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"EL CERCO FERROVIARIO A OVIEDO, VALLE Y POZO", artículo del notario ÁNGEL AZNÁREZ publicado en "LA NUEVA ESPAÑA" (edición de Oviedo, 3/10/13)

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                      UN REPASO JOVIAL AL OVIEDÍN DEL ALMA

 "Da igual, las de Oviedo que las de Gijón"

            Oviedo, valle y pozo, poza entre montañas, con muchos cuestos y vericuetos, es ciudad introvertida, de anatomía femenina (todo hacia dentro), de olor de alcanfor, y de señoras con faja-tubo. Es ciudad intramuros de muralla o murete. Los ovetenses son de cogollos, meollos y de muchos bollos –es normal el actual bollo preñado de los de La Balesquida, que andan a leches y paraguazos, como los que hubo en la Plazadel Paraguas, que fue de leches-.

Gijón, plana y chata, es ciudad extrovertida, de anatomía masculina(todo hacia fuera), del olor de oricios, y de señoras con batas estampadas o espantadas. Es ciudad extramuros, pues el muro de la playa de Lorenzo, santo y mártir, no es tal ya que tiene “escalerona” y veinticuatro escaleras, la última más allá de la “Lloca” arrinconada. Y los gijoneses son abiertos y universales, muy de carro-matos (hasta los helados de Los Valencianos se vendían en esos artilugios a motor), y muy de la Reconquista por ser Pelayosu mascota, lo que no les impide tener una calle principal con nombre de moro, el moro Munuza.

            Aunque todo lo anterior, prólogo y cortesía, da para un libro, anuncio que no lo escribiré, pues escribir libros me da mucha vergüenza, y que conste que no llamo desvergonzados a todos los que escriben libres; sólo a bastantes. Quedémonos, por ahora, en Oviedo, que, a Gijón, iremos otro día. Dejo manifiesta mi condición de natural ovetense -aclaro también, por si acaso, que no por ello soy de anatomía femenina, pues todo lo tengo también hacia fuera, y no soy precisamente castrado de narices-, aunque mis hijos son de madre gijonesa, todos de la misma, lo cual tiene mucho de mestizaje y, por mucho que les explico el porqué son mestizos,no lo acaban de entender. Confieso, ahora que no me oyen, que yo tampoco lo entiendo.

"Monstruo mamón de leche sin vaso y no en La Peral (en la Manjoya de Oviedo)

 Además del cerco amurallado, Oviedo tuvo otro cerco, el ferroviario, pues el Oviedín del alma lindó con vías férreas, de vía ancha al norte (RENFE) y de vía estrecha por los demás lados (VASCO y ECONÓMICOS). Para acabar con este cerco, los muy “creativos” tuvieron una idea genial hace años y de mucha pasta: ingeniaron lo que se llamó el “Cinturón verde”, que lo de verde acaso fue para despistar, y alguno se escapó corriendo o a gatas, a calzón quitado en ambas posturas (lo del verde acaso por ser el color de la esperanza). O sea, lo que se entiende por “poner pies en polvorosa” Y es que los trenes, que se inventaron para salir y marchar, encerraron aún más a todo el “Oviedín”. De eso, de trenes, va el presente y los que sigan, de “Ropa tendida”, todos colgados del tendal, libres y no sujetos con pinzas de madera.  
"Una maquinona como la del Vasco a Collanzo". (De la colección ferroviaria del autor).
            Siendo impúber o niño impúbero, me trasladaron de la calle Campomanes a la del Sacramento, lo cual, visto desde la distancia, resultó muy acertado. En esa calle, mejor caleya, tuve de vecinos a canónigos ricos con amas, y otros que fueron “dragones de la clerecía”, como el cura don Gonzalo, besucón, capellán de Adoratrices -monjas madres, monjas legas y “recogidas” a las que ponían un mandilón gris y un moño de castaña en lo más alto o copetes-. También don Gonzalo tuvo beneficio catedralicio, fue natural de Toro, de vinazo gordo y de Olivares, conde y duque, y con ama legítima: su hermana.

