(Lema episcopal en modo imperativo: PERMANECED EN MI AMOR)
Don Fernando, párroco que fue del pueblo zamorano de San Miguel del Valle, hoy integrada su iglesia en el Arciprestazgo de “Benavente-Tierra de Campos”, fue un cura santo, tanto como el Santo Cura de Ars, al menos hasta su traslado a Villalpando. Un San Miguel del Valle que es el finisterre de la Diócesis de Zamora, pues ya mira y linda con Valderas, que es de la Diócesis de León y con Roales de Campos, que es de la Archidiócesis de Valladolid.
El silencio de la iglesia parroquial sólo se rompía cuando don Fernando, oficiando misas, para evitar que las mucosidades o “mocosidades” salieran por los agujeros de su nariz, aspiraba o suspiraba con mucho ruido y como hacia muy dentro. Ruido también el del monaguillo, luego cura cerca de tierras de Portugal, hijo de Dominica y hermano de Maxi, el cual, al momento de la Santa Elevación en la Misa, con la mano derecha zarandeaba la campanilla -más que sonido de campanilla aquello sonaba a cascabeles-, y con la mano izquierda elevaba el extremo de la casulla del oficiante, en ritmo con el movimiento de la Santa Hostia.
Leo ahora en el libro de la BAC Astorga y Zamora, Historia de Las diócesis españolas, que el Obispo de Zamora en aquel tiempo fue don Eduardo Martínez González, que le terminaron por renunciar de la diócesis de Zamora, pues siendo muy de Franco, al final no supo que hacer con lo del Concilio y lo demás. Dimitió.
El Papa Francisco, de Tierra de La Pampa, nombró a Don Fernando Valera, un mediterráneo, muy de Caravaca, nuevo obispo de la zamorana Tierra de Campos, de pan de hogaza, de sopas con pimentón (no pimentoneros los zamoranos, que si los murcianos como el nuevo obispo), de palomares vacíos, de vinos agrios y de fiestas muy de Cristo. Y el nuevo obispo se apellida Valera como el muy culto egaburense, por ser natural de la cordobesa Cabra, llamado don Juan Valera. Me aseguran que tal nombramiento episcopal fue susurro al Papa de jesuitas, de jesuitas, lo que no me resulta extraordinario, pues me consta el ordinario susurro de jesuitas, si bien fue más el susurro a príncipes que a papas. Un susurro de libro es el que cuenta Giuseppe Tomassi de Lampedusa en Il Gattopardo, los susurros del jesuita Padre Pirroni al Príncipe Don Fabrizio Salina. Y es verdad que el gran “susurrazo”, según Valle Inclán, fue el de un “claretiano”, no jesuita, a la “Borbona” Isabel II, poco antes de ser destronada.
Con puntualidad eclesiástica, no a las cinco de la tarde, sino a las once de la mañana, la comitiva salió de cerca del Palacio episcopal y entró en la románica plaza de la catedral de la ciudad de Doña Urraca, en mañana fría, gris, propensa a contagios víricosAllí, en el atrio catedralicio, rodeado del nuncio, del administrador apostólico, del deán, de los del Cabildo y demás mirones, el nuevo obispo besó la reliquia medieval, milagrosa y bendita, conocida como “La cruz de carne”, muy eficaz contra las pestes de otros tiempos y muy necesaria en los presentes. Y comenzó la ceremonia de consagración y toma de posesión del nuevo obispo, divida en tres partes: Liturgia de la Palabra, Ordenación episcopal y Celebración eucarística. A la España “vaciada”, de la que Zamora es ejemplo, se refirió Don José Francisco Matías, Administrador diocesano, con mucho ímpetu, valentía y movimiento.
Más tarde, ya en la nave central, El Excelentísimo y Reverendísimo don Bernardito, nuncio papal –cada vez con el cabello más blanco-, después de las Lecturas y mostradas las Letras apostólicas de la designación papal, pronunció la Homilía. El representante del Santo Padre hizo preguntas al obispo electo, respondiendo éste a SI a todo lo preguntado y postrándose en el suelo. Luego vino lo de la imposición de manos y lo de la “crismación”. Hizo el con/celebrante principal sentar en la sede episcopal al nuevo obispo, previa entrega del anillo, la mitra y el báculo.
Después de destacar lo principal, repetimos lo secundario, que ya escribimos en julio, con ocasión de lo de Astorga: “falta de concordancia” juntar dos superlativos “super” con un diminutivo “mini”; esto sólo es posible en la Secretaria de Estado actual, después de la de Bertone, y no en la de Sodano, in illo tempore.
Por la Homilía del nuncio, no se pronunció la del nuevo obispo, que, sabiendo de la afición de don Fernando Valera al lituano y judío Emmanuel Levinas, hubiese sido potente y de enjundia. Ya lo escucharemos… Diremos que es normal que la fenomenológica “alteridad” del lituano y judío, sea tan del gusto de eclesiásticos. Pienso ahora también en otro experto en Levinas, en el dominico Fray Ricardo de Luis y Carballada, Vicepresidente de la Pontificia Facultad de Teología de San Esteban de Salamanca y Presidente del Gremio de Editores de Castilla y León, que cita a Levinas predicando o impartiendo clases de Teología, como la siguiente frase oída en San Esteban, en explicación sobre la “Teología de la Creación”: “El gran pensador judío Emmanuel Levinas entendía de este modo el sentido de la creación: Saberse criatura es no poder disponer del origen”
¡Qué corbatas más feas escogen los frailes, mis admirados dominicos, cuando visten de paisano!
Continuó la Santa Misa de Ordenación episcopal, presidida ya por don Fernando, resultando la total ceremonia muy brillante, exquisita y pulcra.
Monseñor Uriarte, antes obispo de Zamora, Bilbao y San Sebastián, viejecito, fue muy aplaudido.
Emocionantes y muy interesantes las palabras finales de agradecimiento de don Fernando Valera, Obispo, que se emocionó.
Celebrante principal fue también don Ricardo Blázquez, Arzobispo de Valladolid y antes de Bilbao, que cada vez parece más místico como la mayoría de los Santos de su Ávila natal, y que tiene muy cerca, en Burgos, a un Cid Campeador, llamado Mario, que conoce tanto. Y al fin pudimos ver al tímido Don Joseba Segura, obispo auxiliar- administrador apostólico de Bilbao, del que escribimos en una crónica del último mes de junio, con mitra.
La ceremonia de esta mañana en Zamora –reitero- fue brillante, exquisita y pulcra. Enhorabuena y gracias a Dios.
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