Foto procedente de la Red |
Treinta y tres. Treinta y tres años, uno por uno, segundo a segundo, lágrima a lágrima, risa a risa. Cuando escribo esto, hace justo 33 años que me maquillaba yo misma y me preparaba para encontrarme con él. Le dije entonces que me entregaba a él, que prometía serle fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida. Ambos lo hemos cumplido hasta ahora. Han sido 33 años de lucha continua para mantener esa promesa, con altibajos, pero siempre sin dejar de nadar muchas veces contra corriente.
Muy poco tiempo después yo perdí a mis padres, ellos que eran mis referentes, mi refugio; el destino quiso que el principio de mi vida con él estuviera plagado de un dolor lacerante que no me dejaba respirar. Sin nadie que me diera consejos de cómo seguir amando y conviviendo, como ellos habían hecho los 25 años que vivieron juntos, hasta su muerte. Nadie que me ayudara con la niña que acababa de nacer y con los que vinieron detrás. Por eso aquel novio, aquel marido recién estrenado, se convirtió en mi padre, mi madre, mi amante, mi compañero. En el padrino de la boda de mis hermanas, en el cabeza de familia con 26 años. Es algo por lo que le estoy eternamente agradecida.
No se lo digo a menudo, por eso hoy quiero que sepa que lo ha sido todo para mí, que lo es para mi familia, que lo es para mis hijos. Que ha hecho de mi vida algo maravilloso, a pesar de todo lo que le riño, lo que me enfado con él, a pesar de lo distintos que somos. Él odia la música, yo la adoro. No quiere saber nada de bailar, yo lo haría todo el día. Yo odio la cocina a él le encanta. Él ve el vaso medio vacío y yo siempre medio lleno. Yo soy apasionada y él reflexivo. Él pudoroso en su vida y sus sentimientos y yo aquí contándoles mi vida. Sé que somos como el blanco y el negro, pero hemos hecho entre los dos un gris con matices preciosos. Me complementa. Me hace pensar, es mucho más inteligente y sereno, me aconseja y me frena. Aunque haga como que me escucha y no lo haga, aunque esté en su mundo y no se entere de nada, aunque se enfade por cosas sin importancia y me ponga de los nervios porque "zapee" sin parar.
A pesar de nuestros enfados, sobre todo de los míos, siempre tengo su regazo, su hombro, para dormir, para llorar, y para refugiarme en el único sitio del mundo en el que me siento segura. Aunque a veces tenga que decirle que me abrace más fuerte, porque ya se sabe que los hombres consuelan mal. Con el tiempo esos ojos verdes que tanto amo, se van volviendo más sensibles y por eso le quiero cada día un poco más. Con el tiempo sus caricias se han vuelto tiernas y la pasión va cediendo paso a la paz más absoluta, que sólo encuentro cuando aún después de 33 años le digo que le quiero. Cuando me acurruco junto a él para ver una película juntos, cuando me dice lo guapísima que estoy y que parezco una niñina... eso es amor.
Sé que me quiere más que a nada, porque me lo ha demostrado aguantando estos 33 años mis malos humores, mis reproches, mi adicción al trabajo y a los demás, cuando pienso que tantas veces me habrá necesitado él y me tenían todos los demás. Seguimos juntos, y solo le pido a Dios que me deje seguir con él hasta el final... y lo hacemos posiblemente queriéndonos más, con tres hijos que han sido la culminación perfecta de una unión que sellamos hace 33 años, en la iglesia de San Julián, con el mismo vestido de novia de mi madre y él tan guapo, tan niño, con 24 años?y para mí sigue tan guapo, tan bueno y tan cascarrabias. ¡Y es mío! ¡Y por él... mato!