La belleza del cuerpo está toda en la piel
Umberto Eco, El cementerio de Praga.
Supe la muerte del dottore Umberto Eco el sábado, ayer, en la madrugada. Por ser eso, durante la madrugada, se compensó en mí la tristeza ante una muerte con la alegría ante un nacimiento, el de un nuevo día. Si para morir (también para dormir) está la noche obscura, para renacer y vivir están las madrugadas. Comparto pues horario, tanto al principio como al fin de la semana –siempre- con los panaderos, con los verduleros que en un mercado central trasiegan con berzas y repollos en esas horas, y con las monjas contemplativas que, con la luz del alba, cantan maitines y laudes.
"Primero Descartes y luego Proust razonaron la conveniencia de leer a sabios, luego también a Umberto Eco" |
Durante bastante tiempo me pregunté: ¿Quiénes serán las personas, hombres o mujeres, vivientes más y mejor dotadas intelectualmente? ¿Quiénes serán los más sabios y portentosos? Y siempre me respondí: Umberto Eco, muy italiano, y George Steiner, muy judío. Desde antiguo me llamó la atención la idea de que leer a sabios es como un pensar propio por medio de otra cabeza, genial. Marcel Proust que es un aburrido, pero que a veces pensando tuvo geniales “salidas por peteneras”, escribió: “La lectura es exactamente una conversación con hombres mucho más sabios y más interesantes que los que podemos tener ocasión de conocer a nuestro alrededor”. Por eso mismo, cualquier libro, artículo, entrevista en profundidad, tanto de Eco como de Steiner, leo y releo con precisión de relojero o puntillismo de afinador de pianos.
Nada voy a repetir aquí lo que los lectores puedan leer en Internet, pero sí señalar que Eco fue original en su especialidad científica e ilimitada: la Semiótica o análisis de los signos, tantos los importantes, los del logos lingüístico como los más importantes aún, los no lingüísticos y escapados de la razón controladora. Pero si saltamos de la Semiótica a la Literatura surge un problema. Es muy difícil ser un excepcional investigador en un concreto campo de la Ciencia (las llamadas sociales y no sociales) y ser al mismo tiempo un gran novelista. Me explico: las novelas de Eco son muy interesantes, pero son novelas que llevan un calificativo: semióticas, muy interesantes para esa especialidad científica, pero heterodoxas desde la preceptiva de la Teoría de la Novela. Las novelas de Eco más que tramas novelescas son análisis de conceptos de su especialidad y significativos como la biblioteca (El nombre de la Rosa), la conspiración (El Péndulo de Foucault), un tipo de periodismo y de sus falsedades (Número cero). Y siempre, omnipresente el complot.
Y es que, para ser un buen novelista, hay que ser esa cosa tan digna y consistente que es ser unDon Nadie. Cervantes escribió El Quijote por ser un Don Nadie a base de trapichear con dineros ajenos. Kafka escribió lo que escribió por ser un oficinista o plumilla en una compañía de seguros, o sea, un Don Nadie (podría ser también lo que hoy se llama “un comercial”). Borges fue un bibliotecario de una empolvada biblioteca al otro lado del Océano. Valle-Inclán se pasó la vida para demostrar que era alguien, sabiendo que no lo era, y por eso escribió lo que escribió (La lámpara maravillosa, más que una novela).
"Un cementerio judío, que no es el de Praga" |
Quevedo, por el contrario, fue político de caciquear, y todo lo que escribió muy bien, incluso los Sonetos, son literatura política: nada de novela. Si al gran y mejor jurista del Siglo XX, el austríaco Hans Kelsen, se le hubiese ocurrido escribir una novela, lo que hubiese resultado es algo muy interesante y bien escrito para la Teoría del Derecho y del Estado (una novela jurídica), pero no lo propio del arte de novelar.
Por ello, cuando oigo de un nuevo escritor de novelas –eso tan sugestivo que se llama “novel”-, lo primero que pregunto, que es condición previa -seguida de otras numerosas- para abrir el libro, es si el nuevo escritor es un Don Nadie, pues como sea lo contrario o una celebridad del Derecho, la Teología o la Filosofía, no pierdo el tiempo, pues ya sé con lo que me encontraré; no desde luego, con excelencia novelística.
Steiner, a diferencia de Eco, nunca escribió novelas, acaso por ser laberíntico y por tener la suma inteligencia, propia de los judíos lectores del Talmud y de lo cabalístico de la Kabbalah. Mientras Steiner reflexiona sobre La barbarie de la ignorancia, los italianos piensan en otras cosas; son más creativos, con facilidad para crear lo que sea, desde el fascismo al populismo (Berlusconi), pasando por las pinturas de Giorgio de Chirico. Y Eco llevó su empeño novelístico hasta el final con su Número Cero(2015), obra que trata de analizar la paranoia, la malversación y manipulación de una llamada “ética periodística” y de algunos alucinados y de pocas luces. Esa novela me recordó al libro anterior Construir un enemigo y otros escritos ocasionales.
Se retrata a los locos de columnas y a los editorialistas aficionados o sin oficio, presididos por el gran complotista que es Braggadocio, responsable de que si un complot no sale, se invente otro; y todo en un continuum como si nada pasare y los lectores fueren imbéciles. Hay un matiz importante: el periódico de Braggadocio no era para publicar; y si fuere de publicación aquel personaje hubiese durado muy poco, pues su aliento letrinal, por nutrirse de salpicones y mondongos baratos, hubiese apestado. Número Cero es la novela más corta de Umberto Eco, pero ¿es realmente novela? No lo es, pero da igual.
Un relativista como Ecose llevó mal, muy mal, con el absolutismo religioso, incluso con el tan atenuado como el del Vaticano. Siempre anduvieron a la greña. El jesuita cardenal Martini también dialogó con él (de ello se publicó en España el librito ¿En qué creen los que no creen?) Martini, que dialogó con tantos y tantos, no pudo con Eco, que en su libro El Cementerio de Praga la “tomó” con los jesuitas, primero llamándoles exageradamente “masones vestidos con faldas” y luego haciendo decir al personaje: “No hay que fiarse nunca de los jesuitas”.
Esto último que parece muy fuerte, hay que entenderlo teniendo en cuenta el gran sentido del humor y picardía del catedrático fallecido de Bolonia, que dispuesto a zurrar a clérigos, eligió a los más importantes: no le pareció apropiado, por exceso de abuso, meterse con frailes menores o Capuchinos, o con Hermanos de La Salle o los Hermanos Maristas.
Y Eco falleció con la ventaja de saber dónde está Dios: ventaja inmensa. Dejó escrito no tener dudas de que el dios cristiano está en los cielos y que el dios hebreo está donde apareció según la Biblia, en una montaña y en una zarza; nunca más arriba.
Fdo. Ángel Aznárez. FOTOS DEL AUTOR