Siempre se dijo que la Política era de razones, razonable, aunque, con frecuencia, degenere en guerra; ahora, como novedad, se dice que es emocionante por muchas emociones, innatas unas y cognitivas. Surge aquí un problema, pues la razón siempre tuvo “buena prensa” y la emoción mala, más de persas que de griegos, en lo individual y en lo colectivo. Razón y emoción, ambas, de mucha relación con los nervios y los nervios, a su vez, relacionados con el sexo y los aparatos reproductores, muy complicados según Freud, tal como en parte, sólo en parte, explican las biografías de los dictadores, siempre disminuidos.
Fue de halago o mérito, para presumir, la atribución a una persona de mucho usar la razón, y mucho menos, un demérito, considerarla emocional, incluso descerebrada si era gobernada por las emociones. Y ello a pesar de que un portugués, Antonio Damasio, especialista en nervios, escribiera un libro titulado La inteligencia emocional. De la misma manera, no era igual de prestigioso pronunciar la palabra Democracia, siempre elegante, que calificarla de “emocional”, “Democracia emocional”, que suena más a pachanga y cachondeos.
Y a usted, lector o lectora, pregunto: ¿Es más de las razones o de las emociones? ¿Cree que las emociones son más del fascismo o comunismo y que las razones son más de la democracia? Al contestar ahora mismo en la intimidad, podrá decir la verdad, al menos la verdad de su pensamiento, que siempre tiene también una parte de mentira (pues siempre piensa y miente).
Los políticos, ansiosos de fama e idiotas, dirán que no hay emoción más intensa, que el pasar, cual travesía por el desierto, del zascandileo en palacios del Patrimonio Nacional o de Ayuntamientos, en tiempos fastos, a tener que ponerse a la cola, en tiempos nefastos, en una oficina del paro, incluso suplicar un “Avecrem” o un hueso de bistec en “Cocina Económica”. Eso y siempre, asunto importante, que no se dispongan de ahorros ilícitos, por causa de prevaricación, cohecho o de cosas aún peores, repartidos por las paredes del domicilio habitual, tan exclusivo, con muchos agujeros para instalar las llamadas “cajas fuertes”, o “de seguridad”, siempre un secreto de dos, antes de él y de ella, ahora de él y de él, o de ella y de ella.
Ahora, por ese efecto tan humano que es el “pendular”, como el de los relojes de pared con sus regulares tic y tac, todo es, según parece, una emoción emocionante en Política, donde triunfan audiencias y los “sagrados” votos a base de la magia y los magos, tramoyas, simulacros como de bomberos, de risa postiza como la de la Ministra Alegría, el azar de los dados y las trampas o mentiras. Política como el arte de “birlibirloque”, tan del gusto del republicano y barroco José Bergamín. Hasta los que están en el Gobierno proclaman que son demócratas, cuando esa proclamación es propia del estado de Oposición, pues en el Gobierno sólo se quiere el poder ilimitado. De la separación de poderes, ni oírse, deseándose todo el Poder al Ejecutivo, para el líder.
Eso crea adicción y es contagioso. A muchos ciudadanos no les basta con oír y ver eso que se llama “Sesión de control al Gobierno”, que se televisa desde el Congreso de Diputados”, es que además y después, ya casi de noche y en la cama, quieren que unos tertulianos se lo expliquen en detalle. Y por eso, es natural enfermar mentalmente, dejar de dormir, o padecer hipertensión en las arterias, y mucho de la Política no se puede entender sin añadir a lo político no sé cuál ismo, si sadismo o masoquismo, tan de adictos.
Puestos a seguir siendo sesudos, ya no con razones sino con emociones, también las científicas, lo último es la llamada neuropolítica, que es mucho más complicada que la simple política neurótica o neurasténica, tan de Freud, el austríaco de la neurosis, el del sexo junto al Poder, y otra vez con los canijos.
El previo y largo exordio se trae en verdad a cuento por lo que leí en mi periódico de cabecera, siempre el mismo, que no diré cuál es por respeto a mí protección de datos. Al lector bastará saber que soy tan antiguo que compro al día diariamente un papel y lo leo. En ese diario, en la página 25 del mismo día 25 de enero de 2023, leí en letras gruesas: “Una investigación relaciona el consumo constante de información con un mayor estrés y deterioro emocional. El ruido político daña la salud mental”.
Lo novedoso está en que por primera vez se investigó ello, no en lo del resultado, pues ese, lo de que el “ruido político” afecta a la salud mental, al incremento del estrés y a dificultar el sueño, ya era muy sabido. En España se empezó a decir, a principio de los años noventa del pasado siglo, que las tertulias radiofónicas sobre Política eran desaconsejables por ser dañinas a los nervios, y eso que en aquel tiempo los tertulianos, nuevos, eran menos ignorantes que los actuales, más viejos.
