(1ª Parte)
En el último mes de noviembre, el Papa Francisco, con ocasión del Congreso internacional sobre Sor María de Jesús de Ágreda, recordó que esta monja (1602-1665) fue una mujer contemplativa y excepcional. Fue definida, según el mismo Papa, por la Orden a la que perteneció, como “enamorada de la Escritura”, “mística mariana” y “evangelizadora de América. Dicha Orden es de la Inmaculada Concepción, también llamada de “las monjas concepcionistas”, habiendo sido fundada por la portuguesa Santa Beatriz de Silva.
En el acto, en el Vaticano, celebrado en homenaje a la Madre Sor María de Jesús, ésta siguió sin ser proclamada beata o santa; únicamente “venerable” (derivación del sustantivo latino veneratio), paso previo a la condición primero de beata y luego santa. Así desde los lejanos tiempos del Papa Clemente X en el siglo XVII. En el Vaticano se vieron, con jolgorio papal, a varias monjas de la Orden de la Venerable con sus tradicionales hábitos blancos y capas azules. Por el azul de la capa monjil, los indios, indígenas en las montañas de Sonora, en Nuevo México, llamarían la “dama azul” a la dama que se les aparecía durante el día, y dándoles a conocer las enseñanzas de Cristo. Esa dama, sin moverse de su convento en Agreda, parece que fue Sor María de Jesús, en místico fenómeno llamado “de la bilocación”, al que nos referiremos más adelante.
El uno de enero de este mismo año, el ya 2024, en Religión Digital, leí el interesante artículo del teólogo Juan José Tamayo, que tal vez, con mucho optimismo y buenos deseos con ocasión del Año Nuevo, se refirió al “despertar de la mística”, destacando la abundancia de estudios e investigaciones sobre el fenómeno místico en las tres religiones monoteístas y las nuevas experiencias místicas en todas las religiones, con citas interesantes, como la de la fumadora en pipa, Doña María Zambrano.
Tiene razón el admirado teólogo palentino, J.J.T., al afirmar que las “personas místicas” fueron incómodas al poder, “sospechosas de heterodoxia, rebeldía y de dudosa moralidad” y “sometidas a todo tipo de controles de ortodoxia”, y sobre todo -añado- si eran mujeres. Después de citar a Sor María de Agreda, es acertado incluir en la lista de “algunas de las más relevantes personalidades místicas del Cristianismo y del Islam” a otra mujer, también monja y mística, Santa Teresa de Jesús. Curiosamente, Sor María de Jesús de Ágreda y Santa Teresa de Jesús (1515-1582) fueron mujeres de procedencia conversa y, para el control de ambas, la Iglesia Católica se sirvió de la Inquisición, que “las inquietó o molestó”, aunque no se atrevió a ir más allá. También la Iglesia jerárquica se sirvió de otra institución interesante para el control, dentro del Sacramento de la Penitencia, tan del Concilio de Trento y de la Contrarreforma, que fueron los “Confesores” (Sor María de Agreda tuvo cuatro).
Los confesores, también censores eclesiásticos, fueron instrumento muy utilizado y muy eficaz para el control de las místicas, todas “peligrosas”; los de Santa Teresa y Sor María de Agreda fueron determinantes, y sobre los que no podemos ahora extendernos, señalando las múltiples maniobras. Si mencionaré de pasada, las investigaciones importantes y recientes acerca de la relación entre la mística y los conversos: unos judíos conversos muy originales, y que están en la base de la importante mística española, como señaló el gran especialista don Pedro Sainz Rodríguez en su obra Antología de la Literatura Espiritual española, Siglo XVII (Vol.IV). Lo último sobre los “conversos” lo acabo de leer a Michael Ignatieff en su libro En Busca de consuelo (Taurus)
Me sorprendió que don Juan José Tamayo incluyera entre los místicos al ya fallecido, don Ernesto Cardenal, nicaragüense. Y con lo dicho no me atrevo a negar que don Ernesto fuera místico, líbreme Dios de tal temeridad; simple y humildemente, declaro no tener información bastante. Me limito a destacar la novedad que supone la inclusión de don Ernesto Cardenal en una lista de relevantes personalidades místicas, aunque desde Oscar Wilde se sabe que, a todos los efectos, es importante llamarse Ernesto. Sí, por el contrario, me pareció indiscutible a inclusión en la lista de relevantes místicos musulmanes de Ibn Arabi, natural de Murcia y joya para los murcianos; un filósofo y poeta místico, reconocido por la tradición sufí como su principal maestro. Y por las numerosas contribuciones a la religión islámica, Ibn Arabi fue llamado “el vivificador de la religión” (Escribió: “Porque mi religión es el amor”).
