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"EN VALDERAS, PAN Y TOROS", artículo de ÁNGEL AZNÁREZ ("La Nueva España", 27/08/2017)

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¡Oh tú, Camila Rebollo
Madre de este científico repollo.
Eres la madre más dichosa
De cuantas han parido alguna cosa!
(Fray Gerundio de Campazas del
Padre IslaS.J.)
 
Encina del Monte del Duque
Para llegar en coche de línea, desde Valencia de Don Juan a la villa terracampina de Valderas, hay que subir por la Avenida del Obispo Panduro, ancha como las avenidas de Paris, dejando a la izquierda el edificio fantasmal y gris de la “Cooperativa de Vinos de la Ribera del Cea” y a la derecha el velatorio de la Funeraria llamada, naturalmente, Nuestra Señora del Socorro. No sé si el velatorio de Valderas es de tantos servicios como el de Villamañán que, entre otras prestaciones, se incluyen –así lo anuncia- los trámites necesarios y posteriores al servicio funerario, tales como la baja en la Seguridad Social, auxilio por defunción y pensión de viudedad.


Hasta mayo de 1969, también se podía llegar a Valderas en tren, en el famoso “Tren Burra”, de Palanquinos a Medina de Rioseco, el único tren leonés para el transporte de cereal y conejos -no minero como los otros, pues mineros fueron el de Ponferrada a Villablino y el de León a Bilbao (Hullero), con parada éste en Boñar para degustar “nicanores”)-. La estación de Campazas fue la anterior a la de Valderas, saliendo de Palanquinos, estando distantes por vía férrea unos 10 kilómetros, con travesía por el encinar, con muchas liebres, del Monte del Duque, y paso por el puente fluvial del Río Cea, casi de grande como el del Río Kwai.


Capote taurino
El Padre Isla, hijo de Ambrosia y José, oriunda y corregidor de Valderas, respectivamente, alumbró la Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, a su vez, hijo, ficticio, de Camila Repollo y Antón Zotes, que explicó “haber sido criado en Campazas con la mejor leche del Páramo y Campos”. Una leche, por cierto, muy apropiada para resistir los endémicos estreñimientos de los nativos de la zona por causa de la mucha ingestión de leguminosas secas y grasas de cerdo. A este viajante no le consta un especial consumo de leche ni lo otro por los de Valderas.


Por una parte, aquel libro del Jesuita sigue siendo fundamental para conocer el siglo XVIII español; por eso y de ahí, que los jovellanistas, que tantos dicen serlo, lo lean con repetición. Además, el pretencioso P. Isla, casi tanto como el P. Baltasar Gracián consideró a su fray Gerundio una especie de “un don Quijote de los predicadores”, pues pretendió que “volviese a la cordura y muriese de forma ejemplar, con exhortaciones a frailes para que predicasen con decoro, gravedad, juicio y celo”. Eso que es lo mismo que pretendió Cervantes,  que se curase don Quijote de su locura, lo que llegó a conseguir, aunque sólo en la ficción o artilugio novelesco, pues en la realidad no consta caso alguno de loco, muy loco, que muera cuerdo, ocurriendo siempre lo mismo: los muy locos mueren muy locos, incurables. Asunto diferente y frecuente es creer vivir cuerdo, estando de o para encerrar.


En los pueblos de Castilla y León, tierra de trigos,  lo primero que hago es visitar a los del arte o técnica de la panadería; en Galicia, los primeros que visito son los cultivadores de esas flores tan finas que son las camelias, y en Extremadura me apresuro a saludar a los cuidadores de piaras de cerdos ibéricos, unos cerdos ibéricos que han de ser autóctonos y no cruzados con la raza de porcino blanco: nada más literario que el “Manifiesto del Cerdo Ibérico” aparecido en El País el 27 de diciembre de 2012. Si esta vez, en Valderas, visité antes a Zoilo Rueda, el de “La Meca del Bacalao”, que a doña Sara, viuda de Estébanez, la de los panes, fue porque aquél me dijo que, para comer, ya no quedaba ni pulpo con pimentón ni bacalao con ajos, y sólo una paletilla de lechazo,  que no podía esperar más;  nadie podía esperar más: ni yo ni la paletilla. Por cierto que soy lo justo de “cuchara”, tal como los finos y petimetres de ahora llaman a las lentejas y potajes.  


Salgo de La Meca de Zoilo, hoy de su heredera e hija por jubilación del artista, y me dirijo, saludando a Juan y a otros gitanos chamarileros, a La Ceca, que es la panadería de la calle Demetrio Alonso Castrillo (natural de Valderas y Ministro  de Alfonso XIII), un local, casi lindante con la casa-palacio de Castrojanillos. Saludo a doña Sara, que cada vez que la veo le falta un diente, lo cual no es sorprendente, teniendo en cuenta que antes y por estos “valles de eras”, al igual que las palanganas para el aseo, muy incómodas, eran sostenidos por palanganeros inestables de tres pies, las personas lavaban entonces sus dientes con bicarbonato. De ahí las bocas y boqueras.