No hace mucho a un colega mío, muy de derechas y consumidor de Lexatin, ante su malestar nocturno y emparejado, al preguntarle si escuchaba alguna tertulia radiofónica o de televisión, y al decirme que sí, le advertí de los muchos peligros que corría, no sólo para dormir, sino también para descontrol crónico de su hipertensión arterial. Por tanto, el resultado investigador de los de la Universidad de Toronto, aquí ya lo sabíamos.
Y mucho antes, ya en 2016, José Luis Pardo escribió el libro Estudios sobre el malestar, políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas. El libro, por ser de un filósofo cínico, es complicado de leer; se refiere a otra cosa, a otra caricatura, pero también vale para la nuestra, la de estas hojas. A él, próximamente, por ser muy sagaz, regresaremos. Ahora quedémonos con la pregunta básica, de la física y de la metafísica, de la página 20, en la que el confesor pregunta al confesante: “¿Joven, te tocas?”.
La actual política española, muy de la neuropolítica, y de quitar el sueño a muchos, está encabezada por Pedro Sánchez, que él es toda la Política, un genio para pactos, incluidos los satánicos sin necesidad de exorcista, al que ya muchos consideran un nuevo genio como fue en su día Fernando el Católico para Maquiavelo y Gracián. ¿Y los anteriores? preguntará usted? y respondo que ya no me importan por pasados. Vayamos por partes:
I.- Una cierta Política:
No me interesan las claves científicas de la Política de don Pedro Sánchez. Nada quiero saber de las llamadas “Políticas de Caín”, de excitar rivalidades fratricidas, tan de psicoanálisis, como las de Caín y Abel, hijos de Adán y Eva, habitantes de ese extraño Paraíso, y extraño por tener hasta una serpiente. Tampoco deseo saber las llamadas “Patologías del Poder” o de la Cratología (de Kratos o poder) clínica, entre la paranoia, la perversión del gran líder y su dominación a muchos, que empieza con suavidad y que puede terminar en guerra. Quedo con lo político teatral y lo del teatro de máscaras, que es de lo falso y lo manchego o quijotesco, fabricado por Paco Nieva, el de Valdepeñas, que transitó de lo unisexual a lo bisexual; que primero fue señorona y luego (en la Academia de la Lengua) señorón, en tiempos de sexos claros decretado por el General.
Me estoy refiriendo al llamado Teatro Furioso”, también llamado de “farsa y de calamidad”, siendo la “rapidez en la acción, sorpresa, retórica burlona y énfasis satírico”. Es pues, como la Política misma y ahora. Y siempre imaginé a Pedro Sánchez subido a La Carroza de plomo candente, siendo Él la carroza y el plomo, juntos. ¿Y quién es la Coronada y el toro? Lo dijo todo el personaje de don Frasquito: “¡La Monarquía ideal! Reinar sobre cuatro gatos”. A ello responde el otro personaje de don Luis: “¡Si sólo fuera eso! Pero la gata Dominga es fecundativa como ella sola”.
Y mucho cuidado, pues donde hay farsa hay mentira, y donde hay mentira hay fascismo. Trastornos de las instituciones políticas escribió y advirtió en 2007 Luciano Vandelli.
II.- Que causa malestar, especialmente a algunos:
Ese teatrino de la Política, de “farsa y de calamidad” afecta a muchos por inauténtico, haciendo imposible su frágil bienestar, y sabiendo, a mayor razón, que los españoles, según John Elliott, somos propensos al pesimismo, al estar siempre esperando lo peor, estando continuamente en procesión o cortejo “como de flagelantes”. Y con una peculiaridad: esos mismos españoles a los que tanto el “ruido político” estresa y quita el sueño, son los mismos que experimentan atracción fatal por los cambios de Régimen político y las guerras civiles. El llamado guerra/civilismo es el estado permanente de bastantes españoles, tal como escribiera el filósofo Pardo, y esa es la hybris de algunos políticos, que siempre quieren ganar la próxima Guerra, aunque hayan perdido todas las anteriores, pues las guerras siempre las ganan los malos.
No resulta raro que un país como España, tan aficionado a la tortilla, con tortillas de muy diferentes tipos o clases, desde la de Betanzos arriba a las sevillanas abajo, unas blandas como nubes y otras compactas como piedras, tenga al mismo tiempo en un país como España dos pulsiones, la del mantenimiento del statu quo y la del cambio, de tortilla, lo cual genera estrés, desazón y un continuo “vuelta a empezar”. Y dejémonos de gaitas, que los españoles tenemos muy escasos momentos de bienestar, un numerus clausus,con la siempre esperanza de un premio de la Lotería Nacional
Y ¿qué es la llamada democracia simulativa? Lo explica Eloy García en el Estudio Preliminar al libro Poder de Guglielmo Ferraro. Quizá haya que explicarla teniendo en cuenta que hay mucho miedo, y que desacreditado lo patriarcal, ahora todo es madre, incluso la masa para hacer bollos preñados.
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