Mi interés por Sor María de Jesús Agreda no es de ahora, sino que viene de muy lejos, de principios de los años setenta del pasado siglo, dentro de una experiencia universitaria magistral, los llamados “Itinerarios históricos” organizados por el que fue catedrático de Historia del Derecho, don Ignacio de la Concha. Dos sepulcros en aquellos tiempos marcaron mi juventud. El primero fue el del Infante don Juan, en el Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila, único hijo varón de los Reyes Católicos, fin de la “Casa de los Trastámara” al fallecer sin descendientes, y del que la leyenda narró que “murió de amor”, siendo cierto haber padecido una desorbitada y descontrolada pasión, sin duda enfermiza, hacia su esposa, doña Margarita de Austria.
Al parecer, los furores conyugales fueron también de destacadas “Trastámara”, como la Reina Isabel, que algunos, unos pocos, quieren ahora rehacerla Santa, y parece que furor conyugal no tuvo del hermano de Isabel, Enrique IV de Castilla, llamado El Impotente. La historia, siempre menos poética, aunque a veces también mentirosa, dice que murió el Príncipe don Juan de fiebres raras. Y no se debe omitir que ese Real Monasterio, convento de los Dominicos de Ávila, fue también sede del tribunal de la Inquisición, muy de dominicos, y hospedaje del inquisidor Fray Tomás de Torquemada.
El segundo u otro sepulcro estaba en la Iglesia del Convento de las Madres Concepcionistas de Ágreda, de la provincia de Soria y de la Diócesis de Burgo de Osma-Soria, con catedral en Burgo de Osma y concatedral en Soria capital. Allí reposaba entonces y continua ahora reposando, el cuerpo “incorrupto” de Sor María de Jesús de Ágreda, primero priora y luego abadesa de ese convento; nacida en Agreda y soriana como las yemas de Almazán o los chorizos de Duruelo; de la Villa agredense de las tres culturas (musulmana, judía y cristiana); y también de los apetitosos “cardos rojos”, que no borriqueros.
Aún recuerdo con delicia el haber comido, en la Villa de Ágreda, en diciembre de 2011, bastantes años después de mi primera estancia a principios de los setenta, unos suculentos cardos rojos en el Restaurante, de nombre muy político, llamado “Tierra de Fronteras”, y ello dentro de las III Jornadas “Del cardo rojo”, que es también plato de Nochebuena. Y es que Sor María hizo de su casa un convento, fue una mujer muy peculiar, de dulzura y nada cardo, con conocimientos sobre ciencia política y religión inexplicables, no sabiendo su procedencia ni costando haber recibido estudios especiales, pues fue de estudios muy primeros, autodidacta.
Alfredo Alvar Ezquerra, autor del libro Felipe IV, El Grande (La esfera de los libros 2018), libro de aciertos y desaciertos, en la página 183 escribe: “En el viaje pasó por Agreda, donde quiso conocer a sor María, la monja visionaria. Monja que, por otro lado, sentía entonces enorme respeto por el rey y gran desdén por el valido y el valimiento”. Y alrededor del sepulcro en la Iglesia del Convento de las Concepcionistas, profesores y alumnos disertaron y disertamos sobre los cientos de cartas que se cruzaron el Rey Felipe IV y Sor María, desde la visita real de aquel al convento en 1643 y hasta casi el fallecimiento de ambos, en 1665.
