Púlpito que fue de jesuitas |
Fue radical el cambio en la apreciación de la excelencia en la literatura siciliana. De un desprecio a Giuseppe Tomasi di Lampedusa por parte de cabezas importantes y de la intelectualidad de Sicilia --ejemplo de ello fueron las opiniones de los escritores Leonardo Sciascia y Elio Vittorini-- se pasó a considerar a Lampedusa como uno de los grandes de la literatura siciliana. Un prestigio literario, el del isleño aristócrata, que aumenta sin parar.
La publicación de la Tercera edición de El Gatopardo (Editorial Anagrama, julio de 2020) y la Primera edición de Relatos (por la misma Editorial, octubre de 2020), volvió a llamar mi atención acerca de la obra literaria de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, (fallecido en 1957), siempre impresionado por la excelencia en el uso de la lengua italiana, que tiene muchos estetas enemigos de ella. Leí, hace años, la gran novela siciliana en una edición vernácula de Feltrinelli Editore, siendo el título de Gatopardo el emblema que se dibuja en el escudo de armas de la familia Salina.
Es sorprendente que un hombre, Giuseppe Tomasi, que hizo gala de una indiferencia hacia lo religioso-católico en su vida, hubiese escrito una novela que comienza con una frase de oración: Nunc et in hora mortis nostrae. Amen. A lo largo de la prosa hay una constante referencia a la Religión y hay toda una Parte, la Sexta, cuyo personaje principal es el padre Pirrone, un clérigo jesuita con hábito y tricornio (tonaca y tricorno), asistente espiritual de la familia isleña de nobles, los Salina. Un jesuita también aficionado, como don Fabrizio, a todo lo abstracto y lo concreto, lo astronómico y las fórmulas algebraicas, e hijo de don Gaetano, capataz de dos feudos de la Abadía de San Eleuterio, en San Cono, cerca de Palermo.
Un jesuita y confesor, al que el príncipe Salina alabó por su sagacidad “propia de la orden a la que pertenecía”. Más adelante, sobre la condición “gloriosa” y jesuítica del padre Pirrone, éste dice: “La Divina Providencia ha querido que yo me convirtiera en una humilde partícula de la orden mas gloriosa de esta Iglesia sempiterna destinada a alcanzar la victoria definitiva”.
Carroza palermitana |
La indiferencia religiosa de Lampedusa recuerda a la del otro siciliano eminente, Luighi Pirandello, habiéndose redactado, por ambos, escritores, una disposiciones mortis causae, semejantes y coherentes con sus respectivas no creencias trascendentales sobre el destino del “después de morir”; disposiciones para lo postmortem, de uno y otro, que fueron transcritas en artículos míos, publicados en la página web del Ateneo Jovellanos de Gijón.
Hay en la novela del palermitano hitos políticos sobresalientes. En el año 1860 las denominadas “camisas rojas” o “Los mil” al mando del general Garibaldi invadieron Sicilia, entonces del tradicional Reino borbónico de las Dos Sicilias, al grito de ¡Viva Garibaldi, Viva Re Vittorio e Morte a Re Borbobe! En el año 1861 se produce la caída de la dinastía de los Borbones de ese Reino –cambio de régimen-, incorporándose la isla de Sicilia al nuevo Reino unificado de Italia, siendo su Rey Víctor Manuel II, el primero en Italia y el último Rey de Cerdeña. En el año 1870 Pío IX pierde los “Estados pontificios” al entrar en Roma las tropas del Rey Saboya, incorporando los ex territorios pontificios al Reino de Italia y recluyéndose el Papa (“El Papa cautivo”), para protesta, en el interior de los palacios vaticanos. La voluntaria reclusión papal duró más de medio siglo y se resolvió la llamada “cuestión romana” en 1929 con los Tratados de Letrán entre Pío XI y Mussolini. En el año 1871 se trasladó a Roma a capital de Italia.
El jesuita Pirrone, confesor de la casa principesca y siciliana de los Salina, fue testigo del profundo cambio que se produjo, al ser sustituida la dinastía de los Borbones por la de los Saboya; un cambio político que pudo ser mucho más radical, evitado que fue por el “gatopardismo” siciliano o por los apoyos cínicos de los latifundistas y aristócratas sicilianos a la “revolución” de Garibaldi. Al final, ni hubo República y todo siguió igual que antes de la Revolución burguesa y liberal, fenómeno político conocido como el del gatopardismo político. Al jesuita Pirrone, según lo escrito por Lampedusa, también podemos considerarlo “testigo”, por su contemporaneidad, de las ideas de aquel pontificado radical y “contra todo”, que resultó ser el del perdedor bélico que fue Pío IX, el cual, en 1864, promulgó la encíclica Quanta cura, que contiene el apéndice Syllabus errorum, de lectura escandalosa hoy.
Y conocer el pensamiento del padre Pirrone, según la escritura de ficción de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, puede efectuarse de dos maneras: bien tomando en cuenta la intervención del clérigo jesuita desde principio al final de la novela, bien analizando exclusivamente su intervención en la importante Quita parte de la novela, cuando el sacerdote, en su lugar natal, en la cercanía de Palermo, responde a las preguntas de su viejo amigo don Pietrino sobre la opinión de la aristocracia siciliana ante el cambio de régimen político o sustitución de familias reinantes. Una sabiduría jesuítica, a base de abstracciones, incomprensible para el anciano Pietrino que llegó a dormirse, momento extrañamente apropiado --dormido Pietrino-- para seguir dando explicaciones incomprensibles el jesuita, con hábito y tricornio.
En la novela se describe la posición conocida de la aristocracia y de la Iglesia de entonces, siglo XIX, contrarios a la revolución liberal y nacional que desembocó en la unidad italiana, fenómeno conocido como il Risurgimento. El príncipe Salina se declaró firme partidario de la dinastía borbónica, absolutista, del “Antiguo régimen”, dinastía y corte muy desprestigiadas y “una monarquía en cuyo rostro asomaban las señales de la muerte”. A Chevalley el príncipe Salinas dice: “Soy un representante de la vieja clase y me siento por fuerza comprometido con el régimen borbónico al que me liga el sentido de la decencia”. El jesuita, en la línea de lo predicado por Pío IX, a sus amigos de San Cono les explicaba: “Que el porvenir era negrísimo” y que “no hay más remedio que someterse a la realidad del estado italiano que se estaba formando, calificándolo de ateo y rapaz.
Continuará En la segunda parte nos referiremos a la compañía del jesuita al príncipe Salina en su visita a Palermo en mayo de 1860; a las reflexiones sobre el Sacramento de la Penitencia; a la prudencia jesuítica de no estar empadronado en Donnafugata para así no votar en el plebiscito revolucionario; finalmente analizaremos la Quinta Parte de la novela con las opiniones jesuíticas sobre la aristocracia.
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