Foto de ÁNGEL MURIAS |
La Cruz Roja sobre fondo blanco es la bandera más popular de todos los tiempos como símbolo de la militancia religiosa y de la protección divina. La bandera fue utilizada por los cruzados, por los templarios y siglos más tarde la convirtieron en bandera de Inglaterra.
Esta cruz latina de gules –el color del rojo vivo- que simulan una espada con tres flores en la empuñadura y en los brazos servía para que los caballeros que la portaban pudiesen clavarla en la tierra y así poder orar. Así se representaba el honor sin mancha. La Cruz de los Caballeros de Santiago –con ella estampada en el estandarte y en su capa blanca- tenía una venera en el centro y una al final de los brazos.
En la catedral de Santiago de Compostela –del siglo XII- hay una representación de la leyenda de la batalla de Clavijo entre las tropas del rey Ramiro I (842-850) y los musulmanes en el año 844, gracias a la aparición del apóstol Santiago a lomos de un caballo blanco. Debido a ello, el rey Ramiro I dispuso que todos los pobladores de aquella naciente España pagasen un impuesto al apóstol Santiago para el mantenimiento de su santuario que fue erigido por el rey Alfonso II “El Casto”. Esta obligada donación puso punto final al tributo de entrega anual de cien doncellas cristianas que hasta entonces había que dar a los musulmanes. La escultura de Santiago a caballo –popularmente llamado “Santiago Matamoros”- que presidía la catedral desde el siglo XVIII mostraba las doncellas arrodilladas ante el caballo blanco de Santiago, mientras caen las cabezas de turcos, herejes y paganos entre las patas de su montura.
Tres siglos después, en el año 2012, el cabildo de la catedral de Santiago decidió retirar la polémica estatua para evitar susceptibilidades y no herir sensibilidades de otras etnias, al considerar que en estos tiempos de consenso con el mundo musulmán no era una obra escultórica políticamente correcta.
El culto al santo patrón de Galicia, el apóstol Santiago se debe a la respetable tradición cristiana de que allí está enterrado, aunque no ha sido documentalmente probado por nadie. Jacob el hijo de Zebedeo y hermano de Juan el Evangelista conocido como Santiago el Mayor nunca se ha demostrado que haya estado en la península Ibérica para predicar el Evangelio, ni para nada.
Sobre los restos que supuestamente se conservan bajo la catedral de Compostela jamás se han realizado pruebas científicas y la autenticidad de los mismos ha sido puesta en duda en numerosas ocasiones por quienes han investigado la historia sin ataduras.
En el año 1900, el hagiógrafo Louis Duchesne publicó en la revista “Toulouse Annales du Midi” un artículo titulado “Saint Jacques en Galice” en el que mantiene la tesis de que quien está realmente enterrado allí es Prisciliano, basándose en el viaje que sus discípulos hicieron con los restos mortales del hereje hasta su tierra natal.
Años después tanto Miguel de Unamuno como el historiador católico Claudio Sánchez-Albornoz escribieron en contra de las creencias ortodoxas cristianas. Claudio Sánchez-Albornoz, en su libro “En los albores del culto jacobeo” se puede leer este párrafo:
“...pese a todos los esfuerzos de la erudición de ayer y de hoy, no es posible, sin embargo, alegar en favor de la presencia de Santiago en España y de su traslado a ella, una sola noticia remota, clara y autorizada. Un silencio de más de seis siglos rodea la conjetural e inverosímil llegada del apóstol a Occidente, y de uno a ocho siglos la no menos conjetural e inverosímil traslatio. Sólo en el siglo VI surgió entre la cristiandad occidental la leyenda de la predicación de Santiago en España; pero ella no llegó a la Península hasta fines del siglo VII”.
De hecho hasta el polígrafo asturiano Constantino Cabal en su libro “Alfonso II El Casto” pasa de puntillas sobre el tema del descubrimiento del supuesto sepulcro de Santiago. A quien no fue un historiador ortodoxo escribió que le parecía débil la relación entre el anacoreta Pelayo, el obispo Teodomiro y la Corte del rey Alfonso II “El Casto”. Hasta se apoya documentalmente en las publicaciones del historiador jesuita Zacarías García-Villada para argumentar que es algo que no resulta fácil de contrastar. Según Constantino Cabal lo que se sabe dos siglos y medio después es que es que, sin que el narrador aduzca su prueba de referencia y sin que tampoco conste que en su comprobación interviniese la autoridad de la Iglesia, todo son conjeturas sin base alguna.
Lo que sí se ha documentado fehacientemente es la existencia de un cementerio de origen céltico y reutilizado en distintas épocas por diversos grupos. Por los primeros cristianos llegados a la zona del fin de la tierra en el siglo tercero, por los suevos que ocuparon aquellos territorios en el siglo quinto, por los godos en el siglo sexto y por los musulmanes en el siglo octavo. Estos descubrimientos sólo prueban que aquellos campos de estrella –Compostela- era una necrópolis precristiana en la que podía ser frecuente la aparición de los fuegos fatuos que brotaban de las tumbas en algunas noches.
De lo que no cabe duda alguna es de que el camino hacia el fin de la Tierra fue una ruta hermética, en la que los peregrinos se guiaban por la estrellas de la Vía Láctea. Aquellas tierras del Non Plus Ultra era un mítico escenario para la celebración de ancestrales cultos celtas. Hasta hay historiadores que afirman que los druidas realizaban una peregrinación que tenía como etapa final el de los confines del mundo conocido hasta entonces. Tanto los cátaros, como los templarios defendieron siglos después las mismas tesis que el gnóstico Prisciliano.
Ya en la época paleocristiana se tiene constancia de que los discípulos de Prisciliano recorrieron esta enigmática ruta portando a hombros el cadáver de su maestro de retorno a su tierra natal.
Después de todo lo escrito, para que lo no he encontrado explicación alguna es para la impactante experiencia existencial de ver la Cruz Roja en una luna llena el 25 de julio, festividad de Santiago.
La fotografía es de Ángel Murias.