¡Oh tú, Camila Rebollo
Madre de este científico repollo.
Eres la madre más dichosa
De cuantas han parido alguna cosa!
(Fray Gerundio de Campazas del
Padre IslaS.J.)
Encina del Monte del Duque |
Hasta mayo de 1969, también se podía llegar a Valderas en tren, en el famoso “Tren Burra”, de Palanquinos a Medina de Rioseco, el único tren leonés para el transporte de cereal y conejos -no minero como los otros, pues mineros fueron el de Ponferrada a Villablino y el de León a Bilbao (Hullero), con parada éste en Boñar para degustar “nicanores”)-. La estación de Campazas fue la anterior a la de Valderas, saliendo de Palanquinos, estando distantes por vía férrea unos 10 kilómetros, con travesía por el encinar, con muchas liebres, del Monte del Duque, y paso por el puente fluvial del Río Cea, casi de grande como el del Río Kwai.
Capote taurino |
Por una parte, aquel libro del Jesuita sigue siendo fundamental para conocer el siglo XVIII español; por eso y de ahí, que los jovellanistas, que tantos dicen serlo, lo lean con repetición. Además, el pretencioso P. Isla, casi tanto como el P. Baltasar Gracián consideró a su fray Gerundio una especie de “un don Quijote de los predicadores”, pues pretendió que “volviese a la cordura y muriese de forma ejemplar, con exhortaciones a frailes para que predicasen con decoro, gravedad, juicio y celo”. Eso que es lo mismo que pretendió Cervantes, que se curase don Quijote de su locura, lo que llegó a conseguir, aunque sólo en la ficción o artilugio novelesco, pues en la realidad no consta caso alguno de loco, muy loco, que muera cuerdo, ocurriendo siempre lo mismo: los muy locos mueren muy locos, incurables. Asunto diferente y frecuente es creer vivir cuerdo, estando de o para encerrar.
En los pueblos de Castilla y León, tierra de trigos, lo primero que hago es visitar a los del arte o técnica de la panadería; en Galicia, los primeros que visito son los cultivadores de esas flores tan finas que son las camelias, y en Extremadura me apresuro a saludar a los cuidadores de piaras de cerdos ibéricos, unos cerdos ibéricos que han de ser autóctonos y no cruzados con la raza de porcino blanco: nada más literario que el “Manifiesto del Cerdo Ibérico” aparecido en El País el 27 de diciembre de 2012. Si esta vez, en Valderas, visité antes a Zoilo Rueda, el de “La Meca del Bacalao”, que a doña Sara, viuda de Estébanez, la de los panes, fue porque aquél me dijo que, para comer, ya no quedaba ni pulpo con pimentón ni bacalao con ajos, y sólo una paletilla de lechazo, que no podía esperar más; nadie podía esperar más: ni yo ni la paletilla. Por cierto que soy lo justo de “cuchara”, tal como los finos y petimetres de ahora llaman a las lentejas y potajes.
Salgo de La Meca de Zoilo, hoy de su heredera e hija por jubilación del artista, y me dirijo, saludando a Juan y a otros gitanos chamarileros, a La Ceca, que es la panadería de la calle Demetrio Alonso Castrillo (natural de Valderas y Ministro de Alfonso XIII), un local, casi lindante con la casa-palacio de Castrojanillos. Saludo a doña Sara, que cada vez que la veo le falta un diente, lo cual no es sorprendente, teniendo en cuenta que antes y por estos “valles de eras”, al igual que las palanganas para el aseo, muy incómodas, eran sostenidos por palanganeros inestables de tres pies, las personas lavaban entonces sus dientes con bicarbonato. De ahí las bocas y boqueras.
A doña Sara, buena mujer y madre de tres hijas guapas, pregunto lo mismo siempre: si fue pariente del importante panadero de las localidades de San Miguel del Valle y de los demás pueblos del alfoz de Valderas (Roales, Valdescorriel y Fuentes de Ropel), llamado Miguel Estébanez Santos, casado con Teresa García Garea, padres de Víctor y Mercedes, muertos ya los cuatro. Sara siempre me responde que no.
"Gallos" y "Gallitos" |
Pregunto a doña Sara por su célebre nieto, llamado Francisco Alcalá Estébanez (“Cachobo), sorprendiéndome tener en Castilla un apellido tan andaluz cual es Alcalá, cordobés en concreto, y más concretamente de Baena y Priego -muy adecuado para y por la enorme afición taurina del chaval-. El caso es que “Cachobo” es “cortador” taurino, o sea, que da cortes, quiebros y saltos a los astados a cuerpo limpio, sin capote o muleta, sin trajes de oros ni sedas de lucimiento, y que hace un par de años dio el golpe mortal, al parecer no de manera reglamentaria, al toro Rompezuelas en Tordesillas –episodio mundial del Toro de la Vega-. Que nada, que no hay manera de quitarle los toros de la cabeza al hombre –me dice su abuela-, y en Valderas menos –añado yo- pues existe hasta una asociación taurina llamada “Bendita Afición”.
Iglesia parroquial de Santa María |
Compro una rosca de pan, unas magdalenas –como doce embolsadas en plástico- al buen precio cada bolsa de 2 euros y cincuenta céntimos, y unos cremosos “bollos” (en los pueblos castellanos no hay pasteles), lo cual no quiere decir que no sean buenos pasteleros, como bien sabemos los ovetenses, pues fueron los pasteleros maragatos los que inventaron los “carbayones”.
Digo adiós y hasta muy pronto a Sara Estébanez, y miro enfrente, en la misma calle, la casa de doña Socorro García Centeno, que, bajo su casa, tiene una impresionante bodega, casi tan profunda, abismal, abisal, como la de mi amigo Severino Zaragoza en Pajares de los Oteros, cerca de Valencia de Don Juan. Es muy interesante el suelo de Valderas, pero su subsuelo es otro mundo, inmenso y laberíntico, como laberínticas son las bodegas subterráneas, que hacen rutas y caminos infinitos; que antes de ser para el vino fueron escondite de dragones y de sierpes gigantes amarillas como las sacaveras. Un mundo el de arriba y un mundo el de abajo, de mucha sugerencia literaria: que si Minos, Dante y Borges. Una Capadocia no en Turquía sino en León, a base de casas huecas.
Doña Socorro fue maestra, es viuda de médico y fue hermana de cura. Me cuenta, bajando a la sima de la bodega y hacer el “cli-cli” a la pera para encender la luz, que…
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