A mí siempre me ha gustado muchísimo viajar y tuve la suerte de empezar a hacerlo bastante joven, cuando la gente de mi edad no viajaba. No siempre los viajes fueron un éxito, hubo de todo, pero siempre aprendí algo provechoso de todos y cada uno de ellos. Últimamente viajo poco, con lo de la crisis, nuestra numerosa familia, en la cual siempre te necesita alguien y con el amor que les tengo me cuesta perderlos de vista aunque sea poco tiempo y finalmente con los achaques de la edad, te cansas demasiado, no puedes con las maletas, así que poco a poco me he retirado bastante de mi gran afición.
Pero ahora tengo que contar el último viaje que hemos realizado mi marido y yo. Invitados por los mejores amigos que se pueda tener, pasamos una semana en el Puerto de Santa María. Me cuesta encontrar palabras para explicarlos maravillosos días que pasamos porque aparte de haber estado en Sanlúcar de Barrameda comiendo las famosas tortillas de camarones, en Puerto Sherry que aún sin acabar está muy bonito y en Cádiz, la preciosa tacita de plata, tuvimos tiempo de estar con nuestros amigos, que nos acompañaron a todas partes, unas veces venían a buscarnos unos otras veces otros, comida en un sitio, cena en otro, aperitivos aquí y allá. Llovió tres días pero no nos importó nada porque la amistad llena de tal manera que disfrutamos con todo lo que organizaban.
Estábamos al lado de un pequeño centro comercial lleno de tiendecitas y restaurantes y pubs. En todas partes unos precios mucho mejores que aquí. La gente de las tiendas agradabilísima, sonriente, tanto si comprabas como si no. El famoso Piojito, el rastro del Puerto que tiene mercancías fantásticas, yo fui con el dinero contado porque me conozco y todavía le pedí prestados 28 euros a una de mis amigas.
Baños en las piscinas porque aunque llovía a ratos, no hacía frío. Dos días a esa preciosa playa, larguísima de arena fina y casi vacía. Nos relajamos como hacía mucho que no lo habíamos conseguido. Nada que planificar, nada que decidir y el placer de la amistad.
Virginia en la fiesta de su cumpleaños acompañada por su amiga Delia Sánchez |
Los barcos que llegan de América llenos de plata del Perú y de riquezas sin cuento. La animación en las calles. Los bailes en el casino y en las grandes mansiones. Visitamos el yacimiento Arqueológico fenicio “Gadir”, ciudad fundada por los fenicios hace 3.000 años, lideraba el “círculo del estrecho” formado por ciudades de gran importancia comercial. Lo visitamos acompañados de una de las arqueólogas que realizó los trabajos y fue un placer gracias a los profundos conocimientos que tenía de toda la obra. Pasear por encima de un suelo de cristal viendo el yacimiento, con sus casas debajo, las cocinas, los hornos, el esqueleto de un perro, de un gato en el mismo sitio en que se encontraron. Está el esqueleto de un hombre joven de 1.78 de altura, Mattan, que murió en extrañas circunstancias y nunca fue enterrado y luego el de otros dos huyendo de la ciudad, parece ser que Gadir fue destruida, incendiada y quedó enterrada durante muchos años. También están los restos de una factoría de salazones romana. Ahora podemos saber cómo era la ciudad y algo de lo que pasó.
Comimos unos helados con sabores de casi todo en la heladería “Los Italianos”, invitados por Carmen, mujer de Gianni, los dueños. Casi nos da una borrachera de helados.
No sé si nuestros amigos hicieron mal enseñándonos como puede ser la vida de jubilado en el Sur. Sobre todo con amigos, con una alegría que se contagia y una generosidad que no tienen parangón.
Lo único malo, al cuarto de hora de recogernos en la estación nuestro amigo Diego, nos paran dos guardias municipales y me ponen una multa de doscientos euros por no llevar el cinturón abrochado, yo estaba atrás y no me había dado cuenta. Le rogué, le explique que llevábamos 10 horas de viaje, pero ni caso. Cuando lo contamos nadie recordaba a ninguna persona que le hubieran puesto una multa por no llevar el cinturón abrochado detrás y reconocieron que ellos no se lo ponían.
Algo malo tenía que pasar si no hubiera sido el paraíso.