El cuerpo se contenta con poco: comer, hacer el amor y dormir.
Fernando Savater, Arte de vivir.
Al final de una larga entrevista en la Revista “Sala de Togas”, del Colegio de Abogados de Gijón (nº 69-Julio-2015), a la pregunta sobre un deseo por cumplir, respondí: “Lo tengo muy claro, hacer el recorrido de Puente de los Fierros a Busdongo en la cabina de una máquina eléctrica de un tren”. Eso tan claro, además, de probar que soy raquítico de deseos (y de sueños), ahora estoy en la nada, pues aquel deseo y/o sueño ya se cumplió: en una mañana neblinosa de este mes de Difuntos, de descanso para “oficinistas” –que eso soy, aunque no chupatintas, luego tampoco cagatintas-, salí, desde Trasona, subido a una máquina de Renfe, que tiraba vagones cargados con bobinas de Arcelor en dirección a Busdongo, vía Viella, con destino último al Puerto de Sagunto (las bobinas).
La emoción fue intensa, aunque no hubiese visto a factores, guarda barreras, guarda agujas ni a mozos de equipajes ni a interventores “que me picaran el billete”. La máquina eléctrica subía por los túneles de Congostinas y La Sorda (Puerto de Pajares) silbando, jadeando y chirriando en las vueltas- Eché en falta –y así lo dije al maquinista y piloto- el “Fo –Fo”, tan propio de las locomotoras, y el furgón de cola. Nada más salir de La Perruca ¡zas!: Busdongo y la panadería Díez.
Realmente ese viaje fue la caraba.
"La foto del deseo" |
RENFE siempre fue matricial para Asturias, en la que hay vías y catenarias por doquier. La empresa ferroviaria pudo haber sido grande y los “de arriba”, también llamados “los más ricos de la Provincia”, se empeñaron en esmirriarla y escuchimizarla, cual habitante de Liliput. Aquéllos llevaron a sus bolsillos las ganancias feas, y que, como ocurre en estos casos, esos mismos deambulan como fantasmas marrones, marrones, por ahí. ¡Cómo olvidar lo que fue el tren exprés “Costa Verde”, todo un clásico a las 22,30 en la Estación del Norte! Una Estación del Norte, con estanco, sala de espera, cantina y con quisco de empaque en el andén, vestido el quiosquero con un mono azul, que vendía las revistas Destino, La Gaceta Ilustrada y el El Ciervo. Todo un armonioso retablo de maravillas para ojos de mirón.
Mi fidelidad, que tantos lloros me causó, a las vías férreas, ahora, cada día, la pongo a prueba, pues al trabajar en Oviedo y vivir en Gijón, estoy en continuo vaivén, siempre en “el voy y el vengo”. Y, por imperativo ideológico, lo hago en transporte público, de colas y retrasos, aunque en empresa de un “privatus” o de una “privata”: ALSA.
"Gorro de Jefe de Estación entre poesías y poetas" |
Resulta que, saliendo desde la Estación “Alsina” de Gijón, al girar a la izquierda en paralelo a la Estación ferroviaria, el “bus” rectangular, en vez de seguir en línea recta hacia la Avenida de Portugal, gira a la derecha, vuelve a girar, pasa por rotondas, y entra al fin en la Avenida tal, previo paso por la Carretera Vizcaina (dar el nombre de carretera a una calle, sólo ocurre en Gijón, que no da a basto a meter en el callejero tantos nativos ilustres). Y todas esos bruscos y apretados giros, tienen un solo objetivo: provocar a los escasos usuarios del tren que ven al autobús pasearse tan cerca y pichi, para fastidiarlos y para que la próxima vez utilicen el ALSA.
Esto último me parece mal, pues es recochineo a lo ferroviario y humillación innecesaria: no les basta a los de la “privata” haber acabado con el transporte ferroviario en su interés, es que quieren hasta dar la puntilla, que, como es sabido, en nuestro arte taurino, es suerte a cargo de los profesionales de la carnicería.
"Bajando Pajares y después de La Perruca" |
Los compañeros de pasaje no pueden ser más variopintos: hay estudiantes con cabezas diseñadas en peluquería de barrio y a lo último, como de “zoquetería” de futbolistas o de directivos de los tales. No falta algún dependiente de mercería o de tienda de madejas de lana y agujas de punto. La tristeza de la cara los delata.
Me siento junto a músicos de Conservatorio o de orquestina, que llevan a cuestas rechonchos instrumentos de viento, que a la espalda parecen jorobas y más abajo hacen pensar en las caderas de ballena. Y lo más increible y/o sublime, lo vi el miércoles último, al bajar del ALSA a las 8, 50 en la parada de Pumarín (Oviedo): una esthéticienne o esteticista --acaso también psico-esteta--, con ojos de Cleopatria y zancos para estaturas “mini” o megazuecos, estaba poniendo tiesas las pestañas con rímel negro, usando espejito redondo, de reverso de polvera rosa.
No pueden faltar en el cajón con ruedas empleados de agencia inmobiliaria, expertos en gestión de suelos e ingenieros de desarrollos urbanísticos, por sí o por cuenta de terceros (“testaferrados”).Tampoco faltan mujeres y hombres, hablando o gritando cosas íntimas, muy íntimas, durante el viaje, por un codo o por los dos, a través del móvil entre manos y piernas, con indiferencia a lo radioactivo.
Y todo ello por el módico bono de 42 euros por 20 viajes, con derecho a empalme con autobuses de Oviedo y a Wifi.
Estamos ahora en un delicado momento ferroviario: El Administrador de Instalaciones Ferroviarias anda en tratos para privatizar esas instalaciones. El momento no puede ser más propicio para lo feo e inconfesable. Sólo pido a los empresarios, liberales, del sector que, por favor, sean clementes y que no se pasen en sus exigencias; que queremos los humildes ciudadanos seguir siendo de RENFE o ADIF, y también del Consorcio ese en el que participa ALSA y el Gobierno del Principado, tan cercanos, que parecen prójimos y de cercanías ambos.
Después de tanto escrito, como ya casi estamos en lunes, una confidencia, ya de articulista de lunes: El maquinista --ya amigo nuevo y que tan importante fue para que mi único deseo fuera cumplido--, cuando pasen unos días, y piense que me olvidé de él, le invitaré a comer en restaurante que guste: fino o de postín, a base de “carpaccio de fistulina hepática”, o grueso y de mantel de hule, a base de albóndigones al pil-pil o al “pay-pay”.
"Puente de los Fierros desde la máquina" |
Mientras tanto, ¿qué hago yo tan decaído de deseos? No sé, no sé, creo que no supe explicarme. Y Fernando Savater tan mayor…
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