(Asuntos de Gramática y de Política)
Parece raro, pero así aconteció. Después de haber soportado a los once años un cafre, profesor de Gramática española, que era marista y natural de León, que era un “hermano” sin ordenar y que repartía más hostias que los “padres” ordenados al final de las misas, mantuve, no obstante, una permanente afición a la Gramática. El gusto por la ciencia gramatical llegó al extremo de que el libro gramatical de Luis Miranda Podadera fuese mi libro de cabecera, antecedente de los dulces sueños, sin pesadillas nocturnas por rezar siempre lo de los benedictinos de la Abadía de Solesmes: Procul recedant somnia, et noctium phantasmata (“Aleja de nosotros los fantasmas nocturnos y el engaño de los sueños”).
Desde 2019, el libro de cabecera, para bien escribir y mejor dormir, pasó a ser Glosario de términos gramaticales, de la Real Academia española y de otros, editado por la Universidad de Salamanca en aquel año. Y siempre las conjunciones en esos libros me interesaron mucho, pudiendo ser, acaso, porque todo lo terminado en “ón”, como conjunción, me agrada, o tal vez por el riesgo en el cuidado debido para no colocar una “o” donde debe ser una “u” -conjunción en vez de “conjonción”-, que puede ser terrible.
No obstante los atractivos indicados, destaco la preocupación que me causan las conjunciones por ser siempre invariables, ni masculinas ni femeninas, ni singulares o plurales, lo que no casa conmigo, que tengo afición a lo variable, a lo que lo no es definitivo, como el ius variandi de los contratos administrativos. En consecuencia, siempre preferí el Purgatorio al Paraíso y al Infierno, estos últimos, según cuentan los cuentos, siempre estáticos, permanentes. Además, para acreditar lo dicho, traigo el recuerdo de que transité del inmutable notariado, de tanta riqueza, a la variable judicatura, de tanta pobreza, y ello a diferencia de otros y de otras, siempre en lo mismo. A eso, se le puede llamar “desprendimiento ascético”.
Vayamos por partes y sin precipitación:
Los partidarios de las disyuntivas, del “o”, suelen ser autoritarios y acelerados, drásticos y rotundos, con afición a colocarte las pistolas al pecho como en duelos retadores de hace siglos, y siempre igual: “o lo tomas o lo dejas”; todo tiene que ser ya, ya, y como decía Fraga y los suyos: “y punto final”. Suelen, además, ser monógamos y celosos, les faltan los terceros tan importantes en lo sexual y lo matrimonial -el matrimonio como cosa de tres, no de dos-, pues están permanentemente con “el conmigo o sin mí”. Sus guerras son Cruzadas y han de acabar en Victoria.
Por el contrario, los partidarios de las copulativas, del “y”, parecen ser más flexibles, bizcochables, al igual que los bollos suizos, que no preñaos, con azúcar quemado y vuelto a quemar, siempre por arriba; a casi todo dicen que sí y siempre, firmes partidarios de las “terceras vías”. Creen, sin duda, en el cambio climático y en la descarbonización de La Calzada, Aboño y de todo Gijón, así como en el barrio de la Luz de Avilés.
Y de lo más importante, importantísimo, es que los de las disyuntivas separan, como si fueran albañiles manipulando cementos, de manera radical, la vida de la muerte, la salud y la enfermedad. Los de las copulativas creen, por el contrario, que la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, son de tanta proximidad que hasta se tocan, con tocamientos y roces constantes -no hay preñez sin tocamientos-, pues para preñar hay que tocar los debidos instrumentos, más o menos afinados. No sé si los cristianos somos de las copulativas o de las disyuntivas, sabiendo, eso sí, que los mahometanos son muy copulativos, pues Mahoma, en el Corán, sura Al-An,am escribió: “Dios hace surgir la vida del seno de la muerte, y la muerte del seno de la vida”. Y siempre quedan los que no son de las disyuntivas ni de las copulativas: son los de la resurrección de las carnes.
Que la muerte forme parte de la vida, y que sin ésta no se pueda entender aquélla, supuso una gran revolución, antropológica. Y qué decir de eso tan interesante que refiere que la salud y enfermedad no van cada uno por su carril sino que comparten el mismo, como si se tratara de ADIF. En general, hay salud cuando la enfermedad baja, y hay enfermedad cuando la que baja es la salud, siendo de tener en cuenta:
En primer lugar, porque, al parecer, todos estamos sanos y enfermos al mismo tiempo, siendo la llamada curación una entelequia, un imposible, como la dialéctica de Hegel. En segundo lugar, porque si coexisten la salud y la enfermedad, y esta última puede ser física o psíquica, habrá que preguntarse:
--¿Cuántos de los que nos gobiernan, y también de la oposición, que parecen tan sanos, en realidad, son enfermizos, con padecimientos esquizoides y otros desequilibrios, que creyéndose genios, en realidad son unos locos? No tienen ni siquiera, los pobres, los títulos con los que presumen.
--¿Cómo es posible que tantos presidentes de lo que sea, con los que nos cruzamos en la calle o vemos fotografiados en los periódicos, no sepan que su exaltación orgullosa sólo es pura melancolía, o/y ostentación a intervalos de depresión y manía?
Hay que definirse y volver a lo principal, estimado lector/lectora: ¿Es usted de las conjunciones disyuntivas o/y de las copulativas? Esa pregunta es el principio del Génesis y de cualquier génesis.
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