FAUSTINO FALLECÍA EL PASADO 14 DE MARZO |
Nunca dejé de leer ni una sola línea de quien me dio asilo en su mesa. Era mi maestro. Era mi cómplice. Era mi amigo. Era mi compañero del alma, compañero. De regreso de algún pueblo, con mis chirucas manchadas de barro, me llevaba hasta el “Pasapoga” de Modesto el de La Estrada de Mallecina o a “La Paloma ” de Ubaldo el del Barrio, también de Mallecina por supuesto, a tomar algo mucho más suave de lo que pedía para él. Él con su pipa. Yo con mis “farias” de carretero. Era mi hermano menor. En el cajón de su mesa quedó un día el viejo diccionario de bolsillo con el que salí del pueblo hace más de medio siglo para, loados sean los dioses, llegar a sentarme en la mesa del maestro y recibir, cada tarde, sus lecciones magistrales sobre periodismo, la Asturias profunda, la vida.
Desde las riberas del Aranguín, algo inutilizado por una dolencia sin mayor importancia, tengo preparada una rama florida de una pescal que se adelantó a la primavera para depositarla sobre las aguas y que éstas la lleven hasta San Esteban de Pravia, hasta el mar que es el morir, como homenaje de este periodista de pueblo a mi maestro Faustino que un día me dejó su mesa y su maquina de escribir a la vez que me sonreía y que me rebautizó cariñosamente como José de Arimatea. Faustino F. Alvarez era así. Cualquier día, nos vemos, maestro.