Estos días de Semana Santa todos los españoles circulaban por las carreteras mojadas, muchas inundadas, de nuestra geografía, con la esperanza de llegar a algún lugar donde el agua no fuera la protagonista, ignorando con optimismo las predicciones meteorológicas y encontrándose que eran mucho peores de lo que habían previsto. Nosotras, las cinco hermanas Álvarez-Buylla, hicimos caso omiso del tiempo, no nos interesaba, porque teníamos nuestra peregrinación particular que llevar a cabo. No queríamos ir a visitar al santo en Santiago de Compostela, nosotras queríamos encontrarnos con parte de nuestro pasado en Celanova, el municipio orensano que se encuentra en el centro de la comarca.
Nuestro destino era el monasterio de San Salvador, fundado por el Santo monje Rosendo a comienzos del siglo X. Algo que siempre me ha gustado de la historia de su creación es que fue en cierto modo una empresa familiar, porque San Rosendo había recibido las tierras de Villare, que él denominaría Celanova, de su hermano Froila y su mujer Sarracina, y fue ayudado por su madre, Ilduara, a construir el monasterio, y a construir el pequeño templo de San Miguel arcángel, un pequeño refugio en piedra.
Para mí esta historia es premonitoria de lo que iba a suceder con el tiempo en el monasterio, un uso en el que seguro nunca había pensado San Rosendo, pero durante el cual yo creo que el santo intentó proteger a los seres humanos allí encerrados que no habían merecido tan triste destino. Terminada la guerra civil, el monasterio se convirtió en cárcel improvisada, y aunque en los primeros momentos la situación fue tremenda, los presos amontonados en el antiguo refectorio de los monjes, muchos de ellos ajusticiados, pronto con la llegada de los guardias civiles, los funcionarios de prisiones y los condenados asturianos la situación se suavizó un poco. Entre estos presos estaba nuestro padre, José Benito Álvarez-Buylla, un joven de apenas 20 años, condenado injustamente por pertenecer a una familia republicana y sin ningún cargo real en contra, pero condenado a cadena perpetua. Permaneció allí algo menos de tres años, hasta que se revisó su pena y fue liberado sin ningún cargo, no tenía antecedentes penales, pero sí el sambenito de rojo colgado siempre sobre su cabeza de hombre de bien.
Nosotras, sus hijas, no supimos nada de todo esto hasta que ya éramos mayores, yo tenía quince años cuando me enteré. Era normal que nuestros padres no quisieran hablar de política ni contarnos las cosas tan terribles que habían vivido. Hay una anécdota divertida sobre esto. A menudo venían a visitar a nuestro padre señores de edades muy diversas, todos ellos bastante mayores que él. Entre ellos, médicos, campesinos, labradores, y algunos le traían cosas, recuerdo a uno que le traía queso de Cabrales de esos que corren solos, yo me ponía mala, y cuando le preguntábamos a nuestro padre quiénes eran nos decía que eran compañeros de la Academia. Nosotras no analizábamos que era imposible que hubieran sido compañeros de estudios y nos parecía normal; por supuesto, con el tiempo supimos que habían sido antiguos compañeros de cárcel a quienes José Benito había ayudado.
Nosotras siempre oímos hablar a nuestro padre de Celanova con cierto cariño. Hubo una simbiosis entre los habitantes y los presos, gracias al buen hacer de Polda Ferreiro, hermana del famoso poeta gallego Celso Emilio Ferreiro, a quien su hermano había escrito para que ayudase a José Benito, hermano de Adolfo y gran amigo de Celso Emilio. Polda movilizó a todas las señoras conservadoras, muy católicas y de derechas a ayudar a los presos, llevándoles comida, ropa, papel. Incluso alguna de estas señoritas se enamoró y se casó con un preso. Papa tuvo una novia del pueblo, a la que recordaba con cariño. Con la ayuda de José Benito y alguno de los presos desde dentro la situación mejoró para todos. Nuestro padre nos contaba cómo había fundado un equipo de «football» y organizaban campeonatos que conseguían animar a los presos, nos hablaba de las clases de inglés que impartía a algunos.
Las cinco hermanas Buylla llegamos a Celanova un día de lluvia tan intensa que casi no se veía el monasterio. Allí nos esperaban Antonio Piñeiro Feijoo, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Celanova, un hombre enamorado de la cultura y la historia de su comarca, uno de los organizadores en 2003 de una conmemoración de la buena armonía que había habido entre Celanova y el monasterio prisión de San Salvador. Se colocaron por las calles grandes carteles de metacrilato, celebrando la efeméride, a la entrada del monasterio se colocó un poema de José Benito Álvarez-Buylla, «Insomnio», que nos llenó de honda emoción a todas las hermanas. También nos esperaban Luis Ferreiro, hijo de Celso Emilio, y su mujer, Margarita. Todos ellos nos acompañaron a realizar una visita en profundidad al monasterio.
En la iglesia, magnífico ejemplar del Barroco arquitectónico gallego, visitamos el coro y el órgano, donde casi podíamos sentir la presencia de nuestro padre dirigiendo el coro que él había creado y tocando el órgano que él tocaba con tanto virtuosismo. Recorrimos los lugares donde nuestro padre se convirtió en un hombre de bien, sin odios ni rencores, donde aprendió a conocer a los hombres en sus grandezas y en sus bajezas. Donde escribió un maravilloso libro de poemas, «Celda 42». Creo que nuestra peregrinación fue un éxito, y que nos sentimos más próximas a nuestro padre y le agradecimos que nos ayudara a convertirnos en lo que somos hoy, fundadoras de una saga que lleva su nombre y esperamos perpetúe su obra.
