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EL PLACER DE RESPIRAR, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ RUBIO (publicado en "Religión Digital, abril 2021)

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 Parte de lo visto y oído en cinco Diócesis 


         (Segunda parte)



Lo escribí antes, en la primera parte, y entrecomillo ahora: “Cinco diócesis, para mí muy importantes como explicaré en la segunda parte. Esas diócesis son: León, Astorga, Zamora, Salamanca y Valladolid (Archidiócesis)”. Y digo ahora: No me gusta el pronominal “yo”, que a todos espanta menos a los vanos; prefiero al “nosotros”, que también es pronominal, primera persona, aunque menos. Pido, pues, disculpas por tanto yo a continuación. 


1º.-León: Por ser de casa en Valderas, pueblo del Sur y con sede episcopal en la Pulchra leonina, soy parroquiano de ese sitio, lugar que fue de paseo de Fray Gerundio con cuaderno de sermones, que nació cerca, en Campazas. Nada más llegar a Valderas pido a Emilio y Aurina, que me cuenten “cosas” del cura párroco, del primero que fue don Virgilio, luego fue don Tasio y ahora es de don Matías, que llegó de Sahagún.  Estoy de acuerdo con don Matías, que se impida la subida al presbiterio de gentes laicas para disertar bobadas sobre el muerto (en funerales) o sobre los contrayentes (en matrimonios). Eso lo prohibió el Concilio. ¡Qué obsesión de laicos, ahora, de querer subir al presbiterio y qué obsesión de curas, ahora, de querer bajar del presbiterio! Tiempo anterior a eso, fue el beso, en Oviedo, del anillo del obispo Almarcha, de León, con ocasión de su presencia en el funeral del Arzobispo Lauzurica. Sobre Valderas hay escritos míos en Internet. 



VALDERAS

2º.-Astorga: De ella poco sabía hasta que Enrique Criado Crespo, compañero de fe pública, natural de Bembibre, me aficionó a lo berciano y a lo maragato, incluidos los garbanzos y demás suculencias. Me enteré por Cunqueiro, que las manteigadas de Astorga se vendían en caixiñas amarillas en un tren, que, venido de Barcelona, circulaba por la ciudad maragata. En Oviedo hay apellidos como Botas, Orejas, Lobatos y hay nombres como Blas y Camilo llegados de allí. Recuerdo el grato desayuno en el Rialto, en la Calle San Francisco de Oviedo, en compañía con don Juan Antonio, ya obispo, pastor y oveja, que, como el anterior Camilo, teniendo a su disposición dos palacios episcopales, vivía en “casa de curas”. Le conté maravillas de juicios y sentencias, con promesas de secreto; él me habló de La Bañeza y del Venerable don Ángel Riesco. Sentí la muerte de Don Juan, y desde entonces no dejo de mirar a Astorga, habiendo escrito sobre ella en julio último (Toma de posesión en la Diócesis de Astorga y Un ecosistema espiritual y pastoral). 

      
VALDERAS HERMITA

3º.- Zamora: Éramos un grupo de chavalería, del que salieron curas, frailes, un maestro nacional llamado Abundio García Caballero, que escribió sobre localismos, tales como “chisquero”, “trinque de vino”, “talega” y “maragato” o muñeco hecho de pan, y yo también estaba. En los amaneceres de días de verano, recorríamos caminos de carros, de pueblos zamoranos, de San Miguel del Valle, Valdescorriel y de Fuentes de Ropel, recogiendo –se llamaba “espigar” lo que hacíamos- las espigas de trigo que caían de los carros, empujados por pares de mulas, tordas y con cascabeles, en tránsito desde los campos de trigo a las eras para la trilla. En aquel tiempo, en San Miguel, hubo un cura ejemplar, llamado don Fernando, gangoso como los franceses, que pronunció una vibrante homilía en el funeral por Catalina, que murió de parto. También en aquel tiempo, hubo un catequista, hermano de fraile, llamado Momines, que nos enseñaba el catecismo y la aritmética.

