En el hormigón de acera de la calle Uría, sentado en posición de loto, vacío de gloria y con mano desarmada, parece un leve adolescente mal dormido, al que los frailes capuchinos le dan cada mañana café caliente de colegial enfermo. Su cara, delgada y palidísima (igual a la de Meter O´Toole, en “Tomás Becckete”), tiene ojos color de miedo que miran con insistencia hacia abajo. Ha sobrevivido al cementerio de su generación y, a ras de tierra, él (y yo), hilvana y deshilvana una historia confusa y coquera, un blues negro con noche de luna muerta entre los dientes. Algunos bocones le llaman al pasar borracho, cabrón, vago… Dice llorar todos los días y que hace tres meses, en cama de trullo, tuvo un bis a bis con Ana, su mujer, en Villabona, a la que escribe, solitario entre la gente, cartas de amor. La toga española metió a Chema por el alma dieciséis años de cárcel, y ahora (él ya cumplió) su mujer está también en el talego por una antigua trifulca. Mitiga las averías de la vida leyendo versos de Lord Byron, de Alberti, de Juan Ramón y Lorca. Y tiene a Homero y Henry Miller en un bolsón de intemperie que, como un viejo amigo, malvive a su lado, y en el que también guarda recado de escribir y otros pertrechos. A veces, nieva el hambre sobre este filólogo de título, teutón de nacimiento, de padre madrileño (maestro repostero) y madre gijonesa (de El Llano), que tuvieron dulcería en la calle de San Antonio. La cerveza transparente, que es doncella y musa, la toma Chema para que habite su sangre y le cuente cosas de amor, que él escribe y manda, por el cartero de Neruda, a su amada prisionera. Y tiene un hijo, que mora en el centro del alma. Un hijo que es para él lo único puro y limpio de su vida, y más que verlo y disfrutarlo, ya sólo lo imagina. Y así, desde su cuarto/pensión, con escasez de ropa y trasquilado de pobreza, todos los días cruza la ciudad y viene hasta este desfiladero de la puta calle a sentarse sobre las barajas de piedra de la acera, cerca de la iglesia, de los bancos carteristas, de la plazuela de un escritor excelso, al mismo pie de un supermercado luminoso, con grandes letras en blanco y rojo que dicen: “Familia”
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