Nuestro destino era el monasterio de San Salvador, fundado por el Santo monje Rosendo a comienzos del siglo X. Algo que siempre me ha gustado de la historia de su creación es que fue en cierto modo una empresa familiar, porque San Rosendo había recibido las tierras de Villare, que él denominaría Celanova, de su hermano Froila y su mujer Sarracina, y fue ayudado por su madre, Ilduara, a construir el monasterio, y a construir el pequeño templo de San Miguel arcángel, un pequeño refugio en piedra.
Para mí esta historia es premonitoria de lo que iba a suceder con el tiempo en el monasterio, un uso en el que seguro nunca había pensado San Rosendo, pero durante el cual yo creo que el santo intentó proteger a los seres humanos allí encerrados que no habían merecido tan triste destino. Terminada la guerra civil, el monasterio se convirtió en cárcel improvisada, y aunque en los primeros momentos la situación fue tremenda, los presos amontonados en el antiguo refectorio de los monjes, muchos de ellos ajusticiados, pronto con la llegada de los guardias civiles, los funcionarios de prisiones y los condenados asturianos la situación se suavizó un poco. Entre estos presos estaba nuestro padre, José Benito Álvarez-Buylla, un joven de apenas 20 años, condenado injustamente por pertenecer a una familia republicana y sin ningún cargo real en contra, pero condenado a cadena perpetua. Permaneció allí algo menos de tres años, hasta que se revisó su pena y fue liberado sin ningún cargo, no tenía antecedentes penales, pero sí el sambenito de rojo colgado siempre sobre su cabeza de hombre de bien.
Nosotras, sus hijas, no supimos nada de todo esto hasta que ya éramos mayores, yo tenía quince años cuando me enteré. Era normal que nuestros padres no quisieran hablar de política ni contarnos las cosas tan terribles que habían vivido. Hay una anécdota divertida sobre esto. A menudo venían a visitar a nuestro padre señores de edades muy diversas, todos ellos bastante mayores que él. Entre ellos, médicos, campesinos, labradores, y algunos le traían cosas, recuerdo a uno que le traía queso de Cabrales de esos que corren solos, yo me ponía mala, y cuando le preguntábamos a nuestro padre quiénes eran nos decía que eran compañeros de la Academia. Nosotras no analizábamos que era imposible que hubieran sido compañeros de estudios y nos parecía normal; por supuesto, con el tiempo supimos que habían sido antiguos compañeros de cárcel a quienes José Benito había ayudado.
Nosotras siempre oímos hablar a nuestro padre de Celanova con cierto cariño. Hubo una simbiosis entre los habitantes y los presos, gracias al buen hacer de Polda Ferreiro, hermana del famoso poeta gallego Celso Emilio Ferreiro, a quien su hermano había escrito para que ayudase a José Benito, hermano de Adolfo y gran amigo de Celso Emilio. Polda movilizó a todas las señoras conservadoras, muy católicas y de derechas a ayudar a los presos, llevándoles comida, ropa, papel. Incluso alguna de estas señoritas se enamoró y se casó con un preso. Papa tuvo una novia del pueblo, a la que recordaba con cariño. Con la ayuda de José Benito y alguno de los presos desde dentro la situación mejoró para todos. Nuestro padre nos contaba cómo había fundado un equipo de «football» y organizaban campeonatos que conseguían animar a los presos, nos hablaba de las clases de inglés que impartía a algunos.
Las cinco hermanas Buylla llegamos a Celanova un día de lluvia tan intensa que casi no se veía el monasterio. Allí nos esperaban Antonio Piñeiro Feijoo, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Celanova, un hombre enamorado de la cultura y la historia de su comarca, uno de los organizadores en 2003 de una conmemoración de la buena armonía que había habido entre Celanova y el monasterio prisión de San Salvador. Se colocaron por las calles grandes carteles de metacrilato, celebrando la efeméride, a la entrada del monasterio se colocó un poema de José Benito Álvarez-Buylla, «Insomnio», que nos llenó de honda emoción a todas las hermanas. También nos esperaban Luis Ferreiro, hijo de Celso Emilio, y su mujer, Margarita. Todos ellos nos acompañaron a realizar una visita en profundidad al monasterio.
En la iglesia, magnífico ejemplar del Barroco arquitectónico gallego, visitamos el coro y el órgano, donde casi podíamos sentir la presencia de nuestro padre dirigiendo el coro que él había creado y tocando el órgano que él tocaba con tanto virtuosismo. Recorrimos los lugares donde nuestro padre se convirtió en un hombre de bien, sin odios ni rencores, donde aprendió a conocer a los hombres en sus grandezas y en sus bajezas. Donde escribió un maravilloso libro de poemas, «Celda 42». Creo que nuestra peregrinación fue un éxito, y que nos sentimos más próximas a nuestro padre y le agradecimos que nos ayudara a convertirnos en lo que somos hoy, fundadoras de una saga que lleva su nombre y esperamos perpetúe su obra.