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"EL JESUITA CON TRICORNIO" (tercera parte y final), artículo de ÁNGEL AZNÁREZ ( Publicado en "Religión Digital)

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Pregunta don Pietrino, el herborista: “Nos veremos mañana y me dirás cómo ha soportado la revolución el príncipe Salina”. Y responde el jesuita Pirrone: “Se lo diré ahora mismo en cuatro palabras, dice que no ha habido ninguna revolución y que todo seguirá como antes”.

El gatopardo

 

 

(A)

 

Cuando releo memorables novelas históricas, por ejemplo, Memorias de Adriano de Margherite Youcenar o El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, surge el tema de las relaciones entre la verdad en la Historia y la ficción en la Literatura, no sabiendo bien si las dos obras citadas son más de Historia que de Literatura. Sobre ello, y para aclararlo, he de volver a dos magistrales lecciones o conferencias pronunciadas en la Real Academia de la Lengua: una, la de la historiadora Carmen Iglesias, pronunciada el 30 de septiembre de 2002, titulada, De Historia y de Literatura como elementos de ficción, y otra, la del escritor Álvaro Pombo, pronunciada el 20 de junio de 2004, titulada Verosimilitud y verdad. 


Es difícil saber qué hay de verdad histórica en hechos pasados y muy ciertos, en El gatopardo, siendo tal novela verosímil, luego esencialmente literaria. En este caso, la proximidad entre lo histórico, la historiología, y la ordenación artística de las palabras, la narración, constituyen un todo interesante para historiadores y literatos. Lo mismo pasa con Las Memorias de Adriano, de consulta obligada para los historiadores profesionales muy interesados en tal Divino Emperador. No dudamos en proclamar que en Il gatopardo hay múltiples niveles de verdad, desde la científica a la de la ficción. 

 

(B)                                          

                          DIALOGO DEL JESUITA CON CAMPESINOS

 

De los ocho capítulos en que se fragmenta la novela, del capítulo primero al octavo, el quinto tiene como protagonista principal al confesor del príncipe Salina, al jesuita don Saverio Pirrone, de origen campesino, desarrollándose los hechos a finales del año 1861. En ese capítulo, en la primera parte, el sacerdote se “explica”, sin la presencia del príncipe, su señor, sobre los acontecimientos políticos que están ocurriendo en la más grande isla del Mediterráneo, todos de “porvenir negrísimo” (según el cura), que determinarán la emergencia de una nueva burguesía y el derrocamiento de la Monarquía borbónica, la Absolutista de las Dos Sicilias, del Reino de Nápoles. También se pronunciará el sacerdote sobre sus compañeros jesuitas: “La Divina Providencia  ha querido que yo me convirtiera en una humilde partícula de la orden más gloriosa de este Iglesia sempiterna destinada a alcanzar la victoria definitiva”. Y más adelante dirá: “Conozco muy bien el significado corriente de la palabra jesuita”. 

El padre Pirrone, en su San Cono natal, de visita después de la anterior, hace siete años ya, contesta a preguntas de amigos suyos (el párroco, los dos hermanos Schirò y el anciano herborista, don Pietrino), que le consideran muy bien informado por vivir entre los “señores” (nobleza), y trata de responder a preguntas sobre el jaleo político y la opinión del señor feudal o Salina “tan fuerte, tan irascible, tan altivo”. Después de explicar el padre Pirrone que a los “señores” no es fácil entenderlos, por vivir en un mundo propio y aparte, el viejo herborista y preguntón insistió, buscando explicaciones más claras y concretas de si Salina aceptaba o no el nuevo estado de cosas. ¡Pobrecillo de tanto leer se ha vuelto loco! pensó don Pietrino de Pirroni, que terminó durmiéndose por nada entender de las jesuíticas explicaciones, acerca de cuestiones tan abstractas: que si vivían los aristócratas de cosas manipuladas, de que si eran distintos y de que si irán al cielo... 

Y en estas se produjo un efecto sorprendente: “Cuando el padre Pirrone lo advirtió (la dormida de don Pietrino), se alegró porque entonces ya podría hablar con toda libertad, sin temor a posibles equívocos”. Después de explicar el jesuita, dormido el otro, que los “señores” era caritativos, menos egoístas que otros muchos, de que sabían afrontar con dignidad las desgracias, que eran de una clase difícil de suprimir, la dormida de don Pietrino se hizo profunda y “no fue fácil despertarlo y un hilillo de baba se escurría por el labio e iba cayéndole por la solapa”. Y despierto ya don Pietrino, el jesuita Pirrone le espetó, diciéndole lo que había oído a Salina: “No ha habido ninguna revolución y que todo seguirá como antes”.

                                                           

(C)                                                     

LA IGLESIA, LA REVOLUCIÓN Y EL ARISTÓCRATA

 

No hay duda de que la Revolución francesa fue una auténtica revolución. Dudas, en cambio, plantean que otras, las llamadas revoluciones burguesas, en Europa, en el siglo XIX, hayan sido tales, profundizando ahora lo que escribimos en la segunda parte. Pudiera tener razón el príncipe Salina, el de los grandes pies, al negar que en la segunda mitad del siglo XIX, en Italia y en Sicilia, se hubiese producido una revolución. Parecido pudo ocurrir en España, donde muchos negaron que los movimientos burgueses y liberales que llevaron a la desamortización de bienes eclesiásticos, a la abolición del régimen señorial y a la desvinculación de los mayorazgos, fuesen verdaderas revoluciones. Otros, por el contrario, mantuvieron el carácter revolucionario, caso de Tomás y Valiente (Manual  de Historia del Derecho español. Tecnos, 4ª edición, 1983, págs. 401 y siguientes). 


