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"ESCRITURA Y ATENEO" (7ªparte), por ÁNGEL AZNÁREZ, publicado en la Web del ATENEO JOVELLANOS DE GIJÓN (agosto 2020)

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(VOLVIENDO ATRÁS Y REVOLVIENDO)


“Hermoso es que las obras literarias vivan, que el gusto de leerlas, la estimación de sus cualidades, y aun las controversias ocasionados por su asunto, no se concreten a los días más o menos largos de su aparición”.

Prólogo de Pérez Galdós a La Regenta.



Hace días, pocos, recibí el libro El pensamiento antiparlamentario y la formación del Derecho Público en Europa, escrito por José Esteve Pardo. Ya no me suelen interesar los libros jurídicos, pues ahora mi interés primordial está en la Literatura; excepción fue la lectura de ese libro que, si no menciona a Clarín, cita a dos personas próximas a él, ambos universitarios, juristas y amigos: a Giner de los Rios, director de su tesis doctoral sobre Derecho y Moralidad, y a Adolfo Posada. La condición de novelista y cuentista de Clarín oculta la de jurista, pues fue catedrático de Derecho Natural en la Universidad de Oviedo, cuyas explicaciones docentes fueron recopiladas por don Adolfo Posada, catedrático de Derecho Político. 



Giner, Clarín y Posada, tres kausistas, se distanciaron notoriamente del desprestigiado parlamentarismo liberal del momento, tiempo de la Restauración monárquica de 1874 y la Constitución de 1876, de casi medio siglo de vigencia (hasta la Dictadura de 1923). Clarín, republicano y de izquierdas, lo “dice” en
La Regenta al inicio del capítulo VIII: “¡Oh escándalo del juego natural de las instituciones y del turno pacífico!”; turno pacífico en el ejercicio del Poder o sistema de relevo escandaloso de los partidos: el conservador (de Cánovas) y el liberal (de Sagasta). `


Y regresemos a lo literario que es lo que nos importa. Escribe Felix de Azúa, en las calificadas “notas apresuradas sobre la novela”, dentro de sus Lecturas compulsivas (Anagrama 1998), lo siguiente: “Yo no sé cuáles son las novelas buenas y malas. Creo, por otra parte, que eso sólo lo sabe el Tiempo, pues es él quien decide ahora esto y mañana lo otro, sin que tengamos en ello otra intervención que la de simples inquilinos; en ningún caso propietarios”. El Tiempo, en el caso de Clarín, ya dictaminó: su novela es buena; y ello aunque es una novela voluminosa, respecto de las cuales -las voluminosas- el ampurdanés Josep Plá había dictaminado con ironía que es doloroso leerlas a partir de los cuarenta años.



Muy voluminosa es La Regenta, que es característica de su época y de la manera de escribir de los escritores que tenían que contar historias o estirarlas como el chicle, semana a semana, haciéndolas interminables, a modo de series sin fin. Esa manera de escribir es completamente diferente de la actual, que la rapidez impone al escritor la levedad o brevedad, tal como bien analizó Italo Calvino en conferencia que no llegó a pronunciar, por fallecimiento, en 1985. Desde ese punto de vista, La Regenta es pesada, muy pesada, interminable, nada leve. Youcenar, en el prólogo a sus Fuegos,ya escribió que todo libro lleva el sello de su época, y el de Clarín lo tiene. Leyendo las detalladas peripecias de La Regenta  se ve el color y se huele el olor de Vetusta.


Sobre el arte de novelar hay infinitas teorías. El profesor Rico dijo que se compran libros y se leen novelas por curiosidad o por la misma razón que “salimos al balcón ante un ruido extraño en la calle o pagamos un duro por entrar en el Túnel de los Horrores”; también por ganas de enterarnos del desenlace de historias o por el simple y aristotélico deseo de conocer sin más. Por eso, el escritor de novelas, como característica esencial, ha de ser un mirón, un experto fisgón, cual vieja entre visillos en pueblo de cabeza de partido; ha de saber, naturalmente, contar lo fisgado con arte, técnica o artificio.



No se trata, al leer novelas, que el lector disfrute intelectualmente ante las piruetas literarias del autor o ante los gorgoritos o filigranas del novelista, de ninguna manera. La pesada novela de Clarín es fisgoneo del más puro estilo, como si se metiese en la cama de Ana Ozores de Quintanar. De ello resultó su éxito y Clarín quitó el catalejo al canónigo Magistral y se puso él a mirar y ver, a la cercana Encimada, a la  lejana Colonia, así como al Paseo de los curas, junto al Bombé (Campo de San Francisco). 


Nada nos interesa saber qué hay de ficción o de realismo en la novela de Vetusta, qué hay de naturalismo o de romántico, pues eso son sólo disputas entre y para literatos. Clarín lo tuvo claro: buscó “golpear”, incordiar y azuzar a Oviedo y a sus habitantes, que se fastidiaran y sufrieran, para lo cual -para que se enteraran- tuvo que ser de estilo transparente y nada confuso, muy realista. Contó Pérez Galdós en el Prólogo: “En Vetusta tiene Clarín sus raíces atávicas y en Vetusta moran todos sus afectos”. Y desde luego que lo que pretendió, lo consiguió, pues la sociedad ovetense, jamás, nunca, perdonó la escritura de La Regenta, castigando a Clarín y a su familia, incluyéndose la inadmisible y terrible “ejecución”·de su hijo, el Rector Alas, en 1937. El conservador escritor Juan Valera (Tomo II de Obras Completas, Aguilar 1961, página 606 califica a Clarín de “crítico duro, cruel, injusto a veces y sobrado descontentadizo”.


Acaso con Clarín hayan acabado los adulterios como asunto destacado de novela y tal vez la literatura de amores, al igual que en Francia concluyeron las literarias aventuras de adulterios con Madame Bovary, “un Quijote con faldas” como se la calificó. En La Regenta el Don Quijote está en el cornudo Quintanar, ex Regente y esposo de la adultera, enamorada de ese don Juan de pacotilla, que fue Álvaro Mesía, y durante una representación de don Juan Tenorio en el Coliseo de la Plaza del Pan de Vetusta.  



Si Flaubert pudo decir, con orgullo que “Madame Bovary c´est moi”, eso mismo, de que “Ana Ozores soy yo” jamás, nunca, lo hubiese reconocido Clarín, acaso porque los viejos leones, como Clarín, nunca son amables, o porque los pavos reales, como Clarín, son siempre vanidosos.  


PS.- Mi buen amigo y prestigioso investigador, don Julio Escribano, de la Fundación Universitaria Española, que hace años me regaló dos libros de don Pedro Sainz Rodríguez, uno Introducción a la Historia de la Literatura Mística en España y otro Visión de España, me escribió hace unos días para informarme de que el discurso inaugural en la Universidad de Oviedo del curso 1921-1922 fue pronunciado por don Pedro y que versó sobre Clarín. 

 

 

 

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