ANTES DEL CÓNCLAVE
Aloisius Ratzinger ya descansa. Regresó del desordenado Vaticano a Castel Gandolfo, allá en lo alto, lugar de muchas flores y luz, que hasta los fantasmas son transparentes y huelen a rosas. Pasar del desorden al orden, eso siempre hizo Ratzinger. Su primer renuncio fue escapar de la “desordenada” Tubinga; el último fue renunciar al Papado desordenado. Eterno lamento germánico: ¡Cómo puede haber justicia allí donde hay tanto desorden!
Los cardenales electores el 19 de abril de 2005 no repararon en esa pulsión ciega del luego Benedicto y el Espíritu Santo nada dijo por su lengua de fuego. Sólo el cardenal Sodano, de muchos perendengues, balbuceó algo, pero no le hicieron caso; acaso la única vez que no se atrevieron a llevarle la contraria ¡Qué listo fue y es! (Sodano, naturalmente).
Allí, mirando al lago como un cisne blanco, mi bendito Benedicto pasa las horas leyendo las “estéticas teológicas” de su compatriota Urs von Balthasar, y medita sobre los tres requisitos, femeninos, de “lo bello”: integritas, proportio y claritas. Borges, por ciego, vio, con vista de lince, que el peligro de los teólogos era “pasarse”, y que, en vez de “hacer” teología, acaben haciendo sublime literatura, la del género fantástico, de tanta imaginación.
No hay duda de que Benedicto XVI no fue un Papa-Borgia; ¿Habrá sido un Papa-Borges? No lo sé y que, aunque acierte ¡Dios me perd