La llamada revolución siciliana ni siquiera mutó la naturaleza monárquica del Régimen político, que pasó de los Borbones (el derrocamiento) a los Saboyas. El gran derrotado fue el general Garibaldi, que sólo hubiese visto establecida la República un siglo después, en la mitad del Siglo XX (Constitución de 1947). “Lo de Garibaldi ya pasó” dice el sobrino, gran gatopardista, Tancredi a su “tiazo”. Razón tuvo en proclamar Salina: “No ha habido ninguna revolución”. En Il Gatopardo lo que se narra es el ascenso de una nueva clase social, la burguesa, personificada en don Calógero Sedàra, vestido con un burgués frack, manteniéndose el estatuto de la nobleza, gracias a sus esfuerzos conservadores, con su inconfesable unión con la del Piamonte y por su gatopardismo, radical el del sobrino y atenuado el del “tiazo”, fiel siempre a los Borbones napolitanos.

Tuvo razón el profesor Artola cuando señaló que las llamadas revoluciones burguesas, en España, no supusieron cambios en las fuerzas productivas o relaciones de producción, a diferencia de lo ocurrido en las posteriores revoluciones obreras, capitalistas e industriales. Las burguesas simplemente cuestionaron la estructura y distribución de la propiedad rústica: se aceptaron las demandas de los propietarios o burgueses rurales contra el régimen de la propiedad estamental o señorial. En Sicilia ocurrió lo mismo, siendo allí la feudalidad la característica de la propiedad rústica y con un sistema de propiedad familiar basado en la dote de las mujeres al contraer matrimonio (por cierto que sistema económico matrimonial, el dotal, de dote estimada e inestimada, que se suprimió en España por la Ley 11/1981).

Posición diferente fue la de la Iglesia a la que esos movimientos, no propiamente revolucionarios, hicieron mucho daño, privándola de bienes y hasta de los denominados Estados Pontificios. “Sólo los curas saldrán perdiendo”, dijo Tancredi. Por eso, en el capítulo primero el jesuita dice al señor Salina: “¡Vosotros los señores, os ponéis de acuerdo con los liberales, ¿qué digo?, con los masones, y a expensas de nosotros, a expensas de la Iglesia!” Por eso, también en el primer capítulo, el clérigo –según se escribe- “estaba jadeando: un dolor sincero por el vaticinado despilfarro de los bienes de la Iglesia”. 

Es natural que la posición, a lo largo de la novela, del jesuita, sea necesariamente  contraria a lo resultante del nuevo tiempo político; esa fue la postura pontifical del Papa Pío IX, encerrado en los palacios vaticanos por haber sido despojado de los llamados “Estados Pontificios”. El jesuita Pirrone dice lo mismo que decían los asesores jesuitas del Papa. Y ¡cómo no recordar al derrocado Rey Borbón de Nápoles, del que se dice que fue el único en defender a la Iglesia! y que llegó a exclamar: ¡Qué grande y bella puede ser la ciencia cuando no le da por atacar a la Religión!

(D)

 

EL JESUITA ANTE UN DRAMA EN SU FAMILIA

 

También en el capítulo quinto de la novela, datado en febrero de 1861, el jesuita, en su natal San Como, se enfrenta, no solo a las preguntas comprometedoras de sus amigos, sino ante un drama familiar –el embarazo de su sobrina- , al que hace frente de manera resuelta y concreta, sin las abstracciones y divagaciones que llevaron al sopor a su anciano amigo, el herborista don Pietrini. “Este problema -dijo- te lo resuelvo yo, Sarina, y en un par de horas”. Y lo resolvió favorablemente convenciendo a “hombres de honor”, a su cuñado, Vicenzino, y a su tío Turi, estando enfrentadas las familias a lo siciliano y por eso tan siciliano que son las herencias. Y con la radicalidad de un bisturí cortante, consigue superar los obstáculos para el matrimonio de su sobrina, dote incluida, con el hijo de su tío, el tío Turi. El jesuita se encargó de todo, incluso de la petición de dispensa matrimonial-canónica al obispo por el impedimento del parentesco, por ser boda entre primos. 


 

En Julio de 1883, a la víspera de la muerte, el príncipe Salina se volvió a acordar del padre Pirrone, ya muerto y “transformado en polvo”. Más tarde, en Mayo de 1910, otro jesuita, el padre Cortí, atiende a las tres hijas huérfanas del príncipe Salina, y todos recordaron a Pirrone, de venerable memoria en los que lo conocieron.

 

                                               (E)

 

                                          EL FINAL

 

Un siciliano escritor Elio Vittorini, natural de Syracusa, muerto en 1966, siempre comunista, y otro escritor Leonardo Sciascia, natural de Racalmunto, muerto en 1989, comunista durante un tiempo, negaron la condición de escritor al aristócrata Guiseppe Tomasi de Lampedusa, fallecido en 1959, y hoy ya a la cabeza de la escritura siciliana. Ahora este último, con su novela sobre la vida y la muerte, sobre la religión y política, sobre Sicilia y las clases sociales, subiendo y bajando los hombros en señal de indiferencia, desde el Convento de los Capuchinos, les dirá a los otros sicilianos escritores, ya polvos, en dialecto de MarsalaQuannu occhiu nun vidi, cori nun disía.


Fotos del autor

 


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