Al parecer, unas 618 cartas en total, siendo utilísimas, esenciales, para conocer el pensamiento barroco y político del Rey y de la monja. Se dijo que en las cartas el Rey lo larga todo, hasta sus intimidades, depresiones, angustias, pecados y problemas de las gobernanzas con validos, como el Conde-Duque. La Venerable le contesta dándole consejos y recetas, siendo de destacar la frontal oposición de la Sor a esa institución, tan de los Austrias Menores, que fue el Valimiento, estudiado por el historiador del Derecho, Tomás y Valiente, en tiempos de catedrático de Salamanca, antes de la presidencia del Tribunal Constitucional.
En la red hay varios artículos míos dedicados a Sor María Jesús de Agreda, estando entre ellos el publicado aquí en Religión Digital, el 12 de agosto de 2014 que titulé Las golondrinas azules de Ágreda, quejándome en el publicado el 4 de agosto, también de 2014, titulado La monja política y la poetisa sorda de que estuviera paralizado el procedimiento de beatificación, enterándome hace días que nuevamente, desde 2018, se puso de nuevo en marcha.
En un artículo publicado en la Monografía dedicada a “Sor María de Jesús de Ágreda y la literatura conventual femenina del Siglo de Oro” (Cátedra Internacional Alfonso VIII. Soria), la profesora Consolación Baranda trascribe lo escrito por la monja: “Pasó por este lugar y entró en nuestro convento el Rey nuestro señor a 10 de julio de 1643, y dejome mandado que le escribiese y obedecile”. Añadiendo la profesora Baranda que “Felipe IV vió en la monja un instrumento y ayuda adicional, como intermediaria ante Dios, para solucionar el sinfín de problemas que atravesaba su monarquía”. Y repárese, en el recuerdo de los escritos políticos de Sor María de Ágreda, en el dato de que el gran pensador barroco, Saavedra Fajardo (1584-1648), cultivó el género filosófico-político con el fin de ofrecer a los gobernantes un espejo para el arte de gobernar lo mejor posible.
Como dijo el Papa, Sor María de Jesús de Agreda fue “mujer enamorada de la escritura”, pues a semejanza de Teresa de Jesús escribió mucho, además de muchas cartas a Felipe IV, unas seiscientas dieciocho, y a los Borja, a don Fernando y a don Francisco, unas doscientas veinte, escribió una obra mística importante, obra central, titulada Mística ciudad de Dios. Y es que Sor María de Jesús de Ágreda fue una monja mística, de raptos y arrobos, unos más ciertos y otros más dudosas, y protagonista del fenómeno de la bilocación. Y qué curioso, al, poco tiempo de estar en Ágreda, entretenido y admirado por lo que dijeron los indios de Nuevo México, los de Quiriva y Yumanes, a los franciscanos encabezados por el padre Alonso Benavides, de estar cristianizados por “la dama azul”, que estuvo allí sin haber salido de aquí, tuve que estudiar el tema cuatro de Derecho Civil, titulado “La representación”, que el profesor don Federico de Castro hacía empezar así:
”La representación tiene grande y doble importancia práctica; potencia las posibilidades de actuación de las personas, dando lugar -se ha dicho- al milagro jurídico de la bilocación”.
Aquí y ahora nos interesa la bilocación en lo místico, en Sor María de Jesús de Ágreda, mujer mística y visionaria, que por eso tanto inquietó a la Inquisición y a sus confesores, debiendo hacer referencia a esa joya de la literatura mística que es Mistica ciudad de Dios, que según su autora fue dictada por la Virgen María, que la tuvo que reinscribir por haber mandado su confesor quemarla. Y surge una palabra importante: “El milagro”.
Continuará (2ª Parte).