“Me encomiendo a vuestras oraciones, al tiempo que os convoco a todos para salir en ayuda de pobres y enfermos, haciendo de nuestra Iglesia un hospital de campaña, es más, creando un “ecosistema” espiritual y pastoral que haciendo inviable cualquier tipo de abuso, cuide a los más frágiles e indefensos y facilite su crecimiento integral”.
(Fragmento de la Homilía del Obispo de Astorga, leída el 18 de Julio de 2020).
Concluida la toma de posesión ante el legado pontificio, sentado ya en su Cátedra, el nuevo obispo de Astorga leyó, ya dentro de la Liturgia de la Palabra, la Homilía iniciando así su ministerio episcopal en la nueva diócesis. Una predicación evangélica con enseñanzas destacadas y plurales, teológicas y sociales. Nos interesa ahora lo que tanto se desparrama a lo largo del texto, que es la llamada “evangelización de los pobres”, con lo que se identificó Jesús, sus más fieles seguidores, y también se identifica el mismo predicador, según dijo. Es además, lo de la “evangelización de los pobres”, su lema episcopal y reconoce el obispo no serle fácil “mantener esa prioridad espiritual y pastoral”.
No puedo omitir un artículo publicado ya hace mucho tiempo, en Le Monde, el 3 de diciembre de 1972, por el teólogo dominico, Yves Congar, titulado La dignidad de todo hombre, en el que ya decía: “Uno de los rasgos más chocantes del Evangelio y que pertenece a la función liberadora del Mesías Salvador, es que Jesús, sin cesar reintegra en la comunidad de hombres y fieles los que estaban excluidos por su pertenencia a una categoría discriminada del resto: publicanos, recaudadores de impuestos por la cuenta del ocupante; la mujer adúltera que debía ser lapidada, como Magdalena; los samaritanos y los leprosos”.
Hervé Carrier explicó una y otra vez, en la voz “Evangelización”, lo siguiente: “El evangelio social forma parte del reino de Dios. Esta observación es importante si se quiere sacar de la misión evangelizadora de Jesús algunas conclusiones relativas a la de la Iglesia. Aparecen entonces claramente que la promoción de la justicia y la liberación humana forman parte de la misión eclesial, que no puede reducirse, por consiguiente, a la proclamación de la salvación de Jesucristo, es decir, a la evangelización entendida en sentido estrecho”.
Lo prometido en el sermón es inmenso y, desde luego, no fácil. El obispo en su homilía iniciática ha sido un valiente, muy valiente; otros “colegas” no se hubiesen atrevido a tanto, prefiriendo hacer cánticos abstrusos o jugando con las palabras a lo místico. La Iglesia española tiene sobre la mesa dos grandes problemas: el de los abusos a menores, que plantea el tema de la inviabilidad de cualquier tipo de abuso, que, no obstante ir referido al futuro, vuelve al pasado y mira atrás, con especial trascendencia en Astorga (a ello nos referimos en nuestra crónica del sábado). El otro gran problema es el de las discutidas titularidades en pleno dominio de ciertas propiedades y en ciertos casos, que interpela ab radice lo de la razonable distribución de los bienes, resultando no de Justicia sino del cesaro-papismo de hace unos años, sólo unos, como el de Justiniano hace siglos.
Valentía, mucha valentía se necesitará, así como combatir ese pozo y poso de roña de siglos que es el oscurantismo y la “cultura” de lo escondido. Se dice que todo lo que duele, es lo que cura. Luchar contra lo que parece adecuado y oportuno sin serlo, tal como ha repetido un obispo de capital vasca, de cabeza poderosa, con clergyman gris, que estuvo la mañana del día 18 en Astorga y que llegó a la Seo asturicense a pie y no pedaleando bicicleta.
¡Oh cosas del azar! Resulta que para sobrevivir en Astorga, el Obispo, ahora, necesita que su músculo cardíaco esté reforzado de una forma especial, para que los sustos muchos no dejen a los sístoles sin diástoles, que fue lo que le pasó al bueno de Juan Antonio y que de manera confusa se quiso explicar en la oración fúnebre, antes de su enterramiento el año pasado, hace catorce meses.
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