 Viví en el entonces número 20 de Sacramento, un edificio que ahí sigue en pié, y que sigue siendo lo que fue: muy bizco o estrábico, pues a la izquierda mira a la sacramental calle y a la derecha a Muñoz Degraín. El piso era alto, el 5º, lo que permitía otear el campo a través, desde los Catalanes hasta la Sierradel Aramo. Durante muchos años el tren del Vasco fue mi despertador; a las 7,40 horas llegaba el primer convoy del día a Oviedo desde Collanzo, acercándose por La Manjoya y metiéndose en el túnel de San Lázaro, debajo de la lúgubre Malatería, como por ensalmo.
"Asombrado mirando melancólico al Vasco tren"

El “chu-cu-chu”, los jadeos y soplidos de la máquina a vapor, muy negra, al subir la pequeña cuesta en dirección al túnel, eran tales que despertaban al mismísimo Morfeo. A las 7,55 llegaba el segundo tren, éste procedente de Pravia, aunque menos ruidoso, pues la máquina de vapor era pequeña y galana, pintada en verde; la máquina del tren de Collanzo era una soprano y la del de Pravia una bailarina. Me gustaba más la de Collanzo; no obstante fui a Pravia más veces que a Collanzo. Ahora todos los años y en el mes de noviembre, desde Moreda, el día de San Martín, después de la tragonería a base de de panchón y fabada, y mientras mis “humanitarios” amigos -entre ellos los rudos Celsín González y Manolín, de muchos fuegos, cien- chupan chupitos y chupetones, subo al tren (en Moreda) y voy a Collanzo, idea y vuelta. Previamente saludo a don Ramiro, amigo allerano, con artilugios, en la calle Arquitecto Reguera de Oviedo, para encalvados de pelo y con crece-pelos regeneradores. 

"Dama y pollino"
Muy visto el tren Vasco desde la distancia, quise verlo de cerca. Salté la tapia del prado (el de Los Catalanes), bajé hasta el Hípico, giré primero a la derecha y luego a la izquierda, pisando patatales y lechugas, y llegué a la vía ferroviaria. Antes, dejé a la izquierda la casa de ladrillo muy visto y muy vasto de María, conocida como “la de la Pedrera”. Fisgué el corralón, lleno de gatos y de gatas. Mucho después, leyendo el clásico “El libro de los gatos” (siglos XIII-XV) concluí que los de María eran mejores, unos gatazos y gatazas. En el corralón vi también al guardador de las vacas, todas muy flacas, con una boina de mucho rabo (el guardador, no las vacas también de mucho rabo, en otro sitio). 

María subía a una pollina que llamaba “cuca”, para ir a la calle Rosal, a repartir leche, la que ataba a un poste, justamente enfrente de la casa en la que vivían los múltiples Santullano, casi en la esquina de Santa Susana. Un tío de ellos, Gabriel, mucho mayor, fue compañero mío (Jurídico del Aire). La asnal era pequeña y movía sus patas traseras con mucho estilo y seducción –no me consta, no obstante, preñez alguna-.

 " Máquina a vapor de Talleres Alegría" (Gijón)
Ya, junto a la vía, quedé espantado de tanta grandeza ferroviaria, la de los trenes a Collanzo, con máquina con chimenea de embudo y “tender” con carbón, y tres vagones de madera; y la de los trenes a Pravia, con maquinita verde, y dos, sólo dos, vagones. Al poco de entrar el convoy en el túnel (San Lázaro) salía una humareda blanca, muy blanca, como de polvos Talco, de bote verde y con rayas. El humo y nube tenía encanto y mucho encantamiento, pues podía esperarse la presencia de una bruja, de Blancanieves, o de Aladino con su lámpara.

Y ya, junto a la vía, en dirección a La Manjoya, girando dos veces  a la derecha y siguiendo la vía del tren, me acerqué a la casería “La Peral”, que aún existe, muy ruinosa, y que se ve saliendo de Oviedo en dirección al Caleyu. Por cuesta y empinados, de la vía subí a saludar, en La Peral, a Luz, la casera e inquilina, que tenía un marido de mucho genio, el cual, donde antes tuvo una pierna, portaba un conglomerado de madera, correas y hebillas sujetadoras. Eso se resume en tres palabras, que las podrán escribir los lectores, no el autor. Doña Luz, lechera, de mucho rojo en el rostro y potente de carrilleras, me dio un vaso de leche; me enseñó la vacada, con un macho astado y muchas hembras de potentes ubres; y me llevó a la pomarada, en la que sólo había perales.

                                           Continuará


LAS FOTOS HAN SIDO CEDIDAS POR EL AUTOR
    

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