto a la llamada “Casa Infantil Covadonga”, en Pola de Gordón, que allí, blanca y azul, milagrosamente sigue en pié, mirando a la montaña leonesa de enfrente. Una denominada “Asociación pro Gregorio Marañón–Casa Infantil Covadonga” organiza un reencuentro, en el mes de julio, de los niños y niñas que por allí pasaron (muchos de la Cuenca minera), para solucionar problemas respiratorios, en tandas y estancias trimestrales (lo último se pudo leer en La Nueva España,el lunes 3 de Julio).
Casa Infantil Covadonga |
Y la misma pregunta procede hacer: ¿quién o quiénes deberían dar explicaciones por lo de la CAJA, que fue otro “la caraba” y “acabose”, según dicen los que saben? ¿Qué responderá el hombre nuevo de Pedro que ha de venir, nuevo de la vieja Cuenca, cuando le pregunten por eso?
Como los de la Asociación parece que no recuerdan, recordemos nosotros que durante muchos años fue Director de aquella Casa-Infantil un maestro, natural de Orense, que se llamó Souto, que no obstante ser y estar muy escaso de pelo no paraba de tirar los tejos a doña Manolita, siempre soltera, aficionada a juegos de mesa en el Automóvil Club (La Jirafa). Manolita era empleada muy eficiente, para asuntos sociales, de la Caja de Ahorros, que hasta allí, Pola de Gordón, se desplazaba con frecuencia; fue lo que los italianos llaman una donna angelicata. Y Souto, en la Casa-Infantil, tenía un despacho inmenso, con una balconada azul, justo encima de la entrada principal, y allí arriba organizaba, con su escasa cabellera, zafarranchos “peluqueriles”, tan absurdos y ridículos como eso del llamado pelobus,organizado por esa especie de santa trinidad, laica, una y trina, que es el Padre Ángel.
Las atenciones religiosas de la Casa-Infantil estaban dirigidas por el entonces obispo de León, don Luis Almarcha, que allí iba con frecuencia y siempre colgándole un enjoyado pectoral con joya de piedra amatista, y que, manu militari, nombraba y quitaba capellanes, curas de La Pola, a sus ojos y antojos. Don Luís, obispo, mandaba mucho; armaba con facilidad la de Dios es Cristo, siendo además político nacional-católico, del Régimen. “Por Dios y por Españaal cincuenta por ciento” decía en la intimidad según sus íntimos.
Un libro de la serie, titulado "Pulchra leonina (la catedral de León) |
Unas monjas, media docena, de las “Hijas de la Caridad de San Vicente Paúl”, dirigían las funciones propias de atención y cuidado a las niñas y niños allí hospedados en estancias trimestrales. La Superiora era una mujer de carácter, entre madre abadesa e infanzona, burgalesa y muy ancha de todo; ella y el resto de monjas, “vicentinas” o “vicencianas”, cubrían su cabeza con tocados muy aparatosos, almidonados y alados, que, por los anchos pasillos de la Casa Infantil y sus escaleras estrechas, al moverse tanto, parecían blancas mariposas en busca de flor y blancas como las nubes. No es extraño que a estas monjas de tan fácil pintura, los ingleses llamasen butterfly nums. Y un grave conflicto surgió cuando una de las monjas, sor Dolores, se enamoró y encontró novio. Sor Concepción, que era casi albina, aguantó hasta el final.
Y los de la Asociación tampoco recuerdan a Agustín de Saralegui, Director General de la Caja de Ahorros, que por allí pasaba para mirar, ver y, de paso, comer unos filetes de carne con patatas fritas y pimientos colorados exquisitos. Por supuesto que los manteles de la mesa larga y rectangular estaban zurcidos, y afuera, Rodrigo, el chofer, sacaba brillo al importado vehículo Vauxhall. Tampoco recordarán al médico Tascón que los atendía, cuya especialidad más destacada estaba en tener recluida en La Pola, en un chalet gótico, a su brillante esposa, natural de San Sebastian y apellidada Astiagarraga.
Es cosa de seguir nuestro camino en dirección a Valencia de Don Juan y su piscina. Paramos antes en León y vemos a la llamada Pulchra leonina, que así llamó un clérigo escritor, don José González, en el año 1913, a la Catedral de León, tan majestuosa por triforios y vidrieras. Y don José González, cura, llegó a ser profesor del prestigioso Seminario de Valderas, el de San Mateo, y de él, del escritor, llegaron a decir que su brillante pluma “galopaba por el papel”, siendo prueba de tal galope frases como las siguientes: “El relojero andaba a brincos como los conejos”; también esta otra: “El sol besaba, no calentaba”.
La Pulchra leonina nos recuerda a la cercana Pulchra maragata de Astorga y de la mozárabe Tebaida berciana, siendo ahora su Obispo el asturiano Juan Antonio Menéndez, excelentísimo y reverendísimo, del que el Papa Francisco--según leímos en La Nueva España, viernes 7 de junio de 2013, página 25-- dijo que “estaba fresquito como una lechuga”, y que nosotros, ahora, decimos --enterados de los terribles episodios ocurridos en el Seminario de La Bañeza--, que el bueno de Juan Antonio seguirá verde, pero más como un repollo o una berza que como una lechuga; y eso que, como los mejores de Grado, es roxiu y de color azafranado o bermejil.
Y no podemos salir de León sin recordar a su celebre escritor y vate, don Julio Llamazares, el cual, en El entierro de Genarín, empieza con la angustia de la terrible y espantosa muerte de Nuestro Padre Genarín y de los portentosos signos que la rodearon y termina poéticamente con el florilegio de varios y silva de romances funerarios.¡Cosas de los escritores leoneses! ¡Qué sería de León sin Llamazares y sin Genarín!
Colección de libros de "escritores leoneses", editados por el magnífico "Diario de León" |
Ya casi en el destino, atravesamos Villamañan, donde en el invierno tantos incendios se producen por culpa de tantos braseros descontrolados, y donde un Grossi, allá por los años sesenta del pasado siglo, compraba garbanzos y vinos, que traía a Asturias, pagando en el fielato de Olloniego. A la derecha, bajando, en Villamañán, vemos un magnífico solar que fue cementerio, habiendo terminado hace poco tiempo de retirar los restos de los allí enterrados, que los de la zona llaman a ese lúgubre retirar “las labores de monda”. Hoy ese solar es zona verde, color muy apropiado por ser color de muertos, el verde, antes de pasar a ser incoloros e insípidos.
Y de Villamañán, en recta y no circular, llegamos a Valencia de Don Juan. Si a esta Villa accediéramos como los antiguos, en tren, en el tren Burra, del que dicen que “nació pájaro y murió Burra”, no lo haríamos desde Villamañán, sino desde Gigosos de los Oteros, muy cerca de Palanquinos.
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