Todos ellos pertenecen a la familia ibérica: el rey, la vieja celestina, los frailes y monjas, la puta, el banquero villano, las marquesas y los majos, o goyescos de pueblo. (Escrito por un tal Méndez, experto del llamado “Teatro de Farsa, Robo y Calamidad”).
Quiso Dios que el pirulero del Campo de San Francisco de Oviedo se apellidase Palomeque, el cual, en el jardín ovetense y durante las tardes, vendía caramelos en forma de pirulís, cónicos, de muchos colores, verdes, rojos y amarillos, y con un palillo en la base cateta para sostener mientras se chupaba en la punta, donde la lengua hacía maravillas. Ese Palomeque, flaco y como cazurro, se paseaba con mandil blanco por La Rosaleda con el imponente palo o “báculo” cargado de pirulís, y con la misma parsimonia que un obispo u obispazo panzudo recorre el atrio de los gentiles, a las puertas de la catedral, agarrando el enjoyado bastonazo de pastor o la palma el día de la Palma. Digamos ya que hay oficios o empleos que son inadecuados para mancos, pudiendo los mismos ser adecuados para tuertos o cojos: un pirulero, un obispo o un guardia suizo vaticano, han de tener manos y potentes brazos para bien agarrar.
Por eso resulta raro que a las últimas filas de los “cines de barrio”, allí donde tanta mano metían ella y él, emparejados, se llamasen las “filas de los mancos”. Y eso se recuerda habiéndolo visto y oído en los “cines de barrio” de Oviedo, el Asturias (en el Postigo) y el Santa Cruz (en la calle de la tal). Pudiera ser –escrito sea incidentalmente- que algún lector piense que el último cine mencionado no era propiamente de barrio, lo cual en parte es verdad, pues la calle Santa Cruz no era de barrio sino de centro, viviendo en ella burgueses del tamaño del notario Linares y López, y teniendo en ella la consulta los oculistas Fernández y Vega, que fueron dos desde el principio, como Camilo y Blas, confiteros o confitados. ¿Serían uno? Lo que al cine Santa Cruz dio el carácter de “barrio” fue lo de sesión continua y permanente, y las butacas de escay. Lo del Teatro Principado, frente a la Funeraria “Fortuna”, con sesiones de 5 de la tarde, 7,30 y 10,45 era de otro postin.
Por eso, además, resulta normal y adecuado que el Ordinario de Oviedo y de la Provincia eclesiástica, en su carta semanal del jueves 1 de junio último, tan leída en el diario LaNueva España, reclame en titulares y con urgencia braceros para una inmensa mies. Ni valen muñones, ni “sin dedos”, ni siquiera los “seis dedos”. Como debe ser.
Y quiso también Dios que gracias a un manco precisamente, apellidado Cervantes, se llamase Palomeque el ventero –hoy sería empresario hostelero- manchego que “armó” caballero a Don Quijote con arreglo a la Ley de la Caballería, momentos anteriores a la llegada a la venta del castrador de puercos. Más adelante, en otro capitulo, aparecerá entre tantas manchegas, una moza asturiana: Maritornes “ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana “, y siendo la otra asturiana de El Quijote, la pedigüeña doña Rodríguez, que fue dueña y guardadora de las criadas en la casa del Duque.
La relación entre uno y otro Palomeque –el manchego del secarral y el astur de las humedades- fue indicio de las intensas relaciones entre lo asturiano y lo manchego-toledano, como tendremos ocasión de comprobar. La “cosa” empezó hace siglos con aquello de la “Monarquía astur”, que parecía muy de aquí y era como los de allí: de godos y más godos, incluido el totémico Pelayo Rey. Una peculiaridad de esa Monarquía fue haber tenido por Rey a un casto varón (Alfonso II), muy presente en el callejero ovetense y en lo “Balesquido”, más con referencia a la Cofradía que respecto a la Sociedad Protectora. Aquello es peculiar, pues patrocinar la castidad, es más propio de Repúblicas. Se dijo que don Manuel Azaña, Presidente de la II República española fue un hombre casto, lo cual nada de extraño tiene habiendo sido funcionario de la Dirección General de los Registros y educado por frailes agustinos en el Monasterio de El Escorial, lugar habitual de procesiones de esqueletos y de pudrideros reales, como bien lo cuenta en su novela El jardín de los frailes”.
