Hay días aciagos, tristes, en los que la desolación se instala en el alma, en los que no logras levantar cabeza. Hoy es uno de ellos. Además sabes que tus amigos, aquellos más próximos, comparten contigo el dolor: el que siento desde que ayer a las diez de la noche me comunicaron que había muerto Gonzalo -el nuestro- Gonzalo Mieres.
Cuando me lo comunicaron lo primero que hice fue negarlo, acababa de recibir un correo suyo. Abrí el ordenador precipitadamente y justo, el día 26 a las 17,45 h. me había puesto un mensaje para invitarme a uno de los eventos que él organizaba. Murió, como últimamente paradójicamente me sucede con mis amigos más cercanos, con las botas puestas. El último, o más bien el penúltimo, fue Juan José Plans. También se fue sin avisar, sin ninguna señal que me dijera que debería haber aprovechado más nuestra última conversación pocas horas antes de su fallecimiento. No diré en este pequeño reconocimiento quién era Gonzalo, todo Gijón lo sabe y sé que otros lo harán por mí. Hoy tengo la sensación de haberme quedado otra vez huérfana, porque cuando se fue mi padre me dejó a Gonzalo para sustituirlo. Y él siempre me lo recordaba con su cariño, con su bondad, con las cosas que hacía por todos nosotros. Voy guardando en mi almario a esas personas que tanto quise y que ya no están, son las reservas que acumulo cuando las cosas se ponen feas. Hoy lo están.
Comparto el dolor de su mujer y sus hijos, sé que han perdido un gran tesoro. Pero cuando la tristeza deje paso al recuerdo, se darán cuenta de que durante el resto de sus vidas disfrutarán de la inmensa herencia que les ha dejado, esa que no se compra en ninguna parte y que nace en el corazón de las buenas personas. Lo que Gonzalo era en grado superlativo.