El arte consiste sólo en tocar cada vez mejor el instrumento que se ha elegido.
Conversaciones con Thomas Bernhard (Anagrama, 1991, pág. 26).
"Utensilios para sartenazos" |
En el anterior artículo Tramoyas traicioneras (17.5.2015 )ya quisimos escribir sobre lo de hoy, Los judas, pero las plumas, también las estilográficas, son volátiles y caprichosas como los pájaros, que se posan donde menos se espera. Saltó la palestra la grave y gran traición a la comunidad: la corrupción. Y si primero fue la corrupción a lo grande, hoy toca la pequeña, las micro-traiciones, también cotidianas y muy del humano modo. Dejemos, por ahora, la traición de las élites económicas y políticas, la traición de los clérigos, la de los traductores, y la épica traición de Judas, sin duda la mas inquietante, pues no se sabe bien quién fue el traidor, si Judas o Dios, el que todo lo puede.
Tampoco nos referiremos a ese caso único de traidor, que puede una buena o bella persona: la de aquél que, en una guerra, está en el bando de los vencidos, que, por el solo hecho de ser vencido, ya es un traidor, así como el vencedor es héroesiempre (sobre este lamentable hecho, Borges escribió una estupenda Ficción) ¡Qué razón tuvieron los griegos por llamar mythos a la Historia!
En las traiciones personales también hay que distinguir, pues no es lo mismo traicionar a vivos que a muertos. Traicionar a vivos es siempre arriesgado; al traicionado, el traidor lo puede cruzar por la calle y aquél le puede romper el cuerpo –el alma, el traidor, por la traición, ya la tiene rota-. Traicionar a muertos es menos arriesgado, mucho menos, pues el traicionado está en la impotencia absoluta: o ha sido quemado o se está pudriendo, o en una sepultura bajo tierra o en un nicho colmenero.
"Lectura para el verano, recomendada antes de leer novelas fantásticas" |
No merece la pena explicar mucho esto último, pues la nada de los muertos es total: polvo y polvos. Por ello no es extraño que médicos ateos hayan escrito cosas tremendas, como que la religión es un fenómeno neurótico (Freud) o que es una ilusión (Jung). Y no es inconveniente para traicionar a muertos, lo de que allí dónde estén –generalmente en el Paraíso- todo lo ven; eso no disuade a los traidores, que son realistas, aunque compatibles con mucha beatería. ¡Qué fácil es traicionar a un muerto! exclamó Kundera.
Más aún, la voluntad del muerto está en eso tan volátil como las plumas, que es un papel, una pasta o pastel finos, casi transparentes, llamado testamento. Una voluntad que se dice que es la última, lo cual es verdad a veces, aunque otras no lo sea. Estamos ante ficción, un como si, siendo más un como no (el Derecho, por torpe, en los asuntos más importantes, necesita el bastón de lo ficticio, igual que un torero abraza nervioso la muletilla.
El asunto es tan importante que un escritor francés, de origen checo, hasta escribió un libro ya citado, que tituló Los testamentos traicionados, apenado porque la voluntad última de Kafka, de que a su muerte se quemaran los manuscritos, no fue respetada; dicho sea de paso: eso le pasó a Kafka que sólo escribió de impotencias por sus notorios problemas sexuales. Y lo escribió Kundera que, por novelista, es también teólogo -allí donde hay un teólogo, hay un novelista fantástico- y que, también por eso, escribió, en su ensayo sobre la novela, aquello de que “mientras el hombre piensa, Dios ríe”. Es lastimoso que el francés de Chequia no explicase en qué basó tan divina gracia (la risa siempre es gracia en acción o acción en gracias).
Se avisa que lo que se “verá” a continuación está “pintado” a trazos gruesos, siendo la realidad más compleja en casos y excepciones. Hay numerosas clases de traiciones testamentarias. Se suele argumentar para compartir la desdicha con vecinos, sensibles a los “atropellos” en conversaciones de tarde, de chocolate y churros- que la voluntad del muerto no es la que dejó escrita en el papel, no, no; la verdadera voluntad la sabe él, al que el finado nada dejó incomprensiblemente. Y así se lía una tupida madeja con resultado de complot (como en Número Cero, la última novela de Umberto Eco), en el que inevitablemente interviene el notario (en el complot), mientras los bolsillos de otros cascabelean de alegría por el pleito venidero.
"Después, la viuda" |
Es también típico pensar que sólo se reparten fincas, pues las joyas se transmiten de acuerdo con la ley de género, de mamá a la nena, como las plumas se transmiten de papá al nene (reconozco lo duro que debe ser ver colgado en la nuera lo que antes colgó la suegra, siempre tan en guerra). Y ahora la Psiquiatría ha abierto la caja, traicionera, de Pandora: considerar demente al testador y que lo que escribe el tal, si no gusta a sus deudos (mejor, acreedores), lleva vicio de pensamiento, por loco o loca. Una manera sofisticada de traición al testador, que, además de no respetar su voluntad, se le desacredita llamando trastornado o trastornada.
Los Magistrados del Tribunal Supremo tratan de poner para bien un cierto orden en lo que empieza a ser un caos. Uno de ellos, en la Actualidad Civil, nº 5, mayo 2015, dice que la voluntad del testador ha de ser total, sin los límites del actual sistema de legítimas (límites de disposición habiendo descendientes o ascendientes). En eso el jurisperito coincide con la aspiración de tantos viudos y viudas, que casados en segundas o terceras nupcias con ricos en edades últimas, lo quieren todo para sí, no bastando la tercera parte (de libre disposición) habiendo hijos por medio o a los extremos.
Y dudas muchas: ¿Cuál es el límite entre lo que es una interpretación flexible, de un texto legal (eso es bueno) y una modificación de la Ley que sólo compete al Legislador (eso es malo)? Problema difícil y muy clásico. Digamos que es fascinante el miedo del Legislador español a modificar el Código Civil. ¡Hay que ver lo que costó derogar aquel requisito de la figura humana para nacer a la personalidad jurídica! Al Código Civil el Legislador tiene pánico.
Aún hoy tenemos nueve (9) artículos en el Código Civil que tratan de Las precauciones que deben adoptarse cuando la viuda queda en cinta, con expresiones tan de novela romántica de Balzac o de la Pardo Bazán, como “certeza de la preñez de su esposa” y “la viuda que queda en cinta, aunque sea rica”. Es de agradecer que los liberales autores del Código Civil hayan sido suaves con las viudas preñadas: sólo “precauciones” y no internamientos o prisiones, y para salvaguardar “bienes”.
Eso de renunciar a herencias, es también una forma de traición, como de Judas; un desprecio que no es indiferencia. Es verdad lo que dicen los periódicos que ahora se renuncian herencias, pero hay que apuntillar: los que renuncian las tales suelen ser de pocos dineros y de poco a heredar, que no quieren o no pueden pagar los gastos del fallecido (pufos) con ocasión de la estancia en residencia de la Tercera Edad. Esperé ver y nunca vi que se renunciase a una herencia de un rico o una rica, de muchos posibles. De eso nada; y acaso también porque los herederos de ricos no pagan el Impuesto de Sucesiones, que es un impuesto que sólo pagan los pobres y los medianos, pues los de arriba tienen montajes aparatosos y grandes como son las tramoyas teatrales, aunque tan frágiles como las hojas de una lata.
Y concluyo: si los preludios genuinos, según el retórico Aristóteles, han de ser finos, con soplo de flautas, los terminales han de ser potentes, como de trompa, casi de elefante.