Un San Francisco en el Campo de San Francisco (Oviedo) |
¡La vida es vivir!
A las 19,30 horas, en la sede del Ateneo de Gijón, el P. Víctor Herrero de Miguel, perteneciente a la Orden de Frailes Menores Capuchinos y amigo mío, disertará sobre el siguiente tema: “De San Francisco de Asís al Papa Francisco”.
Un San Francisco de Asís, franciscano de sí mismo, que no queriendo poseer nada, ni pelos en la cabeza (por eso siempre rapado) ni calzas en los pies (por eso siempre descalzo), lo tuvo todo. Y un Papa Francisco, laberíntico discernidor por jesuita, que quiso llamarse como el primero de los otros, los franciscanos; no como uno de los primeros de los suyos, San Francisco Javier, jesuita de Navarra y de Asia. Eso gustó a los franciscanos y disgustó a los jesuitas.
Un San Antonio capuchino |
Mas no lo compliquemos y quedémonos –que ya es bastante- con la poesía de la Laudato sí del “Cántico de las Criaturas” de San Francisco de Asís y con la prosa de la Laudato sí del Papa de la Pampa, su encíclica “ecológica”.
Fue al poco de nacer la noche, paseando entre lo gótico viejo y lo renacentista nuevo del claustro del Convento, de frailes con hábitos blancos y negros como los “golondrinos”, de San Esteban de Salamanca, el de los frailes de Santo Domingo, custodios del gordo pavo pintado en el Coro. En ese tiempo se empezó a oír la palabra poética, cegadora más que lúcida, del P. Víctor, de la O.M.F. (capuchino) y natural de Salamanca, que recitaba el Himno al Hermano Sol de Francisco, el de Asís. Antes, mucho antes, Ya Akhenatón y su esposa, la divina Nefertiti, en la Tebaida faraónica y desértica, también miraron al Sol, al Disco Solar, y cantaron como si nada.
Y Víctor, especialista en letras latinas y del Libro de Dios, con ropa capuchina de color castaña, citó a poetas como él mismo: a San Francisco de Asís, a Rilke, a Borges, a un tal Sánchez Rosillo (murciano) y a Walt Whitman, el gran vate de América.
Víctor, partió en su plática de la que llamó la “Biblia Hebrea”, casi como hizo Lutero, que la Iglesia en el Año de Misericordia le pidió perdón. ¡Cuántos perdones y por asuntos tan graves al mismo tiempo! ¡Qué cosas Señor! Recordó el fraile al Creador y a las criaturas del Génesis en su principio, y ¡cómo no! citó a los hermanos Abel y Caín, padres nuestros ambos, y no sólo el bueno de Abel, también el malo de Caín, de la región de Nod, que se ha de leer “Not” (en Hebreo Bíblico, es sabido, las “deltas” se pronuncian como “tetas”).
Un rótulo sin limpiar |
Víctor, además de poeta, es sacerdote capuchino; o sea, que por esos dos títulos o doblemente, puede transmitirnos sueños mágicos, incluso adivinar si quisiera. Que la cripta en la que reposan los emperadores y emperatrices del Imperio Austro-húngaro esté custodiada por los capuchinos en Viena, la ciudad de los pasteles y de los cappuccinos, tiene algo de aristocrático. No me extraña que los frailes capuchinos hayan llamado la atención a Lord Byron.
Sabemos que Gijón siempre fue ciudad de jesuitas, en la que éstos hicieron grandes cosas –no dejan de repetirlo-. Los capuchinos también están aquí, pero no se les nota; no son notorios ¿por qué será? No lo sé.
Y resulta que un capuchino célebre vivió entre nosotros. Prometo que de él hablaré en la presentación de mi amigo el día 16 y le regalaré un libro; también hablaré de aquellos capuchinos barbudos que paseaban por la calle Uría de Gijón, camino del convento, lúgubre y oscuro como de fantasmas aburridos, de dos pisos pegado a la Iglesia y mirando al cine de barrio, que fue llamado en Gijón y en Paris de la misma manera: Campos Elíseos.
Nos veremos, pues, el jueves de la tercera semana de este mes, si Dios lo quiere, y escucharemos, con carácter excepcional, al nombrado fraile capuchino.
Quién esto escribe, promete la presentación y una sesión interesante.
Paz y bien.
Fdo. Ángel Áznarez. (fotos del autor)