                   
IGLESIA DE SAN MIGUEL DEL VALLE

4º.- Salamanca: El obispo don Mauro sucedió al dominico Francisco Barbado Viejo, que ordenó sacerdotes a clérigos de la Ponti, luego famosos y muy de la Ponti. Don Mauro siempre fue humilde, no utilizó el Palacio Episcopal y dictó sobre su enterramiento, en la catedral Vieja, unas disposiciones que fueron de difícil entendimiento. Padeció mucho en esa Diócesis de tanto erudito, teólogo y canonista grandón como don Lamberto, y murió casi ciego. Recuerdo cómo de la agilidad en los Vía Crucis en la Catedral Nueva, en los primeros años episcopales, pasó a la pasividad después, sin atreverse a predicar en la Catedral Vieja, retado por dominicos ramirenses. Concluida la Misa del Jueves Santo, veo aún a don Mauro, en procesión y bajo un inmenso palio, portar el Divino Cuerpo desde la catedral Vieja al Monumento, en la Catedral Nueva, y colocarlo en la capilla cercana a la Sacristía catedralicia. El penitenciario, pequeño, redondo, y con ropas de canonjías, ya había salido del confesionario en la Catedral Vieja, habiendo apagado la luz de la bombilla del recinto para escuchar pecados.  

                                                 
PROCESIÓN EN EL INTERIOR DE LA CATEDRAL DE SALAMANCA


5.- Valladolid: Miro a la Catedral de la ciudad castellana, hoy capital de Castilla y León, antes de España entera, y no sé si estoy en El Escorial, por ser herrerianos la Catedral y el Monasterio, y dudo hasta que veo a Monseñor Blázquez, que nos hizo transitar del morado al rojo, cara triste aunque palabra de mucho “gozo”. En verdad Monseñor no me recuerda a Felipe II, a excepción del común misticismo o misantropía, que no sé lo que es lo uno o lo otro, aunque leí a Sáinz Rodríguez, Don Pedro. Valladolid fue siempre mi Madrid, por Felipe III y por Cervantes, y no precisamente por Monseñor Braulio Rodríguez Plaza, antes obispo de Salamanca y luego de Toledo. 


Valladolid siempre presente en El sermón de las siete palabras, en la mañana del Viernes Santo, y también siempre presente por el examen oral de Historia del Derecho, en el cual, el Catedrático, especialista en el olvidado “Régimen Señorial español”, me preguntó, “para nota” por los Almirantes de Castilla, de Valladolid, sabiendo que también hay almirantes en el secano. No me consta que el franciscano Cardenal Amigo Vallejo haya sido Almirante de Castilla por haber nacido donde los almirantes, en Medina de Rioseco, y constato que aún predica con brío y con mucho pelo, en La Almudena de la otra capital, Madrid y no Valladolid. 

                                             

                                              


Examinados los vídeos sobre Liturgia de la Semana Santa, concluí la excelencia litúrgica en las ceremonias catedralicias indicadas; de no ser así, nada escribiría, pues soy de los del sine sole, sileo. Tuve la suerte, además, de apreciar a los cinco prelados diocesanos, no viendo en ellos lo que veo en otros, “prelados embrujados” o “prelados-brujas”, que los hay. ¡Cómo no voy a prestar atención a la Liturgia que es sagrada “forma de formas” o Forma de Dios! ¿En que ha consistido, mutatis mutandi, mi vida profesional, el dar fe (FIDES), sino precisamente en hacer formas, que eso es autorizar las escrituras de fe pública? Sólo los ignorantes, los políticos y los que pretenden delinquir por falsedades, podrán argüir que lo importante es el fondo y no la forma.


Mi exigencia viene del Concilio que dice: “Es necesario que todos concedan gran importancia a la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral”.  Ese mandato, el de la buena Liturgia a cargo de Obispos, no ha de impedir que en ceremonias largas y durante varios días se cometan errores y/o desajustes por muchos nervios. La pretensión de lo perfecto y el exceso de escrúpulos, en lo litúrgico, puede llevar a la neurosis o a la neurastenia, siendo ese el riesgo profesional de los denominados maestros de ceremonias e imitadores, a los que se ha de facilitar, para evitar problemas mayores, una pronta jubilación.  

                             
                                                    


Ya escribimos de los “maestros de ceremonias” y ampliamos ahora diciendo que no es sencilla la delimitación de funciones entre los tales y los llamados y ordenados diáconos en las liturgias episcopales al servicio del Obispo, todos muy ordenados, unos con sacramento de Orden y otros sin él. Un diácono “mandón” quita el protagonismo o aparta al maestro de ceremonias, que le estorba, y al revés. De mucho “mando” fueron los diáconos de Astorga, joven, y de Valladolid, veterano; de mucho mando, aunque de  apariencia suave, fue el excelente maestro de ceremonias de Zamora, que el Viernes Santo cogió el micrófono y anunció una próxima colecta entrañable: la de los hermanos de Tierra Santa. El maestro de ceremonias de León fue “mandón” a ratos, pues en otros ratos el que mandaba era el diácono, elegante por el mucho pelo y de color de nieve. Y el ceremoniero de Salamanca, ya al borde de la jubilación, compañero de don Mauro en sus paseos por la Plaza Mayor, estuvo como siempre, aburrido y triste. 