A doña Sara, buena mujer y madre de tres hijas guapas, pregunto lo mismo siempre: si fue pariente del importante panadero de las localidades de San Miguel del Valle y de los demás pueblos del alfoz de Valderas (Roales, Valdescorriel y Fuentes de Ropel), llamado Miguel Estébanez Santos, casado con Teresa García Garea, padres de Víctor y Mercedes, muertos ya los cuatro.  Sara siempre me responde que no.


"Gallos" y "Gallitos"
Esta vez encuentro a Sara Estébanez  como triste y melancólica, y no porque sea viuda nueva o reciente. Una vez prometido acompañarla en el sentimiento, me cuenta lo siguiente: que recibió la visita de la inspección sanitaria de la Junta de Castilla y León, y prohibió la sanitaria, bajo sanción de cierre, que en el mismo horno cociese el pan y se asare el lechazo. Lamenté la mala suerte, siempre, de los panaderos de Tierra de Campos, pues, si en tiempos de Franco, los estirados de la “Fiscalía de Tasas” no les dejaban vivir en paz por lo del estraperlo y las harinas, ahora viene Sanidad con gaitas y melindres. Traté de consolarla recordando que, según me acaban de informar, los sanitarios, en Asturias, no dejan de inspeccionar los retretes de los restaurantes de lujo.   


Pregunto a doña Sara por su célebre nieto, llamado  Francisco Alcalá Estébanez (“Cachobo), sorprendiéndome tener en Castilla un apellido tan andaluz cual es Alcalá, cordobés en concreto, y más concretamente de Baena y Priego -muy adecuado para y por la enorme afición taurina del chaval-. El caso es que “Cachobo” es “cortador” taurino, o sea, que da cortes, quiebros y saltos a los astados a cuerpo limpio, sin capote o muleta, sin trajes de oros ni sedas de lucimiento, y que hace un par de años dio el golpe mortal, al parecer no de manera reglamentaria, al toro Rompezuelas en Tordesillas –episodio mundial del Toro de la Vega-. Que nada, que no hay manera de quitarle los toros de la cabeza al hombre –me dice su abuela-, y en Valderas menos –añado yo- pues existe hasta una asociación taurina llamada “Bendita Afición”.


Iglesia parroquial de Santa María
La tal “Bendita” organiza, con ocasión de las fiestas del Socorro, unas primorosas correrías de vaquillas por la Calle Ancha de Valderas, llena de barreras y talanqueras, que es casi tan ancha como la del Obispo Panduro y Sopaboba. Este año –en eso están- tendrá lugar el II Toro de Cajón. Y los de la “Bendita”, no sólo son de toros, también sus galgos tienen un club en El Rebeco. Lo mismo organizan una “Feria de Abril” que una jarana rociera, y el flamenco “jondo” y el superficial por doquier. Tanta es la afición a lo andaluz que, para abrir un nuevo negocio y para que tenga éxito en Valderas, sus dueños han de llamarlo: “El charco de la Pava”, “La Narda” o “El Corral de la Paquera”. Y los de la “Bendita” siempre  muy “Gallos” y “Gallitos”. Y “Lagartijos” sólo los del Ayuntamiento, en especial los de antes, que por poner en pie el Seminario, hundieron el pueblo.   


Compro una rosca de pan, unas magdalenas –como doce embolsadas en plástico- al buen precio cada bolsa de 2 euros y cincuenta céntimos, y unos cremosos “bollos” (en los pueblos castellanos no hay pasteles), lo cual no quiere decir que no sean buenos pasteleros, como bien sabemos los ovetenses, pues fueron los pasteleros maragatos los que inventaron los “carbayones”.


Digo adiós y hasta muy pronto a Sara Estébanez, y miro enfrente, en la misma calle, la casa de doña Socorro García Centeno, que, bajo su casa, tiene una impresionante bodega, casi tan profunda, abismal, abisal, como la de mi amigo Severino Zaragoza en Pajares de los Oteros, cerca de Valencia de Don Juan. Es muy interesante el suelo de Valderas, pero su subsuelo es otro mundo, inmenso y laberíntico, como laberínticas son las bodegas subterráneas, que hacen rutas y caminos infinitos; que antes de ser  para el vino fueron escondite de dragones y de sierpes gigantes amarillas como las sacaveras. Un mundo el de arriba y un mundo el de abajo, de mucha sugerencia literaria: que si Minos, Dante y Borges. Una Capadocia no en Turquía sino en León, a base de casas huecas.    


Doña Socorro fue maestra, es viuda de médico y fue hermana de cura. Me cuenta, bajando a la sima de la bodega y hacer el “cli-cli” a la pera para encender la luz, que…

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