HUMOR Y LITERATURA
“Al borde del plato de arroz con leche que acababa de servirse el señor D´Abondo, una mosca bebía con insistente avidez. El dueño del pazo de Cecebre agitó cerca de ella la cucharilla, y la mosca no se movió. Entonces aproximó un dedo casi hasta tocarla, sin que el insecto perdiese su presencia de ánimo. Luego la empujó un poco, con prudencia, para no precipitarla en el lácteo zumo azucarado, y la mosca levantó apenas las dos patitas traseras, como para darle a entender que molestaba, y siguió sorbiendo”.
W. Fernández Flórez, El bosque animado.
WENCESLAO
Contó Haro Tecglen que un día, despidiéndose en plena calle, Fernández Flórez le dijo: “Ahora que han ganado los míos, ya no puedo escribir”. Es cierta la oración subordinada temporal: “Ahora que han ganado los míos”, pues, en caso contrario, Fernández Flórez, el 14 de mayo de 1945, no hubiese podido pronunciar el discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua. “Los suyos”, tan contrarios a la II República –el mismo amenazado de muerte por republicanos-, ganaron evidentemente la Guerra Civil española. Y fue verdad, pues desde los años cuarenta hasta su muerte en 1964, apenas escribió y desde luego sin importancia: lo último importante fue El bosque animado, publicado en 1943.
El discurso en la Academia versó sobre El humorismo en la literatura española. En él, Fernández Flórez, se pregunta: ¿Qué es el humor? Hace un serio estudio sobre el tema, criticando en toda regla a todos aquellos que consideraban que su escritura era humorística, también por críticos y profesores que le incluían dentro de los autores de “tendencia humorística”, como el periodista y también gallego Julio Camba. “En mi vida no he escrito un artículo festivo” dijo y añadió: “El humorista es un hombre particularmente serio, y yo lo soy”. Un discurso académico ya preparado en la primavera de 1936, pero “únicamente pronunciado por la boca de la chimenea de mi casa en la quena que me aconsejó el temor a los peligros revolucionarios”.
En el Prólogo a sus Obras completas, se preguntó: “¿Y cuando la crítica se empeña en descubrir humor en aquellas obras mías donde yo sé muy bien que no lo puse? Ya encasillado, no alcanzo a admitir que pueda hacer algo sin humor y lo busca y –lo que es más gracioso- asegura encontrarlo”. En la Carta al Editor con ocasión de la obra Tragedias de la vida vulgar, don Wenceslao escribió: “Tengo el honor de hacer presente a usted que yo estoy encasillado en la literatura española bajo este rótulo: humorista”; y más adelante escribió: “El vulgo –en este vulgo entran los hombres de ciencia, hombres de finanzas, directores de periódicos, políticos, artistas- cree que el humorista es un ser que consagra su vida a hacer reír a la Humanidad; supone que el fin que se persigue es la carcajada…”.
Fernández Flórez, en el repetido discurso, señaló que el humor es una posición ante la vida, que nace en el escritor del dolor y de la disconformidad ante la vida, “sin gemir ni encolerizarse, sin gritar ni prorrumpir en ayes, con burlas de muchos matices, tantos como un arco iris: el sarcasmo, la ironía y el humor, que ha de ser este último bondadoso, paternal y de mucha ternura. Burlas ante lo que disgusta y sin pretender matar al adversario: sólo a contribuir a su suicidio”. El humorista, según Fernández Flórez, no es un clown; es un hombre “perfectamente serio, que trata con toda seriedad asuntos serios”.
Llevar el humorismo a la payasada o a las carcajadas, es, ciertamente, un exceso, y en ese sentido Fernández Flórez no es humorista –él siempre tan y muy medido-; pero, siendo compatibles el humorismo y la seriedad, como en la realidad lo son, con las características del humor por él señaladas (párrafo anterior), es indiscutible el carácter de fino humorismo de la escritura del coruñés. Desde los años cuarenta mucho ha evolucionado la valoración y las características de la literatura de humor y ahora, no entonces, podemos preguntarnos: ¿Alguien pudo entonces imaginar que Shakespeare, Kafka o Beckett podían ser escritores humoristas?
