No me gustan los productos fabricados en Taiwán –o en cualquier rincón de China-, ni en la India , ni en ningún otro lugar de la tierra donde se fabrique a bajo costo. Donde las personas sean explotadas durante doce horas diarias para poder comer. Por eso cuando compro una prenda, por mucho que me guste, le doy la vuelta y leo el lugar en el que ha sido fabricada. Si procede de un país con obreros esclavizados, no la compro.
No me gusta que las tiendas de los chinos estén abiertas a cualquier hora del día, ni los domingos. Sin que nos demos cuenta están arruinando nuestro comercio, sus precios está claro que no tienen competencia, pero se trata de un comercio que hace ricos a unos pocos, a costa de la miseria de muchos hombres y mujeres que trabajan a destajo en condiciones deplorables. Y lo peor de todo no es que los productos “made in Taiwán” los vendan sólo las tiendas chinas, sino que es muy fácil encontrarse en El Corte Inglés, o mismamente en Zara –por citar las más conocidas y prestigiosas-, con bolsos, vestidos, pañuelos… en los que la etiqueta nos dice que proceden de la explotación –vamos a decirlo clarito- . Muchas veces pienso, por supuesto sin más conocimiento de economía que la administración de mis mil euros mensuales, si no podríamos salir mejor adelante potenciando el consumo de nuestros productos, y fabricarlos también en nuestro país. Si, ya sé que saldrían mucho más caros. Pero hay algo que no entiendo muy bien –o más bien nada-, y por eso me pregunto por qué en los comercios mencionados (El Corte Inglés y Zara) los precios son tan elevados como si los productos hubiesen sido fabricados es España. Me temo que se están generando enormes fortunas fabricando en Asia. Dudo mucho que Amancio Ortega, uno de los hombres más ricos del mundo, lo sería tanto si hubiese seguido fabricando en su Zara de Galicia. Seguro que no. Pero, a qué precio, con el sudor de quién se ha hecho tan rico. ¿Es que todo vale? Como dijo el Papa Francisco en una de sus primeras apariciones, “El sudario no tiene bolsillos”. Y que conste, que soy de las que no van a misa, ni sigue a la Iglesia. Pero , por fortuna, pienso en las personas que viven sin derechos y explotadas por los poderosos. No podré hacer nada por ellas, pero no colaboraré a aumentar su desgracia.