Las misas del Santo Crisma, del Miércoles Santo, fueron de emoción, por la asistencia del respectivo presbiterio diocesano, o de los llamados “ungidos para ungir”;  emoción muy intensa en Astorga, indicando el Señor Obispo que en los últimos dos años fallecieron 37 sacerdotes, y siendo recordados por el Vicario, muy prometedor, Castro Pérez, que los mencionó por sus nombres y dos apellidos, en una relación de treinta sacerdotes diocesanos fallecidos, tres extra/diocesanos y dos religiosos colaboradores; en total 35. Ciertamente que la cifra, sea la de 37 o la de 35, da idea de los graves problemas de la avanzada edad del clero y de la escasez de seminaristas. Caminamos, pues, hacia lo imposible de una religión clerical sin clérigos.  

                                                    
ESTATUAS DE LA CATEDRAL DE SALAMANCA

También de mucha intensidad fueron las adoraciones de la Cruz durante las ceremonias del Viernes Santo. El único obispo que ni quitó la casulla ni se postró en el suelo, acaso por razones de conservar el frágil equilibrio, razones de edad, fue el Cardenal de Valladolid, el cual, no obstante, fue el único de entre cinco obispos en no utilizar cuartillas de apoyo al pronunciar las homilías. Y el Obispo de Zamora, acaso por el barroquismo murciano del que procede, fue el único que se descalzó. Allí en el presbiterio quedaron sus zapatos, que, por no ser mocasines, hubo de atar los cordones, más tarde, ya en la silla episcopal. El mismo obispo que, desde Zamora, se acordó el Miércoles y el Viernes Santo de Edith Stein y de San Ignacio de Loyola, respectivamente; y el mismo que declaró ante los curas asombrados, el vicario y el deán lo siguiente: “Me sigue sobrecogiendo sentarme en esta Cátedra”. 

                     

A quien fue educado viendo en lo alto de las tarimas a Hermanos con imponentes cruz en el pecho, los Maristas, las cruces pectorales de los obispos no pasaron desapercibidas, ni los pectorales enjoyados de antes del Concilio como los de monseñor Gänswein, ni los más sencillos, de ahora, del Obispo de Astorga, que utilizó dos, gustándome más el de Domingo de Resurrección, y del Obispo de Zamora, que utilizó siempre el mismo, que fueron visibles por colgarlos por fuera de la casulla. Los restantes obispos, o no los llevaban o los llevaban muy dentro de la casulla, invisibles. Fueron muy visibles las veces en que los obispos ponían y quitaban la mitra, -quita y pon- no superando en veces al número cinco por ceremonia, dejando ver así las cadavéricas calvas y calvicies episcopales. Mucho enredo se producía al quitar la mitra al tratar de que el solideo no cayera al suelo, y mucho enredo al ponerla, para que las ínfulas quedarán colocadas bien y atrás, y no se enroscaran ni con las gafas ni con la mascarilla.

                                      
TOMA DE PROCESIÓN DEL OBISPO DE ASTORGA

Y excelente, Excelsior, la música de los coros en diversas catedrales y constatación, una vez más, de que para cantar bien, señores cantantes, no basta tener buena voluntad, siendo diferentes y muy distintos, la música y el ruido. Y gracias a You Tube pudimos admirar los imponentes techos estrellados y altivos de la Catedral de Astorga, las vidrieras de la Catedral de León, la torre y paredes románicas de la Catedral de Zamora, el coro de la Catedral Nueva de Salamanca y el gran retablo de la Catedral de Valladolid. 


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Concluida la Semana Santa, sigo con la Liturgia, ahora con la de la Iglesia Ortodoxa, fascinante, rodeándome de iconos y de planos de Byzancio. Otra vez leo al cretense que la editorial Cátedra llama Nicos Casandsakis y la editorial Lumen llama Niko Kazantzakis.  Cuenta Niko, Nikos o Nico que, estando en el Monte Athos, oyó una vez que un monje pidió a un almendro que le hablara de Dios, y que al oír la petición, el almendro se cubrió de flores.  


Era también por Pascua Florida



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