Durante un tiempo la prosa de Fernández Flórez, y las novelas fueron minusvaloradas, con acusaciones de falta de una construcción sólida. Se llegó a decir: “No hay trama ni ensamblaje de partes en sus novelas, los personajes son poco humanos, el propio autor no los toma en serio, los desprecia, satiriza y hasta ridiculiza; su humor es más bien un mal humor”. Bajo ningún concepto compartimos tal crítica, considerando la prosa novelesca de Fernández Flórez de un lirismo magistral, propio de su sensibilidad de gallego y galleguista, habiendo recibido con justicia en 1926 el Premio Nacional de Literatura.
GAITERO GALLEGO |
Don Julio Casares, en contestación al discurso de Fernández Flórez en la Academia de la Lengua, dijo: “Volvoreta es, sin duda, con arreglo al criterio tradicional, la obra más propiamente novelística de cuantas ha escrito su autor; novela psicológica y de tesis en la que todo se subordina a una acción central, encarnada en dos personajes y combinada para dar ocasión al análisis sutil de los caracteres, sin que falte la intervención del medio ambiente para apoyar la evolución de aquéllos”. Muchos elogios de don Julio Casares merecieron igualmente obras como Ha entrado un ladrón, Silencio, El secreto de barba Azul (“rompe aquí abiertamente con la escuela realista y se entrega gozoso y entusiasta a la orgía imaginativa, al llamamiento de la fantasía”) y Tragedias de una vida vulgar, El malvado Caravel y El bosque animado, considerado como “un festín de imaginación que le transportó a la edad feliz de los cuentos de hadas y una suave emoción melancólica que consiguió ablandarle el corazón”.
Merece que nos detengamos en El bosque animado. En dieciséis capítulos, que se denominan “estancias”, se describe la vida en la fraga, que es un lugar concreto, cerrado, dentro de un bosque): la fraga de Cecebre. Nos remitimos al magnífico estudio del profesor José Carlos Mainer que figura en la edición de la colección Austral. Se describen con ternura las criaturas, personas (Fendetestas, Fiz Cotobelo, Geraldo y Hermelinda), animales (topos, gatos, moscas, luciérnagas, truchas) y plantas (pinos, piñas leñosas, postes), todos pobladores de la fraga, con caracteres antropomórficos y prosopopéyicos, pues los animales y las plantas hablan y razonan como los humanos. Es todo un derroche de amor a la naturaleza galaica, calificado el texto de “romanticismo bucólico”.
Tres consideraciones proceden:
A.- El bosque es un espacio literario-poético clásico; un lugar muy literario y privilegiado de fantasía y de imaginación. A él dedicó Ana María Matute su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua; lugar, el bosque, que, como dijo, fue el mundo de su obsesión literaria: un mundo misterioso, atractivo, terrorífico, lejano y próximo, oscuro y transparente. Como señaló Francisco Rico en su contestación: “Ana María Matute se perdió y encontró en el bosque”.
B.- Los que hemos vivido en la Galicia rural y la conocemos, reconocemos lo rural tal como resulta de El bosque animado y objetamos por artificialidad la película del mismo nombre, de José Luis Cuerda, y con guión de Azcona, no obstante las alabanzas generales que ha merecido tal película. Hace unos meses, releyendo la obra de Fernández Flórez, me acordé de un bosque por el que transité: ese boscaje tiene un nombre, que es “Couzadoiro” y que es una parroquia de Santa Marta de Ortigueira. De aquel recuerdo surgió un artículo que titulé Las corredoiras de Couzadoiro y que está publicado en la Voz de Ortigueira (trataremos de publicarlo en “Las mil caras de mi ciudad”).
C.- Un bosque que está en El bosque animado y que está presente en otras obras como en Tragedias de una vida, en la que se escribe: “Sobre el cielo negro se destacaba, más negra aún, la masa de árboles del bosque”, o “sentí nuevamente el rumor de la fronda del bosque”. Los estilos son parecidos, pues no hay trama única de principio a fin, sino acumulación de historias diferentes, con hilos conductores comunes en cada Estancia.
En su Discurso en la RAE habló de escritores humoristas, entre ellos los irlandeses “celtas” como Swift y Chésterton, Bernard Shaw y Oscar Wilde. Faltó una referencia al gran escritor humorista que fue Luigi Pirandello, no precisamente celta. Fue siciliano.
CONTINUARÁ
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