No hay institución jurídica menos casta que una Monarquía, en la que todo o casi es “mendeliano” y “cromosomático”, incluidos los premios, festejos y jolgorios que patrocina. Una Monarquía, para auto-estimarse- ha de ser de espermatozoides de mucho movimiento, que den saltos, saltones como los salmones, a la caza de los ovulitos. Lo contrario sería una patología monárquica, un “balduinismo”, como el esposo de la santa Fabiola o Favila. Y en aquella Monarquía, de reyes godos y castos, parece que las mujeres lo fueron menos, pues supieron unir lo pendenciero, tan escondido, a la listeza y la astucia.
Disponemos aquí, en Asturias, de dos eruditas y letradas en reinas asturianas, excluida la reinante actual que ni es goda ni gótica. Una de las dos, erudita y letrada, sabe mucho de la Reina Urraca y la otra sabe mucho de la Reina Adosinda; ambas eruditas son viudas, una sin hijos y otra con bastantes, un total de trece; una es “candasina” y del Sporting, y la otra muy linajuda y de Oviedo; una se llama doña María Teresa Álvarez y la otra Doña Matilde García-Mauriño, antigua alumna de las Madres Dominicas, las de la calle Pérez de la Sala de Oviedo, que bien merece, por sus muchos méritos, que la pintemos con literatura cualquier día.
Si primero se adelantaron los mieleros de la Alcarría, allá en los mediados años cincuenta del pasado siglo, con sus blusones oscuros y pantalones de pana, esparciéndose como una plaga por Oviedo, luego, años más tarde, fueron las lagarteranas, llegadas de la Mancha toledana, las que invadieron el Campo de San Francisco y portales de postín, vestidas con muchos perifollos. Recuerdo haber preguntado qué eran aquéllas estrafalarias damas, y recuerdo la respuesta, como para quitarme de en medio: “Gitanas, y gitanerías”.
Parece ser, después de muchas investigaciones, que la presencia en Oviedo de tanta nativa de Lagartera (Toledo), fue a instancia de un afamado negocio ovetense, cuyo giro social y así se anunciaba en Radio Asturias a las tres de la tarde: “Bordados Anziola”, calle Argüelles, 3. Oviedo”. En aquel tiempo el trajín de las escaleras de madera, de olor a cera, de acceso a los pisos altos, era inmenso, pues muchos subían y bajaban, y en los descansillos, de olor a lejía, se podían encontrar, juntos o separados, al cobrador de “El Ocaso”, a las limosneras Hermanitas de los Pobres, con convento en la calle González Besada, o a las lagarteranas vendiendo mantones y mantillas –los de Correos jamás subían, había que recoger las cartas bajando al portal.
Lo más sorprendente de la relación entre lo manchego y lo astur acaeció allá en los finales de los años sesenta con ocasión de los denominados “Itinerarios históricos” del Profesor Ignacio de la Concha, cuñado de Matilde. Fue con ocasión de un “itinerario histórico” por los campos manchegos y de Montiel, siguiendo a don Quijote y a las señoriales Órdenes militares –en especial la de Santiago, la de Quevedo-, cuando en Consuegra, pueblo de Toledo, un estudioso y sabihondo local, con bigotito de la época, –un cronista como mi querida Doña Carmen Ruiz-Tilve- dijo a la expedición estudiantil la siguiente bomba: que los astures descendían de los de Consuegra, de los de “Consaburo”. Nadie se atrevió a llevarle la contraria.
Pero lo más, lo más sorprendente aún de la indicada relación, “lo más de lo más”, todo una epopeya, ocurrió allá por el año 2011, cuando la Caja de Ahorros de Asturias absorbió a la Caja de Castilla La Mancha a través de la filial Liberta. Lamentable: una Caja de Ahorros poderosa y muy popular, cuyo declive empezó cuando llegaron a ella los que nunca debieron quedarse. Y más no debo escribir sobre ello, pues de la Caja de Ahorros de Asturias, la verdad es que sé muy poco.
Y, para después del susto, estimado lector y lectora, procede que se cure el hipo, que de eso murió, según la monja y papisa Pascalina, el aristócrata romano don Eugenio Pacelli.
Corresponde ahora a los lectores hacer su particular lista de pertenecientes a la familia astur o ibérica, ampliando, sin ninguna duda, la lista de personajes del teatrillo de Farsa, Robo y Calamidad.
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