En los tiempos que corren, en lo que casi todo vale y en los que parece que lo más importante es trabajar para tener, yo estoy descubriendo un montón de amigos que, aunque me consta que siempre lo fueron, en estos momentos en los que ya me me hice mayor -no diré que lo soy, porque me viene mejor el eufemismo para mi autoestima-, en los que la vida me ha enseñado tantas cosas, fundamentalmente aquello que tiene valor y lo que no, me estoy dando cuenta del importantísimo caudal de amigos/as que tengo. Algunas veces me pregunto dónde estaba yo para no prestarles la atención que se merecían. Pues al hilo del homenaje que Gonzalo Mieres organizó para recordar a mi padre, se han instalado en mi vida una serie de personas entrañables que me demuestran en cada momento que me quieren bien. Probablemente lo que más me sorprende es que nunca me han perdido de vista, y no lo han hecho porque yo era la hija de... Ni que decir tiene lo orgullosa que me siento de que así haya sido.
Hoy he recibido este recorte del obituario que en su día escribió el inolvidable cura párroco de Sotiello, Ángel Eladio Argüelles, "alma mater" de tantas cosas en la Abadía de Cenero. Y lo de "alma mater" no es cosa mía -aunque también podría serlo porque opino lo mismo-viene de Ángel Salas Blanco, que es quien me lo envió. Otro amigo que siempre estuvo ahí, pero que ahora incorporo a mi elenco particular de "entrañables". En ese sitio especial donde tengo a Gonzalo Mieres, a Joaquín Fuertes, a Belén Encinas, a Luis Argüelles, a José Marcelino García, a Luis Fernández Roces, a José de Arango, a... tantos: cada vez más. Y a otros muchos que ya no están, pero que siempre tendrán un sitio en mi "almario".
Gracias amigos, sin vosotros no sé qué sería de mí.